Ainhoa De las Heras

«Lo conseguí. Acabé el Maratón de Nueva York»

La periodista de EL CORREO Ainhoa de las Heras relata cómo el calor se ha convertido en un inesperado enemigo durante la mítica prueba de larga distancia en pleno noviembre. Cuatro horas de sufrimiento y emoción con miles de personas animando en las aceras de los cinco condados de la ciudad

Lunes, 7 de noviembre 2022, 07:32

«I did it», como dicen los neoyorquinos. «Lo conseguí. Cumplí mi gran sueño de correr el maratón de Nueva York. Y lo hice en cuatro horas y tres minutos. Ha sido muy dura, la carrera más extrema que he corrido. Se nos presentó un ... enemigo inesperado para un mes de noviembre, el calor. Durante la prueba, el termómetro llegó a marcar los 23 grados y el efecto se amplificaba por la humedad. Los avituallamientos de agua y bebida isotónica no daban abasto para compensar el líquido perdido por el sudor. Nunca he visto a tantos participantes claudicar y ponerse a caminar en lugar de seguir corriendo, totalmente exhaustos.

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No es una carrera para hacer marcas y encima a medida que sube la temperatura empeoran los tiempos. El ganador del maratón lo terminó en 2.08 minutos. El récord del mundo se había batido recientemente en Viena por debajo de las dos horas.

Empecé a correr a las 9.45 horas en la segunda ola del corral D verde. Para entonces llevaba ya varias horas levantada. En realidad, apenas pude pegar ojo. Desde la una de la madrugada fui contando las horas porque los nervios y el jet lag no me dejaban dormir. Un autobús nos recogió en el hotel a las seis de la mañana para llevarnos hasta la explanada de Verrazano, donde se instala la llegada. Allí teníamos que esperar más de dos horas. Te aconsejan que lleves ropa de abrigo para no quedarte frío durante la espera, aunque esta vez apenas hacía falta. Aún así, con 19 grados a esa hora, se veía gente con pijamas, batas y albornoces. Yo me llevé una camiseta térmica vieja que tiré al sonar el pistoletazo de salida. Como curiosidad, en un puesto, bautizado como The dog therapy, se podía abrazar a un perro para calmar la ansiedad. ¡Alucinante!

Un baguel gigante.

Con el alma rota por la pérdida demasiado reciente de dos familiares muy queridos y la sensibilidad a flor de piel, me emocioné al escuchar el 'New York, New York' de Frank Sinatra. Había llegado el momento más esperado y que había estado a punto de truncarse en el último momento. Tenía muchas ganas de empezar. Había desayunado en el hotel unas tostadas y redesayunado mientras esperábamos a salir un chocolate, un baguels gigante y una barrita que te regalaban Donkin Donuts y otras marcas. Tenía energía de sobra, así que en la arrancada me encontraba con fuerza. Iba muy bien, a 5.20, que para mí está fenomenal. En las primeras millas ya se veía a gente parada. Una mujer mayor que había terminado el maratón en 25 ocasiones daba muestra de su pundonor volviendo a intentarlo, aunque con serias dificultades. Queens estaba a reventar. Las aceras repletas de vecinos animando, con carteles motivadores y música en altavoces o en directo. Algunas personas ofrecían a los corredores botellines de agua helada y comida de manera desinteresada.

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Espera antes de la salida.

Definitivamente, Nueva York es una ciudad de contrastes. El jolgorio precedente se convirtió en silencio al paso por el barrio judío ultraortodoxo. Ellos, vestidos con trajes negros y gorros que dejaban ver dos tirabuzones a los lados. También los niños. Ignoraban a los corredores, como sí aquello no fuera con ellos. Y ellas, con faldas largas y pañuelos en la cabeza que cubren las pelucas, ya que en cuanto se casan se rapan la cabeza. Como ya han encontrado pareja, no necesitan gustar a más hombres, argumentan. Las niñas visten con medias negras y un modelo de zapato cerrado similar en todas. El barrio está plagado de sinagogas.

Gritos de ánimo en el Bronx

Los gritos de ánimo reaparecieron en el Bronx, que también se vuelca con la prueba. La peligrosidad que se le atribuye a este condado, uno de los cinco con que cuenta la ciudad, no se nota durante el maratón. El repecho del puente de Brooklyn marcó el comienzo del sufrimiento. La emocionante entrada en Manhattan coincidió con un bajón físico. Se acercaba el muro. Empezaban a dolerme las piernas, especialmente los gemelos. El calor se hacía insoportable. En cada avituallamiento bebía varios vasos de agua. Poder abrazarme a la familia, a los que encontré animándome en los kilómetros 28 y 40 fue sin duda una gran inyección de energía.

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La llegada a Central Park, que representa la parte final del maratón se me hizo eterno. Cuando pensaba que se acercaba la línea de meta, vi el cartel de 40 kilómetros y fue un jarro de agua fría. Ya no podía más. Sentía calambres en los pies y me dolía todo. Pero lo logré, superé ese mal momento, saqué fuerzas de flaqueza y alcancé la meta. Al cruzarla, levanté una mano hacia el cielo para dedicar mi éxito a esos dos familiares fallecidos mientras grababa mi llegada con el móvil con la otra mano. Se me saltaron las lágrimas. ¡Qué emoción! Una voluntaria me colocó la medalla de finisher, que me parece preciosa. Me hice fotos mordiéndola. Después, me entregaron una bolsa con agua y algunos alimentos para recuperar y un poncho para no quedarme fría.

Me tuve que sentar en el suelo porque me mareaba. Se me subió la bola y se me remontaron los tendones de los pies. Tuve que esperar un rato antes de poder levantarme. Aún me quedaba una buena pateada para llegar al hotel. Coger un taxi en una ciudad tomada por 50.000 runners parecía misión imposible. De camino, un montón de neoyorquinos me felicitaron. «Congratulations! Congrats! You do it!», me gritaban admirados. La verdad es que ha sido una auténtica experiencia, llena de estímulos por cada esquina, se ven curiosos personajes y los neoyorquinos te hacen sentir especial. Ahora, a pensar en el siguiente reto, aunque me voy a tomar unos días de descanso. Gracias por la cantidad de mensajes de apoyo que he recibido desde Bilbao, me han empujado para llegar a la meta.

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