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Y, 208 días después, el público regresó a las gradas del Buesa Arena. Para ganar al Real Madrid, nada menos. Una postal muy diferente ... a la de aquel 8 de marzo en el que Baskonia e Iberostar Tenerife, sin saberlo, disputaron el último partido antes de que la pandemia frenara la vida y el deporte. Entonces las cifras oficiales hablaban de 8.145 espectadores. El duelo de fue presenciado 'in situ' por 400 (200 abonados particulares y 200 abonados de empresa). Sin los cánticos de Indar, sin la txaranga, sin los abrazos con el vecino de butaca. Sin muchos ruidos más que el rechinar de las zapatillas contra el parquet y los gritos de Dusko Ivanovic y Pablo Laso. Es otro baloncesto, pero es un primer paso hacia ese día en el que el coliseo azulgrana recupere todo su color sin sorteos que decidan quiénes son los afortunados aficionados que puedan disfrutar en directo de su pasión. Canastas contra la melancolía.
Porque 6 meses y 21 días suena a condena eterna para cualquier aficionado baskonista. Una liberación que se notaba en caras enmascaradas con miradas de emoción, de ilusión... El primer partido del nuevo baloncesto. Porque «por la tele no es lo mismo», sentenciaba Iker Sanz. Pero fue un día, eso sí, de «sentimientos encontrados», resumía Blanca Rivero. «Por un lado, muchas ganas de ver baloncesto en directo; pero por otro es un poco triste, te vas a encontrar muy solo, muy frío».
Un reflejo de las sensaciones que flotaban por los aledaños del Buesa Arena antes del partido. Del «gusanillo» que sentía Aitor Sanz por el reencuentro a la «incertidumbre» de Julio Pérez Cernuda. «Mucha emoción», expresaba Garbiñe Alaña. «Se va a hacer raro ver un campo así tan vacío», apuntaba el joven Aitor Murillo. Es, al fin y al cabo, «un paso hacia la normalidad», subrayaba Pablo Altuna. «Poco a poco, con cuidado».
Con la protocolaria toma de temperatura (37,5 como límite para poder entrar), mascarilla obligatoria, gel hidroalcohólico y el metro y media de distancia que impone la normativa sanitaria. Cuatrocientos aficionados repartidos en siete sectores alrededor del palco. Casi 15.000 asientos vacíos. Demasiados, según la opinión mayoritaria. Engalanado con bufanda y camiseta, como en las grandes citas, Carlos Aizpuru recordaba que ante el Bilbao Basket en la Euskal Kopa, en Mendizorroza, hubo más espectadores (445) en un recinto mucho más pequeño. «Las matemáticas no salen», bromeaba. Pero «hay que tener un poco de cuidado, no puede haber multitudes», precisaba José María Martínez de Zabarte. Todos coincidían en su «suerte». Volver, en el estreno de la Euroliga y ante el Real Madrid. «No es un partido cualquiera», destacaba Miguel Ángel Rivero. «Para el próximo vendrán otros», asumía Zabarte.
Dentro, esa estampa extraña de un Buesa casi vacío. Ese silencio que antes del partido rindió homenaje al jugador nigeriano Michael Ojo y al médico del CSKA, fallecidos durante la pandemia, y durante el juego se rompía con los aplausos que, entre la emoción y la timidez, acogían las canastas del conjunto vitoriano. Sin moverse de la localidad asignada, con permiso únicamente para hacer uso de los aseos.
Un partido diferente, de atmósfera extraña, pero que quedará en la memoria de cuatrocientos afortunados aficionados baskonistas como el día en el que volvieron a citarse con su equipo. Un 2 de octubre del perverso 2020, un triple para empezar a lo grande la Euroliga y la remontada en las gradas del Buesa Arena.
Baskonia - real madrid
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