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48 años y mucha vida por delante. Esa era la edad de la vizcaína Silvia López Gayubas, que murió en la noche del miércoles asesinada presuntamente por sus hijos adoptivos ... , menores de edad y de nacionalidad rusa, en su domicilio de Castro Urdiales. Su cadáver apareció con una bolsa en la cabeza y una cuchillada en el cuello en el interior de un coche en el garaje familiar. Un triste final para esta mujer de firme creencias religiosas, que ejercía de catequista desde hacía años.
Desde la iglesia de Santa María de Castro, donde la víctima impartía catequesis a niños de 2º y 3º de Primaria desde hace años, recuerdan a Silvia como una persona «muy alegre», «preocupada por los demás», «entregada» e «implicada». «Venía con su marido y sus dos hijos todos los domingos a misa. Eran una familia muy unida».
Silvia trabajaba como celadora interina de la unidad de Medicina Nuclear del hospital de Cruces. De hecho, se había sacado hace poco la oposición y «estaba muy contenta». Pero no quería quedarse ahí. Aspiraba a ascender de puesto dentro del Servicio Vasco de Salud y por eso tenía pensado seguir estudiando para ocupar una mejor plaza.
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La mujer también estuvo afiliada al Partido Popular de Castro. De su paso como militante, cuando gobernaba el Ayuntamiento de la localidad castreña Iván González, uno de sus compañeros en esta formación la define como« una chica muy maja, siempre tenía muchas ganas de hacer cosas, y era muy buena persona», apunta uno de esos compañeros, al que se le ocurren infinidad de adjetivos positivos para definirla.
«Venía a la sede, a las reuniones, y nos ayudaba; era una chica muy comprometida, muy dada a ayudar. Con el PP siempre esta echando una mano. Venía con nosotras a repartir propaganda, era colaboradora», afirma otra compañera de partido, que también resalta que la víctima «siempre iba acompañada del marido y los hijos; no la veías ir con la cuadrilla de amigas». Esta militante popular también dice que Silvia era una persona «muy habladora» y «muy participativa». «Me ha costado creer que era Silvia. Todo lo que pueda decir de ella es bueno. Nada era malo en ella».
En ese encuentro, ambas hablaron sobre los estudios de sus respectivos hijos y sobre lo que tenían previsto estudiar cuando acabasen su etapa en Secundaria. «Me comentaba que los niños tenían los típicos problemas de su edad, pero que sacaban buenas notas». Silvia decidió adoptar un niño, pero le dijeron que eran dos hermanos y «para no separarlos accedió a hacerse cargo de los dos», comentó. «Era una mujer maravillosa, un amor continuamente. No la he visto un día enfadada. Era muy prudente y muy parecida a su marido; colaboradores y prestados a lo que hiciera falta», añadía.
Silvia demostraba en las redes sociales, en la que era muy activa, lo orgullosa que estaba de sus «dos niños». «A pesar de todo lo del virus, ha sido un día muy bonito», escribía como comentario a una foto de la primera comunión de su hijo menor en 2020. «Qué bien E. Estás guapísimo», escribía el padre y marido de Silvia, que se encontraba trabajando en el momento de los hechos en el turno de noche de una empresa metalúrgica en el País Vasco. «Está destrozado», describieron fuentes de la investigación.
También era aficionada a compartir en las redes sociales mensajes poéticos, filosóficos y espirituales, algo lógico teniendo en cuenta su labor como catequista. «Somos instantes», rezaba uno de ellos. De hecho, esta actividad la convirtió en una persona muy conocida en Castro, cuyo Ayuntamiento ha decidido decretar tres días de luto por su muerte y suspender hasta la próxima semana los actos de carnaval.
Asimismo, Silvia era, a juzgar por sus mensajes, muy aficionada a la playa, lo que explicaría su decisión de vivir junto con su familia en Castro Urdiales, donde se sentía plenamente integrada en la vida de la villa marinera.
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