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El accidente del monte Oiz: aquel olor a queroseno

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Luis Calabor

El accidente del monte Oiz: aquel olor a queroseno

Calabor: 40 años de sucesos en EL CORREO ·

LUIS CALABOR

Martes, 29 de diciembre 2020

Hay momentos que a uno se le quedan grabados para siempre. La verdad es que el 19 de febrero de 1985 tuvo muchos momentos de esos, demasiados, pero me acuerdo con especial claridad de uno. Yo estaba en la redacción de EL CORREO en Bilbao, porque me gustaba pasarme por la mañana a leer los periódicos. En aquellos tiempos, la jornada de los redactores empezaba más tarde que ahora, así que allí solo había otra persona: Ángel Arnedo, que años después dirigiría el periódico. Entonces era subdirector y siempre llegaba el primero. De pronto, por el escáner de radio se escuchó al helicóptero H-50, de la Policía Nacional: «Se acaba de estrellar un avión de pasajeros en el monte Oiz». Oyes una noticia como esa y es como si el tiempo se parase. «¡Arnedo, que se ha estrellado un avión de pasajeros en el Oiz!», le dije. «¿Qué hacemos?», me preguntó. «Yo me voy echando hostias para allí».

Llegué a Durango y había dos ambulancias preparadas que subieron detrás de mí, hasta donde pudimos llegar con los coches, porque había una niebla muy densa y no se veía nada. Empezaron a acercarse recursos y yo acabé incrustado con los bomberos. Arriba, la niebla no dejaba distinguir nada, solo la torre de ETB, rota y caída, y algún trozo del fuselaje. Ni siquiera se sabía dónde había acabado el avión: el doctor Usparitza y sus chicos de la DYA terminaron dirigiéndose hacia el lado que no era. Yo continué al final dentro de un vehículo militar y, a medida que la bruma se fue abriendo, todo fue apareciendo ante nuestros ojos: me encontré un tren de aterrizaje a media ladera, y por todas partes había cuerpos, maletas, documentación... Olía mucho a queroseno y eso tampoco se me ha borrado nunca: cuando he volado en helicóptero o, a veces, en los aeropuertos, vuelvo a olerlo y me traslada automáticamente a aquella jornada.

Los servicios de emergencias trabajan en el monte Oiz.

Entonces no había móviles, pero yo tenía una emisora y llamaba a un amigo radioaficionado de Barakaldo, que después iba contando las novedades al periódico. Lo cierto es que aquello era indescriptible, resultaba imposible transmitir con palabras una tragedia de aquel calibre. Murieron los 148 ocupantes y no había un cuerpo en buen estado. Pero el ser humano es como es y también hubo gente que se llevó de allí recuerdos, cosas de valor, trofeos... Yo me quedé todo el día, hasta las seis de la tarde: ¡menuda pechada para volver hasta donde estaba el coche! Fue una jornada de locura, una de las cosas más bestias que he vivido. Cuando por fin, cuando llegué a casa, por la noche, mi mujer me obligó a quitarme los zapatos antes de entrar. Directamente los tiró a la basura.

Accidente en Barajas en 1983.

Yo ya había estado en un accidente aéreo: en diciembre de 1983, chocaron en la pista de Barajas un avión de Iberia y otro de Aviaco y fallecieron 93 personas. Me fui para Madrid y acabé en la pista, algo que hoy sería inimaginable. También conseguí entrar al hangar donde la Policía estaba trabajando con las huellas: llevaba una cámara pequeñita, una Minox que no hacía nada de ruido, y tuve la suerte de que había bajado una ambulancia desde Donosti y después me subió los carretes hasta la redacción del 'Diario Vasco'. No voy a negar que hacía falta un poco de picaresca para colarse en los sitios: cinco minutos antes del relevo, me quedaba de palique con el guardia, y así el siguiente ya no se cuestionaba qué pintaba yo allí. ¡Hasta me dieron de cenar! Pero, más allá de esas anécdotas, este tipo de sucesos también nos llevan a hacer una reflexión sobre nuestro oficio, sobre lo que la sociedad debe y no debe ver: entonces hacíamos los periódicos como se hacen todavía hoy en Sudamérica, mostrando los cadáveres con crudeza, porque la sociedad era más dura y también había más libertad. Incluso se sacaban fotos en el depósito, con aquel ambiente tenebroso de la mesa de mármol y la bombilla encima. Ahora nos hemos vuelto todos más sensibles, más puritanos, más buenistas, más 'pobre perrito', y acabamos autocensurándonos: en la pandemia, hemos leído muchas cifras pero no se ha visto el alcance de la tragedia. Yo tengo la sensación de que nuestros abuelos eran más duros que nuestros padres, nuestros padres eran más duros que nosotros y nosotros somos más duros que nuestros hijos. Creo que en eso vamos a peor.

Servicios de emergencias en el monte Oiz.

A las víctimas del Oiz las trasladaron a Garellano. A menudo me preguntan si no me impresionan los muertos y siempre contesto que, en realidad, es mucho peor un herido en accidente. La magnitud de un desastre aéreo te sobrecoge, cómo no, pero los mayores dramas son los accidentes de tráfico, donde hay personas heridas que se te mueren delante. Cuando hay niños, es todavía peor: ¡cuántas veces ves a los servicios de emergencia deshechos, llorando porque no han podido salvar a un crío!

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