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Usted, el de al lado, la mujer de enfrente. Hay gente común, haciendo su trabajo, que de pronto destaca por un acto osado, valiente, arriesgado. Personas corrientes que, ante situaciones extraordinarias, reaccionan así, de un modo extraordinario. Con nervios de acero, con cabeza. ... Aritz Aguiar Basabe, de 20 años, y Ángel Villuela Bezana, de 54, no se conocen, pertenecen a generaciones distintas y tienen diferentes maneras de ver la vida. Pero coinciden en una virtud: son dos héroes de carne y hueso con mucho talento a quienes un día la vida les puso a prueba y supieron estar a la altura. Y eso los ha hecho grandes.
Aritz Aguiar, natural de Sestao, salvó el 15 de junio la vida a un hombre que, deprimido por una ruptura sentimental, estuvo a punto de lanzarse al paso del metro en Portugalete. Lo atrajo a tiempo con su brazo y se sentó con él en el andén, intentando razonar. Ángel Villuela se puso al frente del rescate de un conductor que quedó atrapado en la cabina de su camión minutos antes de que fuera pasto de las llamas. Fue aquel tráiler que bloqueó el acceso a Bilbao por San Mamés el 29 de mayo. Ángel dice que tiene aparcado este episodio en un rincón de su memoria, pero reconoce que lo mira cada vez que pasa por allí con su grúa. Después de su hazaña, Aritz y Ángel, héroes efímeros, siguieron con sus quehaceres. Se perdieron por las calles y escaparon de la historia. Pero su valor y humanidad han sido reconocidas ahora con honores.
Este sábado el Departamento vasco de Seguridad les ha entregado la medalla al Mérito en Emergencias y Protección Civil en una ceremonia en Vitoria. Hay otras dos personas más que también han recibido una medalla, aunque no han podido asistir a la cita. Uno es Youssef Chaiba, marroquí residente en Ondarroa, que se zambulló en el mar en el espigón de Mutriku para rescatar a dos vitorianos arrastrados por una ola. En estos momentos está a bordo de un pesquero. El segundo es Carmelo Arrizabalaga, de Deba, que falleció el 1 de noviembre al sufrir una caída cuando participaba en la búsqueda de una mujer octogenaria de Eibar que se había extraviado. Gente increíblemente inspiradora.
«Los que estamos en la carretera vemos vuelcos todos los días. Pero cuando vi que el chófer aún estaba dentro no me lo pensé dos veces. Allí había cincuenta mil tíos grabando con el móvil pero nadie se movió. Nos acercamos cinco cuando el camión había comenzado a arder. Crucé la grúa para que no pasaran coches y cogí una barra de hierro que utilizo de palanca para sacar los tornillos de las ruedas. A base de golpes y patadas abrimos un boquete en la luna por el que salió el conductor. Cuatro minutos después el camión estaba calcinado. Todavía pienso en él. Igual perdió 300 o 400.000 euros, me he preguntado muchas veces si se quedó en paro».
Con el chófer a buen recaudo, Ángel Villuela, empleado en Grúas Iratxe Carter, dedicada a la asistencia en carretera, y vecino de Rekalde, puso rumbo a su casa, donde su mujer, Klaudia Maddi, le esperaba «con un plato de garbanzos». Y después, este «currante anónimo» volvió al trabajo. «La más emocionada con el premio es mi hija Nahikari. Ha contado en el colegio que salvé la vida a una persona. Mi mujer me dice que ella ya sabía que yo era capaz de eso y de mucho más», comenta. «¿Y si en lugar de llevar rollos de papel es un camión cisterna y explota? Sí, me lo he preguntado muchas veces. Pero estamos para ayudar a los demás, ¿no?».
«Había cenado en casa de mi novia y estaba esperando al último metro para volver a casa. Las once menos cuarto. Estaba leyendo los apuntes de Geografía sentado en el andén de la estación de Abatxolo (Portugalete). Entonces le oí». Hablaba «a voces», era «un hombre de unos 40 años», recuerda Aritz Aguiar, natural de Sestao. «Decía que su novia le había dejado y que quería morir. Le vi que traspasaba la línea amarilla y se inclinaba para...». Aritz, buen deportista -practica hockey patines y boxeo- llegó a tiempo de socorrerle.
«Le enganché con mi brazo por el pecho y lo atraje hacia mí. Decía que quería tirarse y olvidar. Estuvimos un rato abrazados en el andén. '¿Pero por qué?', le dije. Me contó que tomaba estupefacientes y que vivía en Barakaldo. Que para él era todo una mierda. 'Verás como todo mejora', le dije. No sé cómo logré tranquilizarle. Lloraba. Ahora lo volvería a hacer. He cogido la costumbre de no llevar cascos, si llevas auriculares no escuchas lo que hay a tu alrededor y te aísla».
Aguiar acabó el año pasado Bachillerato y ahora prepara las oposiciones para ertzaina, «como mi padre». Habla tranquilo y mira como si ya nada pudiera sorprenderle. Una persona juiciosa metida en un chaval de 20 años. No ha vuelto a tener contacto con la persona a la que le debe la vida. «Le vi hace unos meses en la calle. No quise acercarme, a lo mejor hubiera sido un palo para él. Así que le observé de lejos y comprobé que estaba animado. Eso me tranquilizó mucho».
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