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Nadie iguala su colección de nueve entorchados de la Euroliga, pero Zeljko Obradovic (Cacak, 1960) no solo es un ávido conquistador de títulos. Seduce y convence con un discurso vehemente y apasionado. Defiende sus ideas, pero también el derecho de réplica de sus jugadores ... y de sus colaboradores. «No quiero trabajar con nadie que me diga siempre que tengo razón», avisa como quien desea espantar la adulación. Un instinto baloncestístico genial y un espíritu guerrero incansable.
-Zeljko Obradovic, de oficio ¿ganador o entrenador?
-Entrenador, por supuesto. Me siento feliz haciendo mi trabajo. Cuando logras algo importante como las victorias o los títulos estás contento. No muchas personas tienen la posibilidad de trabajar en algo que les encanta.
-En sus comienzos como entrenador en el Partizan, no dormía para encontrar las respuestas a los problemas que le planteaban los jugadores. ¿Las sigue encontrando?
-Lo intento. En mi trabajo, la clave es que los jugadores confíen en ti. Tienen que entender que, en un momento dado, pueden venir a mí. Hay una cuestión fundamental; yo también quiero escucharles. A fin y al cabo, son los protagonistas y los responsables de todas las decisiones en el campo. Me encanta escuchar a los jugadores, hablar con ellos y decidir lo que es importante para nuestros juego.
Los comienzos en el partizan
-En algún momento usted también ha asegurado que los jugadores son unos cabrones, con perdón. Explíquese.
-Siempre lo he dicho en el buen sentido de la palabra (risas). Cuando un jugador piensa, quiere ser listo y hace preguntas es lo mejor que le puede pasar a un técnico. Si estás en un entrenamiento y todo el mundo dice 'amén' a lo que tú dices, es que los jugadores pasan de ti. No quiero trabajar con gente que me diga siempre que tengo razón.
Reciclaje
-Cuando comenzó a entrenar, ¿los jugadores eran más cabrones que ahora?
-Depende. Hay y siempre habrá jugadores que intentar competir a un gran nivel. Están los que lo logran y otros que no pueden, aunque siempre hay que valorarles el esfuerzo. Luego están los que pasan de todo.
-¿El talento es un bien cada vez más escaso en el baloncesto europeo?
-No lo creo. Estoy haciendo mi sexta temporada en el Fenerbahce. Seis jugadores que entrenaba ahora están en la NBA. Algunos de ellos tienen un papel importante en sus equipos y juegan muchos minutos. Por algo será. Mi equipo no es el único caso. Creo que en Europa trabajamos bien con los jugadores. Todos quieren probar alguna vez en Estados Unidos. Unos se van y llegan otros más jóvenes. Es algo normal.
Contra el conformismo
-¿Recuerda cuándo se enamoró del baloncesto?
-Perfectamente. Todo empezó en 1970. Era el campeonato del Mundo en Liubliana y yo tenía diez años. Desde entonces, sigo el baloncesto. Quizás el momento más importante fue tres años después, cuando la selección de Yugoslavia se proclamó campeona de Europa en Barcelona. Allí jugaba un chaval de 20 años que se llamaba Dragan Kicanovic, que era también de mi pueblo, Cacak. Para nosotros, él era un ídolo. Cuando tienes un ídolo, te fijas en él y sueñas con que algún día puedas parecerte un poco a él.
-Lo suyo fue un tránsito instantáneo de jugador a entrenador. ¿Cómo recuerda aquella reconversión?
-Fue duro. Era el capitán de la selección de Yugoslavia antes del Europeo de Roma. Todos sabíamos que teníamos una gran oportunidad de ser campeones. Pero llegó una noche en Belgrado cuando me llamaron desde el Partizan, que era mi equipo. Fui a casa del vicepresidente del club, que no era otro que Dragan Kicanovic. Ahí había varios directivos y me ofrecieron el puesto de entrenador. Era una propuesta respecto a la cual debía decidirme de inmediato, aquella misma noche. Pedí que me dejaran un mes más para pensarlo, pero me dijeron que no, que era ahora o que buscarían otra opción. Lo consulté con mi padrino, Milenko Savovic.
-¿Le entraron dudas?
- Sí, pero decidí dar el paso adelante. Al día siguiente, fui al aeropuerto a contárselo a mis compañeros de selección y a 'Duda' Ivkovic, entonces seleccionador. Recuerdo que los dos primeros meses fueron muy duros. Simplemente, no dormí. Siempre tenía en mente cualquier ejercicio o las preguntas que me podían hacer los jugadores. ¿Qué iba a pasar si no tenía respuestas? Ese fue mi problema. Antes de los entrenamientos, preparaba cada detalle para tener esas respuestas.
Exilio en Fuenlabrada
-¿Su primer título logrado con el Partizan en 1992 es quizás el más querido?
-Sí. Yo era un entrenador joven que vivía su primera temporada en un banquillo. Aparte de la gente que trabajaba conmigo, nadie confiaba en mí. Todo el mundo se preguntaba cómo un exjugador del Partizan podía haberse convertido tan rápido en entrenador. Hubo mucha gente que me ayudó; desde el profesor Nikolic hasta Milenko Savovic o Dragan Kicanovic. También tuve el apoyo de los jugadores, que me conocían de sobra después de haber jugado juntos. Llegó la guerra en mi tierra, tuvimos que disputar nuestros partidos en Fuenlabrada y allí la gente se volcó con nosotros. Nos llamaban el Partizan de Fuenlabrada, una ciudad en la que dejamos amigos para toda la vida. Pero lo más importante es que aquel Partizan quizás fuera el equipo más joven que ganó la Euroliga. La edad media de los jugadores era de menos de 22 años. Toda aquella generación encontró su sitio en un mundo del baloncesto que no es fácil.
Empuje vital
-Ha citado a grandes referencias como Kicanovic, Ivkovic o Nikolic, pero ¿quizás sea usted el 'menos balcánico' de la escuela balcánica de entrenadores o el más flexible con el jugador?
-No lo sé, pero sí creo que ese aspecto es importante. Después del primer año en el Partizan, tuve ofertas para salir fuera pero decidí quedarme una temporada más para poder seguir aprendiendo con el profesor Nikolic. Luego, llegué con 32 años a un club que entonces era muy grande, el Joventut. Ahí me di cuenta perfectamente de que, cuando te encuentras en una cultura distinta y con gente que piensa de manera diferente, te tienes que adaptar. Más adelante, siempre intenté amoldarme a la realidad de cada club en el que trabajaba.
-¿Se imagina sin entrenar?
-Sin ningún tipo de problema y estoy preparado para cuando llegue ese momento. En la vida hay muchas otras cosas que puedes hacer. Cada vez que he tenido un año sabático he disfrutado mucho. En mi último año sin entrenar me fui a ver la pretemporada de los Detroit Pistons y más tarde vine a ver la Copa del Rey, que entonces se disputaba en Vitoria. Puede que viera algún partido más, quizás un derbi entre el Estrella Roja y mi Partizan. No vi nada más, ni siquiera por televisión. Tenía otras ocupaciones.
9
Obradovic es el entrenador con más títulos de la Euroliga de la historia del baloncesto europeo. Nueve galardones logrados con cinco clubes diferentes (Partizan, Joventut, Real Madrid, Panathinaikos y Fenerbahce). Aventaja con amplitud a un grupo de entrenadores míticos -Ettore Messina, Aleksander Gomelsky, Pedro Ferrándiz y Bozidar Maljkovic-; todos ellos con cuatro títulos en el máximo torneo continental.
La primera muesca
El serbio consigue su primer entorchado europeo a los 32 años, en su primera temporada como entrenador tras aceptar el puesto en el Partizan. Ya había participado como jugador del club de Belgrado en la Final Four de Gante 1988, pero viste de traje y corbata en la de Estambul 1992. Su Partizan rompe todos los pronósticos y se proclama campeón tras una final taquicárdica contra el Joventut, resuelta con un triple de Djordjevic al filo de la conclusión (71-70).
Capitán 'plavi'
Su carrera como jugador arrancó en el club de su Cacak natal para después aferrarse a los colores del Partizan. Base de corte clásico, ejerció de capitán de la selección yugoslava, que concentró una ingente cantidad de talento antes de que la guerra de los Balcanes forzara la disolución. Obradovic fue el jefe de vestuario del combinado 'plavi' que fue plata en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 y oro en el Mundial de Argentina 1990. Estaba rodeado por imberbes como Velimir Perasovic, Drazen Petrovic, Zoran Cutura, Toni Kukoc, Vlado Divac o Zoran Savic, entre otros.
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