Feli, Mayte, Joseba, María Concepción y Maite, retratados esta semana ante una unidad del 27 en una parada deBetolaza. Luis Ángel Gómez

El 27: este autobús queda secuestrado

Como en la película 'El 47', también en Bilbao los vecinos tuvieron que 'demostrar' a las autoridades que las líneas podían llegar a barrios como Uretamendi o Betolaza

Domingo, 15 de septiembre 2024, 10:21

Feli Carretero, una veterana de los movimientos vecinales en Uretamendi y Betolaza, aprovechó el descuento para mayores y bajó el martes a ver 'El 47' en los Golem Alhóndiga. La aplaudida película, dirigida por Marcel Barrena y protagonizada por Eduard Fernández, se basa en unos ... hechos reales que ocurrieron en Barcelona: el 7 de mayo de 1978, un chófer de transporte urbano 'secuestró' su autobús para demostrar que la línea podía llegar hasta Torre Baró, uno de esos barrios periféricos y escarpados que habían levantado los propios vecinos, inmigrantes atraídos por la industria y las posibilidades de futuro de la ciudad condal. En paralelo a la historia, Feli iba repasando sus propios recuerdos, tan similares a lo que mostraba la pantalla: «Es que me vi ahí. Se lo dije a la señora de al lado: ¡esa es mi vivencia! Con la diferencia de que en Torre Baró las chabolas eran de ladrillo y en Uretamendi, de madera y alguna chapa». Y que, claro, aquí la película se habría titulado 'El 27', porque ese era y sigue siendo el número de la línea.

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También en estos barrios, donde Rekalde trepa audazmente por las laderas del Arraiz, se secuestraron autobuses. Y, del mismo modo que en la capital catalana, se hizo con el propósito de doblegar a un Ayuntamiento tozudo, empeñado en que era imposible llevar un vehículo tan grande por esas calles más cercanas al camino que a la carretera. Como ocurre a menudo con la parte de la historia que atiende a la lucha vecinal, aquellos hechos han quedado envueltos en cierta nebulosa que se ha espesado con el tiempo: no siempre resulta fácil datarlos con exactitud, ni tampoco deslindar los detalles de unas acciones de los de otras. Pero la hemeroteca ayuda: la primera mención de EL CORREO a la 'requisa' popular de autobuses se produjo el 16 de abril de 1978, tres semanas antes de la hazaña del chófer barcelonés, cuando los vecinos se apoderaron de dos unidades y las subieron hasta Betolaza. Y, desde luego, no se trataba de su primer secuestro.

«Aquí te tocaba subir la cuesta todos los días dos o tres veces. ¡Y que no se te olvidara comprar nada! El Ayuntamiento nos decía que era imposible que llegasen los autobuses», evocan Feli y otras tres vecinas, Mayte Madrid, Maite Cantalapiedra y María Concepción Olivera. En aquellos tiempos del tardofranquismo y la primera transición, los residentes de las barriadas populares estaban acostumbrados a pelear si querían conseguir mejoras, y en Rekaldeberri (o Rekaldebarro, como solían llamarlo con ironía) había prendido con especial fuerza esa liberadora chispa de insurrección. La primera acción vistosa para reclamar los autobuses fue una manifestación con burros hasta el Ayuntamiento. ¿Por qué burros? «Porque era nuestro medio de transporte de siempre», aclara Maite. Los animales con los que se solían llevar las cántaras de leche cruzaron la villa en una protesta bulliciosa e inolvidable: «Imagínate, con la Policía detrás... Teníamos que ir recogiendo la mierda de los burros», se ríe Mayte, que entonces era una niña pero recuerda con nitidez aquel tiempo en el que los adultos se volvieron traviesos.

Un grupo de vecinos en plena manifestación ante una de las unidades secuestradas., información publicada en EL CORREO el 16 de abril de 1978 e imagen de la protesta con burros. Cedidas por los vecinos de Betolaza

Las autoridades municipales no cedían y la línea seguía terminando en Rekalde, lo que condenaba a los residentes al alpinismo cotidiano por cuestas temibles y escaleras sin fin. «Las mujeres subían cargadas con la cesta de la compra, y hay que tener en cuenta que Betolaza está pegando a donde Jesucristo dio las tres voces. La asociación de vecinos movía todo aquello, pero siempre nos ponían la excusa de que los accesos eran muy empinados, muy estrechos, estaban mal...», relata Rafa Natera, un personaje fundamental en esta historia. Rafa era chófer en una empresa de autobuses y, en aquella época, trasladaba a los obreros que trabajaban en la construcción de la central nuclear de Lemoiz. «Cuando acababa la jornada, subía con el autobús a Uretamendi, a mi casa, y lo aparcaba allí, porque a las cinco de la mañana tenía que levantarme. Los vecinos veían que yo subía a diario con un autobús, así que sí se podía, y me propusieron coger uno de la línea, llenarlo con viajeros y..., eso, subirlo». Así se gestó el primer secuestro.

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No resultó muy complicado, porque, en aquellos años de agitación e incertidumbre, los chóferes del servicio municipal de transportes estaban adiestrados para no ofrecer resistencia en situaciones así. Cuando el autobús llegó a su última parada, abordaron al conductor, Jesús García. «Hablé con él, le dije que cogiera la recaudación, por si acaso, y subí el autobús a la plaza de Uretamendi», relata sencillamente Rafa. Hubo fiesta en el barrio y, a raíz de aquello, la línea 27 se prolongó hasta esa primera meta, Uretamendi, pero también se produjeron consecuencias menos deseables: «La Policía Nacional estuvo buscándome una semana entera. Cuando llegaba con los obreros de Lemoiz, bajaban vecinos a avisarme de que me estaban esperando en casa. Como mi hermana vivía en Muxika, me iba allí a dormir, porque no quería que me detuvieran y que a lo mejor mi patrón me echara a la calle».

No los queman... por ahora

Quedaba pendiente la segunda fase, Betolaza, de acceso todavía más endiablado. Y, por esas gracietas que tiene a veces el destino, ahí le tocó sentarse al volante a un conductor mucho menos preparado para el desafío. Joseba Franco formaba parte de un grupo anarquista que centraba sus actividades en la Universidad Popular de Rekalde: «Uretamendi y Betolaza no eran nuestro barrio. Nos implicamos porque nos importaba más lo que pasaba en los barrios humildes que la política nacional. Y esto estaba hecho un desastre. Nosotros ya habíamos hecho secuestros de vehículos; por ejemplo, para bloquear el puente de Rekalde. No hacían falta ni amenazas. Y el único del grupo que tenía carné era yo. Muchas veces he pensado en qué locura me metí, porque me había sacado el carné un par de años antes y nadie se quería montar conmigo en el coche», evoca. Pero salió bien librado y logró subir un autobús secuestrado hasta Betolaza.

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–Una vez aquí, pintamos los laterales, reclamando la línea para el barrio, y le pinchamos las ruedas.

–Noooo, las desinflamos –corrige Mayte.

–Eso, que éramos civilizados.

Días después, repitieron la operación, pero aquella vez quisieron demostrar también que el autobús podía bajar, así que emprendieron una manifestación hasta la Casa Consistorial con el vehículo abarrotado de vecinos y rodeado de gente. «Me detuvieron allí mismo, en el Ayuntamiento», concluye Joseba, que después tenía que presentarse todas las semanas a firmar en el juzgado pero no tardó en marcharse de Bilbao. Hubo algún secuestro más, hasta el punto de que 'La Gaceta del Norte' llegó a titular una de sus informaciones así: 'Recaldeberri: no han quemado autobuses, por ahora...'. El 1 de julio de 1978, el Ayuntamiento extendió el servicio hasta Betolaza, previa instalación de un semáforo para dar paso alterno por el tramo más angosto y peliagudo, pero esta modalidad de guerrilla vecinal tuvo continuación en otras zonas de la villa: en los 80, fueron los vecinos de Masustegui y Monte Caramelo –también en ese 'cinturón de hojalata' que brotó con el chabolismo– los que 'expropiaron', con idéntico fin, una treintena de autobuses.

¿Cómo recuerdan los dos conductores, casi medio siglo después, aquella curiosa pelea y aquellos tiempos revueltos? «Fuimos poco reflexivos. Estábamos convencidos de que los que habíamos perdido teníamos que ganar, porque había sufrido mucha gente. A veces pienso la que pude haber montado bajando de Betolaza, con 200 personas dentro del autobús y un montón de gente alrededor. Pero también es verdad que, si los políticos avanzaron en aquella época, fue porque la calle los empujó. Se consiguió el autobús y sirvió como precedente», reflexiona Joseba. «La verdad es que subir con los autobuses a Betolaza era casi imposible, te cruzabas con otro y ya no pasabas. Lo hacías porque tenías veintitantos años y te lo proponías», concede Rafa desde el pueblo burgalés donde pasa temporadas. Y añade: «La gente estaba muy unida entonces. Nadie tenía nada, todos necesitábamos de todos, y había otro sentido de compañerismo, otra forma de entender las relaciones con tus vecinos. ¡A ver si veo 'El 47'! A veces, cuando cojo el autobús en Bilbao, voy pensando en aquello que hicimos».

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