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Calabor: 40 años de sucesos en EL CORREO

Los primeros 80: atracos a joyerías y heroína en La Palanca (1) ·

Luis Calabor | carlos benito

Lunes, 14 de diciembre 2020, 01:18

Voy a empezar esta serie que publicará el periódico cada quince días por lo más difícil: el porqué. Estos días he cumplido los cuarenta años como fotoperiodista de sucesos, y hace mucho que perdí la cuenta de las veces que me han preguntado por qué elegí dedicarme a esto: ¿cómo puede gustarme tanto este oficio que me obliga a estar siempre en contacto con la tragedia, con la muerte, con todo lo que la mayoría de la gente procura evitar? Lo cierto es que a mí siempre me ha gustado estar donde suceden las cosas, en plena acción. Esta profesión te permite vivir con una emoción constante: cuando te levantas por la mañana, o cuando te despiertan en mitad de la noche, no sabes con qué te vas a encontrar. Puedes vivir en un día lo que otros no vivirán en un año o en toda su vida: cuando hay un accidente, todos los que pasan se paran y después lo cuentan en la oficina. ¡Es lógico! Nosotros se lo contamos a todo el mundo con nuestras fotos, y eso engancha. No es ego, no es que seas nadie por ello, pero acaba teniendo un punto de reto, de competición.

El caso es que lo tuve claro desde el principio. Yo andaba muy metido en grupos de emergencias y, en octubre de 1980, estuve ayudando en la explosión del colegio de Ortuella, un desastre terrible. Allí vi cómo se movían los fotógrafos de prensa, me relacioné con algunos y me di cuenta de que yo también podía hacerlo. Ya conocía al periodista Manu Alvarez, que entonces acababa de empezar en la delegación de EL CORREO en Barakaldo, y a lo tonto empecé a trabajar: mi primer suceso fue un accidente de tráfico en la bajada de San Vicente (Barakaldo), con dos fallecidos, y desde aquel 6 de noviembre de 1980 ya no he parado.

A menudo cuelgo en las redes alguna foto de aquella primera época y la gente se sorprende al ver cómo era todo: atravesábamos una época más convulsa y también mucho más gris. Los sucesos se producían en avalancha. ETA asesinaba un día sí y otro también y, entre el terrorismo y la heroína, se cometían muchísimos atracos: a bancos, a joyerías, a farmacias, a gasolineras... La primera foto que publicó Juantxu Rodríguez, el compañero al que quitaron la vida en Panamá, la hizo a mi lado, cuando mataron a un joyero en Barakaldo, y se la vendió a 'Hierro'. Entonces se robaban coches constantemente y se llevaban también lo de dentro de los coches. Corría el dinero en metálico, porque en las empresas se pagaba en mano, y había muchas armas en la calle, mucha escopeta recortada... Se sacaban las pistolas por cualquier cosa. Era una época más... ¿divertida? No, eso suena fatal, pero sí que era muy intensa, y con esto pasa como con la medicina: ¿puede un cirujano decir que disfruta de lo que hace?

Entonces patrullaba la Policía Nacional, que no daba abasto, porque además tenía que cuidar de sí misma. Iban siempre con dos vehículos, dos 'zetas', y había coches camuflados, los 'kas'. En Barakaldo tenían uno inolvidable, un 'Seat 124' de color amarillo que era imposible que pasase desapercibido. Los veías circular y pensabas que los iban a ametrallar en cualquier esquina, porque llamaban la atención, pero eran los tiempos de 'Starsky y Hutch' y, cuando había un atraco, ahí llegaban, haciendo un trompo con aquel '124'. Las relaciones entre los periodistas y la Policía eran distintas a las de ahora, más naturales, sin tanta burocracia. Recuerdo un choque de trenes que hubo en Barakaldo. Manu Alvarez y yo salimos pitando en mi coche, el 'Ford Fiesta' gris que tenía entonces, y coincidió que los dos 'zetas' venían detrás de nosotros con las sirenas puestas. ¡Todo el mundo pensó que nos perseguían a nosotros! Bajamos del coche y había una tapia, y la gente comentaba 'ahora, ahora los van a trincar'. Todos allí, mirando. Y, de pronto, el primer policía juntó las manos y me las puso para que yo apoyase el pie y saltase la tapia. La gente se quedó loca.

El oficio te lleva a tratar con policías, con delincuentes, con prostitutas... Entonces los policías eran gente que venía de fuera y estaban muy solos: su mayor vínculo era con sus compañeros, desarrollaban una relación muy fuerte y por las tardes se iban todos al 'Garden'... Había mucho ligón de discoteca. La época del 'síndrome del Norte' llevó a un montón de suicidios y te dejaban fotografiar a sus compañeros muertos, porque se consideraba que había que documentar aquello. Con los mangantes siempre me he llevado bien, a pesar de las broncas: el mundo de la delincuencia tiene ese encanto de lo que se sale de lo normal. ¡Lo normal es aburrido!

Yo me pateaba La Palanca porque, pasase lo que pasase en Bizkaia, al malo siempre lo acababan trincando allí. Solo había que esperar a que cayese. Han pasado muchos años y hoy hay que aclarar que La Palanca era la zona más conocida de toda España. Los sábados, el día de cobro, aquello se ponía impresionante. Hasta las novias querían ir a La Palanca, por ver cómo era, aunque fuese sin bajarse del coche. Las prostitutas eran las personas más encantadoras que podías encontrarte: unas fueron sensatas y guardaron o invirtieron, otras se lo gastaron o tenían algún chulo y han seguido años y años con los dos o tres clientes que les quedaban de aquella época. ¡Eran muy buena gente! Y ojo, que las de ahora también lo son. Pero aquello se empezó a enrarecer y, con la heroína, se maleó del todo. En la primera época, no se sabía nada de la droga y todo eran muertos o sobredosis. Muchas veces, el sobrevivir o no dependía del sitio donde se metían el pico: si estaban a la vista, alguien podía dar aviso y era más fácil cogerlos a tiempo. La DYA les ponía naloxonas y, cuando los sacaba de la sobredosis, se cogían un cabreo de cojones, porque pasaban de estar felices a estar mal, igual que antes de picarse o peor.

Tengo fotos de niños de La Palanca de aquella época y, cuando las enseño o las cuelgo en las redes, siempre hay alguien que me dice cuántos de los cuatro o cinco críos de la imagen siguen vivos. A veces no son más que uno o dos.

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