La mirada del asesino del taxista
Calabor: 40 años de sucesos en EL CORREO ·
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Si me piden que elija las fotos más significativas que he hecho en estos cuarenta años, tengo claro que una de ellas es la del ... asesino de Eduardo Robredo. Para empezar, porque se trata de un crimen que conmocionó a la sociedad bilbaína: fue un homicidio brutal que movilizó a todo el colectivo de taxistas y que hizo reflexionar a mucha gente sobre los peligros que acechan en la calle. A mí mismo me afectó, porque fue una de esas historias que te demuestran que la vida no vale un pimiento, que en cualquier momento puedes cruzarte con la persona equivocada y que te corte el cuello. Pero es que además, periodísticamente, se trató de un trabajo realizado en unas condiciones de mucha tensión, que fueron evolucionando de manera inesperada: el resultado fue ese retrato del criminal que, al día siguiente, apareció en la portada de EL CORREO. En aquellos tiempos, cuando la gente todavía no iba grabando por todas partes con los móviles, resultaba muy poco corriente conseguir una imagen así de un homicida.
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Era una noche de domingo, ya madrugada de lunes: el 12 de diciembre de 2005. Me avisaron de que había algún altercado cerca de Juan de Garay, así que me acerqué por allí y me encontré a los servicios de emergencias atendiendo a una persona cerca de un taxi. Era Eduardo, el taxista de 45 años al que acababan de acuchillar en la garganta.
Aquello se llenó en un momento de compañeros de la víctima, que estaban muy alterados. Nadie tenía muy claro lo que había pasado, pero decían que se había visto a una persona que escapaba corriendo del lugar. La Policía se desplegó por la zona y, de pronto, por un 'talkie' se oyó claramente que habían encontrado al agresor. Fue como si todo el mundo recibiese una descarga eléctrica. Ahí empezó una de las experiencias más intensas que he vivido en este oficio.
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Los taxistas salieron a todo meter y yo también, claro. Llegamos al sitio justo cuando la Ertzaintza y la Policía Municipal acababan de detener al elemento, Reyni, un joven dominicano de 20 años que estaba totalmente cubierto de la sangre de la víctima. La tensión se disparó y, de repente, aquello se había convertido en una batalla campal. Los taxistas querían lincharlo y la Policía tuvo que defenderlo, con ciertos apuros. Mientras tanto, el tío se reía y se dedicaba a sacarles la lengua a los taxistas, con gesto burlón. Allí hubo un montón de porrazos y, al final, decidieron meter al detenido en un portal de Avenida de San Adrián para protegerlo. En estas situaciones siempre suele haber una persona que lleva la voz cantante y calienta a los demás, una especie de líder espontáneo del grupo. Pues bien, cuando vieron que el agresor había quedado fuera de su alcance, el que más incitaba a los taxistas la tomó conmigo: que a ver qué hacía, que por qué estaba grabando... Empezaron a achucharme y, como la cosa volvía a ponerse fea, la Policía me metió también a mí en el portal.
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No me lo podía creer, porque de pronto estaba en el mejor sitio para hacer mi trabajo. ¡Los taxistas me habían hecho un favor de la hostia! Allí, en aquel espacio tan pequeño, estábamos los tres: un ertzaina, el asesino y yo. Tenía delante a un tío que acababa de cargarse porque sí a un pobre padre de familia con dos hijos, uno de ellos un bebé.
¿Qué se le pasaba por la cabeza? Yo le miraba a él y él me miraba a mí, a los ojos, y no vi en su rostro ningún tipo de emoción por lo que había hecho. No decía nada, solo me miraba. Le saqué las fotos y le daba igual. Yo creo que se sentía el protagonista de algo.
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Me parece que cualquiera puede entender la reacción que tuvieron aquella noche los taxistas. Desde luego, aunque en determinado momento se volviesen contra mí, yo sí la comprendo: acababan de matarles a un compañero, lo habían visto degollado en el suelo, ¿qué iban a hacer?
Luego a lo mejor reflexionas y te das cuenta de que no puedes tomarte la justicia por tu mano, pero, en caliente, es muy difícil mantener la serenidad en una situación tan extrema como aquella. Encima, veían que el detenido les vacilaba, que se cachondeaba de su dolor. Los taxistas son buena gente y tienen un papel muy importante en este universo de los sucesos: andan siempre en la calle, de día y de noche, y son algo así como los ojos de la ciudad, los que lo ven todo. Si ocurre algo, siempre hay algún taxista que lo ha visto. Y, además, están todos comunicados por radio en tiempo real.
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Las imágenes de aquella noche se emitieron también por televisión y, como he dicho al principio, supusieron una conmoción para muchos bilbaínos. Una cosa es que te cuenten, sin más, que han apuñalado a un taxista y otra muy distinta es ver cómo el tipo que lo ha matado, todavía cubierto de sangre, se ríe de los amigos y los compañeros de su víctima. ¿Cómo no te va a afectar eso?
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