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«Son los mismos». La frase resume la honda indignación que corría ayer de boca en boca por Uretamendi. Algunos de los individuos que se vieron forzados en la noche del viernes a dejar la vivienda que tenían ocupada en este barrio de Bilbao son ... los mismos que esta semana fueron desalojados por la presión vecinal de otra casa en el vecindario de Repélega de Portugalete. El propio alcalde, Juan Mari Aburto, confirmó ayer a este diario que «dos de los identificados por el acoso a una mujer en el ascensor de Uretamendi son los de Repélega».
Ese presunto delito, que sucedió el viernes a mediodía, pudo desencadenar la indignación que llevó a 350 vecinos del barrio bilbaíno a manifestarse, en una movilización que logró expulsar a los okupas en las siguientes horas. Los vecinos no dudan en que algunos son los de Repélega.
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«El tipo del bañador azul, que sale en varios vídeos y fotos, está en todas», clamaba ayer un vecino del bloque de enfrente. Prefiere no dar su nombre porque la noche ha dejado huella. «Después de que los bomberos tapiaran los dos pisos, cuando ya estaba amaneciendo, volvió uno de ellos. Al ver a los policías, les preguntó por algunas cosas que tenía en el piso y se marchó. Pero, si no llegan a estar, a saber». El Ayuntamiento confirmó ayer que la presencia policial se mantendrá en los próximos días para dar «tranquilidad a los vecinos». El primer piso del número 20 y la segunda planta del 22 tienen las puertas clavadas por dentro y ayer la Policía Municipal colocó precintos en las puertas. «La cerradura está reventada, como la del portal, pero eso ya es habitual», cuenta con desasosiego. «Estamos en alerta y preocupados por si vuelven». Hacia las 16.00 horas de ayer, la Policía Municipal localizó a tres de ellos merodeando en los alrededores y pudo identificar a uno, según un vecino del bloque.
En el barrio no se habla de otra cosa. A mediodía suena bachata en el bar El Cacerereño, donde no hay una mesa libre. Quien más y quien menos, estuvo en la protesta la víspera. Hay un cierto orgullo de barrio, como el que brotó en Repélega tras la hazaña popular de devolver su casa a Vitori el pasado octubre. «Pon Uretamendi, no Rekalde», en referencia al distrito al que pertenece este barrio alto camino al monte Arraiz. También hay hartazgo. En los carteles de los portales -«cerrar bien», se lee aquí y allá- y en el recuento de los últimos incidentes.
«Hace casi dos años que empezó a pasar gente por ese piso después de que quedara en manos de un banco. Hubo alguno al principio que pagaba la comunidad, camas calientes, prostitución y luego los okupas. Las broncas son continuas desde hace unos meses. Te despiertan los gritos en árabe a las cinco de la mañana. La pelea con navajas de estos días no es la primera, hubo otra hace pocas semanas», relata un vecino. Muestra una foto lejana hecha con el móvil. «Aquí le ves tan tranquilo saliendo del ascensor con un cuchillo en la mano».
A algunos no les importa decir su nombre. Alberto Labrador denuncia que «es increíble que gente con un historial de antecedentes enorme, como el suyo, entre por una puerta y salga por otra». «Hay que cambiar las leyes y, si hay que gastar dinero con ellos que sea el último para mandarles a su casa», reclama. «Ahora están en la calle y estarán cabreados», advierte. Muchos temen que reaparezcan con una nueva ocupación ya sea «aquí, en Betolaza o en el Peñascal, donde también ha habido problemas», lamenta.
Mari Ángeles, 59 años en el barrio, se duele. «Con lo tranquila que era esta calle cuando yo era niña y ahora estamos siempre así». Han quitado «hasta los bolardos que había enfrente de la casa» ocupada. «Se suben a los coches y entran en los pisos, en todos estos primeros han robado», relata un vecino. Ahora todos tienen rejas.
Una vecina del número 22 agradece a los agentes municipales que estén allí pero lamenta «que no vinieran antes». «Un vecino se pasó una semana haciendo guardia para evitar que ocuparan el piso, llamaba a la Policía y ellos se escapaban. Pero, al final, entraron». Y hasta hoy. Eso es lo que nadie entiende. La dificultad para echar a quienes toman al asalto lo que no es suyo. «Esta vez les hemos echado nosotros. Eso está bien. Tenemos que ayudarnos entre todos».
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