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El partido contra el Manchester United en Old Trafford ocupa un lugar privilegiado en la memoria rojiblanca. Lo que ocurrió en el Teatro de los Sueños fue real y puso al Athletic bajo los focos del fútbol mundial, que asistía entre asombrado y maravillado al ... despertar de un equipo histórico dirigido por Marcelo Bielsa. Pero hay otro encuentro que llegó justo después y del que no se habla tanto pese a que reflejó en todo su esplendor las virtudes de una plantilla trabajada y exprimida al límite por el técnico argentino. Este domingo se cumplen ocho años desde la memorable noche en el Veltins Arena, donde el conjunto bilbaíno estuvo a punto de recibir el acta de defunción expedido por el Schalke 04, pero resucitó y acabó deslumbrando con una victoria (2-4) que anticipó su clasificación para las semifinales de la Europa League. Allí, ante casi 54.000 espectadores, 'El Loco' protagonizó un episodio curioso que prendió la mecha de la remontada y empujó a sus hombres a abalanzarse sobre los alemanes.
El Athletic venía de desmontar al United en los octavos de final y el Schalke estaba avisado de lo que se le venía encima. Ambos equipos ofrecieron un partido para el recuerdo cuya clave –o una de ellas– estuvo en la reacción de Bielsa tras el empate a dos conseguido por Fernando Llorente (m.74). Los rojiblancos se habían adelantado gracias también al hoy delantero del Nápoles, pero el equipo liderado entonces por Raúl González Blanco se vino arriba, dio la vuelta al marcador e hizo sufrir un mundo a los bilbaínos. Pues bien, en un córner llegó el testarazo del riojano y la igualada cuando peor lo estaban pasando los vizcaínos. Nada más marcar, Muniain se subió a los hombros del gigante de Rincón de Soto, Ibai le abrazó, el banquillo estalló de alegría... Los jugadores se juntaron un momento para animarse y replegarse, defender un buen resultado que les permitía traer un buen resultado en Bilbao. Y entonces escucharon un grito, una voz. «¡Que sigan atacando, que sigan atacando!».
Los abrazos y felicitaciones se sucedían –«no sé cómo salimos de aquello», comentaría años después en una charla informal uno de los protagonistas– y los rojiblancos comentaban entre ellos que quedaba un cuarto de hora y que tocaba defender algo que solo unos minutos antes parecía imposible. Entonces uno de ellos escuchó unos gritos en medio de un ruido infernal. Era Bielsa, que le pedía con gestos que se acercara a la banda. Fue corriendo hacia allí y se encontró con un hombre encendido, volcánico, empeñado en transmitir una consigna de obligatorio cumplimiento. Agarró al jugador y le gritó: «¡Ataquen, ataquen y ataquen, que sigan atacando!». Abrumado por el mensaje recibido, regresó con sus compañeros y comunicó la orden. Obedecieron, y con las fuerzas que les quedaban se fueron hacia arriba. Ganaron 2-4.
Antes de esta tormenta en el minuto 75, el Athletic había abierto el choque de maravilla. Una combinación entre Iraola y De Marcos por la banda derecha acabó con el balón en las botas de Susaeta, quien remató y el rechace lo cazó Llorente para hacer el 0-1. Pero solo unos segundos más tarde apareció Raúl para transformar en gol un buen pase de Uchida. El encuentro enloqueció y las oportunidades se sucedían –Farfan, Llorente, el propio Raúl, Papadopoulos...–, pero hubo que esperar hasta la hora de juego para ver cómo el ex del Real Madrid firmaba un tanto de bellísima factura y ponía por delante al Schalke. Remontada. Los alemanes apretaron hasta la asfixia, bombardearon a Iraizoz, pero los rojiblancos aguantaron y entonces llegó el córner que lo cambió todo.
Llorente robó la cartera a sus vigilantes e hizo el 2-2. Locura. Felicidad. Y los gritos de Bielsa. Surtieron efecto, su ambición, desmedida, llena de fe. De Marcos puso al Athletic de nuevo por delante (m.81) y en el descuento Muniain culminó una buena asistencia de Susaeta para reventar la eliminatoria. A falta de piernas, los bilbaínos tiraron de corazón y tumbaron al Schalke. Hubo un partido de vuelta (2-2), pero la historia se escribió en una ida en la que el Athletic atacó incluso cuando no podía.
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