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A base de analizar las actuaciones de los compromisarios del Athletic durante años, de descifrar sus paradojas y arcanos, de ver naves ardiendo más allá de Orión a horas intempestivas, los periodistas que cubrimos la actualidad rojiblanca nos hemos convertido en expertos en asambleas. Ocurre ... algo parecido en el Vaticano, que no deja de ser también el territorio nuclear de una religión. Allí abundan los vaticanólogos profesionales que interpretan como nadie los movimientos de la curia. En cierto modo, son una referencia por la dificultad extrema de su trabajo, pero creo yo que podemos empezar a desterrar esta percepción. No digo que los designios de un cardenal no sean algo complejo de discernir. Ahora bien, las asambleas del Athletic son todavía más complicadas.
De hecho, pueden darse sorpresas incomprensibles como la que vivimos ayer en el palacio Euskalduna, donde se produjo algo inédito hasta la fecha en este tipo de cónclaves: una absurda discusión en torno a un supuesto precepto de los estatutos del que nadie tenía noticia. El protagonista de la confusión fue el secretario de la junta directiva, Fernando San José, que antes de las votaciones informó de algo sorprendente. Se trataba de que para ganar cualquiera de ellas la directiva no iba a necesitar la mayoría simple de los asistentes, como ha sucedido siempre y hay unos cuantos ejemplos, empezando por el presupuesto que aprobó Fernando García Macua en 2009, sino una mayoría absoluta; es decir, de más del 51%.
En un primer momento, no dimos a esta cuestión más valor que una cierta extrañeza. Bastante arduas son las asambleas como para estar atentos, despiertos como buenos centinelas, a todos los pequeños detalles y dudas que se van suscitando durante los discursos. Pero como las pifias las carga el diablo y la ley de Murphy siempre está ahí, latente, al acecho, sucedió lo imprevisto. La junta vio cómo los compromisarios le daban una mayoría favorable raspadísima de ocho votos. 284 frente a 276. Sin embargo, como con ellos sólo llegaba al 47% de los emitidos, San José admitió con deportividad que el presupuesto había sido tumbado.
Un estado colectivo de perplejidad se extendió entre los asistentes y recorrió el laberinto de pasillos y escaleras del palacio Euskalduna, donde uno siempre tiene el temor de encontrarse con un asistente a su inauguración que vaga perdido desde entonces, incapaz de encontrar la salida. Imagino que hasta Josu Urrutia y sus exdirectivos, que con la excepción de Alberto Uribe-Echevarria y Ángel Corres, acudieron a la asamblea juntos y convencidos, con la determinación del pelotón de Spengler que finalmente salvará a la civilización, no darían crédito a lo sucedido.
La rectificación llegó a las tres y cuarto de la tarde, antes de proclamar a los dos compromisarios, Josu Arteta y Gorka Cubes, que se incorporarán a la comisión de reforma de estatutos. Como era de esperar, provocó algunos aplausos, pero también numerosos silbidos y protestas. Y tampoco es de extrañar. No sólo porque los partidarios del no vieron cómo acababan perdiendo la votación por un minúsculo puñado de votos que recordó al que hizo caer a Alberto Uribe-Echevarria en las pasadas elecciones, sino por la desagradable sensación de chapuza e improvisación que tenía rectificar de ese modo en algo tan simple como distinguir los conceptos de mayoría simple o absoluta en un artículo de los Estatutos.
Ni siquiera la falta de experiencia de una junta directiva nueva, y desde luego la de un secretario que nunca había toreado en una plaza como la asamblea del Athletic, sirvió para evitar ese malestar y para desear que, en próximos años, las cosas se hagan mejor. Para ello quizá convenga desterrar el 'bienquedismo' actual, esa obsesión de Elizegi y los suyos porque les quiera todo el mundo ya que el Athletic es una familia feliz. Es probable que, de ese modo, ayer no hubieran llevado el garantismo hasta el ridículo de pegarse un absurdo tiro en el pie y empañar lo que fue una importante victoria en su primera asamblea. Apretadísima, pero victoria al fin y al cabo.
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