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Pura normalidad, excepto por las mascarillas que aún cubren los rostros en la terminal. El aeropuerto de Bilbao acogió este Lunes de Pascua estampas propias de la era precovid: multitudes, un trajín incesante de maletas, colas en los mostradores de facturación y gente corriendo apurada ... para pasar los controles de seguridad. En resumen, el típico ambiente en un aeródromo en vacaciones, pero algo que no se veía desde que la pandemia cambiara las rutinas en el mundo hace más de dos años. El movimiento hasta sorprendía, parecía una suerte de viaje al pasado.
El Lunes de Pascua es siempre una de las jornadas más importantes del año para 'La Paloma', porque en las pistas se cruzan los que regresan de las fiestas de Semana Santa, los que aprovechan para emprender unas jornadas de asueto e incluso quienes, finalizados sus días libres, viajan por trabajo. En total, 148 vuelos -de los 741 a destinos de sol y playa y a grandes ciudades que se ofertaron desde el miércoles- tomaron ayer tierra y despegaron en Loiu: el récord en lo que va de año y probablemente desde que arrancara la epidemia, según fuentes del aeropuerto de Bilbao. De hecho, fueron solo veinte menos que el mismo día de 2019, año en el que se batieron todos los récords de pasajeros gracias al auge del turismo y de los congresos en Bilbao. Hay que recordar que 2020 fue un ejercicio negro para el sector, que la pasada Pascua el estado de alarma cortó las alas de los viajeros y que el tráfico aéreo empezó a alzar el vuelo el pasado verano, aunque entonces solo se registraron alrededor de un centenar de operaciones diarias durante los días clave. En marzo, 294.759 pasajeros pasaron por el aeródromo, lo que supone el 66,7% de los que lo hicieron dos años antes, pero las aerolíneas confían en darle la vuelta a las cifras esta campaña y ofertan 52 destinos hasta octubre.
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De hecho, la jornada siempre sirve como una especie de termómetro para el sector, a través del cual las operadoras vaticinan el devenir del negocio los meses siguientes. Los augurios parecen buenos, porque toda la algarabía denotó que hay unas ganas enormes de viajar. Gabriel Romero, un joven sevillano de 24 años, regresaba a casa tras visitar a unos amigos bilbaínos y «desconectar» de los estudios y del trabajo que desempeña cara al público. «Es la tercera vez que vengo a Bilbao y siempre me ha hecho bueno», decía en la cola del mostrador de facturación. Tras «salir mucho», también se acercó a San Sebastián a contemplar el choque del Betis. «No sé si este año o el que viene, pero quiero volver», dijo.
La fila para mandar las maletas en dirección a París también era una de las más concurridas. Allí esperaban ciudadanos franceses y vascos, como Raúl Martínez, de Vitoria, junto a sus hijos Telmo y Nicole, muy contentos porque se marchaban a Eurodisney. «Vamos tres días, y otro a París», decía el padre, que les había preparado «dos rutas sorpresa» por la capital del Sena para que conocieran los monumentos obligados. Aunque él ha viajado mucho por trabajo, era la primera vez que les montaba en un avión en pandemia. Valencia también se posicionó ayer como un destino con bastante demanda.
Allí regresaba Mari Ángeles, que visitó Euskadi por primera vez, llena de sensaciones encontradas. «Alquilamos un coche y empezamos en Bilbao, después cruzamos la frontera y visitamos varios pueblos en Francia, pasamos por San Sebastián y recorrimos toda la costa. Nos ha parecido muy bonito, pero todo muy caro. Tenéis unos precios excesivos». En el mismo avión, Josué y Bessy Herrera, dos vecinos de 17 y 16 años residentes en Derio, viajaban emocionados a conocer la ciudad junto a su padre, que les había regalado la escapada. «Teníamos ganas, ya necesitaba un descanso de las clases», apuntaba el joven, alumno de un módulo de Formación Profesional de fontanería y que viajaba por primera vez en avión desde que arrancara la pandemia.
Los viajes a las islas también triunfaron. Aunque Óscar Gutiérrez, cocinero de Eibar de 32 años, también regresaba a casa, en Santa María de Guía, en Gran Canaria. «Fui de vacaciones a Tenerife hace cinco años y me quedé. Allí hay mucho turismo y trabajo en hostelería y el clima gusta», explicaba junto su pareja, estudiante de Odontología, con la que recorrió varios rincones de la costa.
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