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Achraf nació en Ceuta hace 23 años. Camisa blanca, chaqueta negra y gafas de sol de espejo, marca de la casa. Recoge al usuario en el centro de Barakaldo, en el Palacio de Justicia, apenas cuatro minutos después de haber solicitado un Uber con la ... aplicación que ayer comenzó a funcionar en el Gran Bilbao. Llega discreto. Pone los intermitentes de emergencia y algún conductor le pita por obstaculizar el tráfico. Educado, levanta el brazo, pide perdón y se mueve para dejar paso. A 20 metros hay una parada de taxis. Pero Achraf pasa desapercibido con su Fiat Tipo negro. Tiene el distintivo que el Gobierno vasco ha impuesto a este tipo de servicios (VTC). La matrícula azul tampoco llama demasiado la atención.
Pero no es el típico coche que uno espera ver cuando pide un Uber. En Madrid o Sevilla, suelen ser berlinas de alta gama (Audi, Tesla, Mercedes...). El interior esta muy limpio. Con todo, uno pensaba en algo más 'premium'. A lo largo del reportaje, el periodista-viajero será informado de que la plataforma ha mandado a Bilbao a la flota más básica de la que dispone. Hay miedo a que los taxistas puedan causar daños a estas VTC, a las que consideran el enemigo público número 1.
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La primera diferencia que se percibe es que en Uber el precio está acordado de antemano (siempre y cuando no pase nada raro, por ejemplo, un atasco). Lo segundo es que todo se hace mediante la aplicación, que, por seguridad, envía un mensaje previo con la fotografía del chófer y la matrícula del automóvil que te va a recoger. No es necesario llevar dinero (se paga con el propio celular mediante tarjeta de crédito) ni llamar por teléfono a la operadora. En el móvil se va informando al pasajero de cuánto tiempo tardará el vehículo solicitado en aparecer y de la hora estimada de llegada a destino. En el primer trayecto del día, el viaje se realiza al aeropuerto y se presupuesta en 21 euros (normalmente el taxímetro suele marcar entre 25 y 30). Antes habíamos sondeado el hospital de Cruces (4,21 en Uber y 10 en taxi). Aschraf saluda afable. Pregunta al periodista-viajero a ver qué tal le va la jornada. Y como observa que tiene ganas de charla, no duda en dar pie a un animado diálogo. Cuenta que vive en Madrid y que ha aceptado venir con otros 14 conductores de la capital para echar a andar el servicio en Bizkaia, hasta que sus compañeros de aquí estén preparados. Pese a su juventud, el ceutí es un veterano. «Tengo más de 2.500 desplazamientos», comenta, orgulloso.
Aschraf muestra su agrado por Bizkaia. «Conducir por aquí es una gozada. Todo está fluido y el paisaje me gusta. Madrid es mucho más gris y estresante». Maneja el volante con suavidad, dejándose guiar por el GPS. El Uber llega a 'La Paloma' en el tiempo previsto. Sin sorpresas. El VTC estaciona en Salidas, pero no en el carril de los taxis, sino en el vial que usan los coches convencionales. El coste final del servicio es el pactado. Al bajar, llega una notificación a la pantalla del móvil del usuario para que valore a su conductor. También le da la posibilidad de dejar propina (0,5, 1 o 2 euros).
En Loiu nos recoge Néstor para ir al centro de Bilbao. En este caso, ha habido que aguardar unos 15 minutos pues no había ningún coche disponible. Pasó varias veces a lo largo del día del estreno del servicio. Demasiada demanda para solo 20 Uber circulando por ahora en Bizkaia. Néstor es colombiano. Llegó hace 21 años a España. Frena a unos metros de la parada de taxis. Hay alguna mirada recelosa de los allí presentes, pero nada sucede. «He trabajado de todo, pero siempre relacionado con el transporte: camionero, repartidor, chófer de mudanzas...», cuenta. Al contrario que Aschraf, que es asalariado, Néstor es autónomo. «Me gusta porque trabajo más o menos cuando quiero, sin descuidar lo que facturas, que hay que comer, pero me lo monto a mi manera».
21 euros por una carrera entre Barakaldo y el aeropuerto. El precio habitual de un taxi en el mismo horario suele rondar los 25 euros.
24 euros entre Loiu y el centro de Bilbao, callejeando por San Francisco y Abando durante 15 minutos.
12,50 euros por el trayecto La Naja-Guggenheim-La Naja.
Cómo no, el conductor viste gafas de espejo, camisa blanca y un jersey muy pulcro de punto verde fino con coderas marrones, al estilo Pep Guardiola. Pero de fútbol no opina (igual que Aschraf). Parece como si en el manual de la compañía estuviera prohibido hablar de este deporte para no generar discordia a bordo. «Me gusta jugarlo, pero no soy de ningún equipo», se excusa.
Néstor conduce respetando escrupulosamente los límites de velocidad, porque «luego la multa la pago yo». Confiesa su amor por la gastronomía. «Soy muy glotón». Y le pregunta al periodista-viajero su plato favorito. Muestra interés por el bacalao y sus diferentes formas de preparación. Callejeamos durante largo rato sin rumbo por Bilbao, ya que hemos añadido varias paradas sobre la marcha, sin ninguna lógica, para probar. Nos movemos por San Francisco, Abando, el Arriaga... El coste final es de 24 euros. Más o menos lo que cobra un taxi directo. Nos despedimos y Néstor promete que probará el bacalao al pil pil antes de regresar a Madrid.
Quien igual no vuelve a la capital es Víctor. Es el conductor del último salto del día para este pasajero. «Me está encantando esta ciudad. Se conduce muy tranquilo y no tiene nada que ver con Madrid. Igual pido traslado», sugiere. Pelo rapado, corbata y, esta vez, sorpresa, gafas de sol de cristales claros, tirando a deportivos. Recoge en la estación de La Naja y nos lleva al Guggenheim para volver sobre nuestros pasos (12,50 euros). Conduce de manera discreta. No quiere problemas con los taxistas. Los Uber tienen prohibido coger el carril exclusivo para autobuses y taxis. Lo llevan a rajatabla. Esto hace, por ejemplo, que no se pueda cruzar la Gran Vía y haya que dar un rodeo. Antes de finalizar, uno ya se ha familiarizado con la app y descubre funciones llamativas: existe un sistema de seguridad para que un familiar pueda seguir tu carrera, por ejemplo. Todo es tecnológico y funcional.
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