A los jugadores del Athletic les gusta mucho decir que son una cuadrilla de amigos. Lo afirman muy convencidos y con el énfasis de quien muestra en público un hecho diferencial del que se siente orgulloso. Ese mensaje, por supuesto, tiene un significado tácito ... que no se le escapa a nadie: los demás equipos no son como nosotros, no disfrutan de nuestros vínculos de amistad, no dejan de ser profesionales de cualquier parte del mundo que van a lo suyo. No entremos ahora a valorar las connotaciones de ese discurso y mucho menos a contrastarlo con la realidad. Nos llevaría demasiado tiempo y seguramente se nos dispararían la bilirrubina y el colesterol. Señalemos, sin más, que ha triunfado dentro de la plantilla del Athletic hasta instalarse como un lugar común.
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Lo primero que hizo Berenguer como futbolista rojiblanco fue, precisamente, caer en él. Y con los brazos abiertos. Fue muy llamativo. El navarro sólo había entrenado una vez con sus nuevos compañeros, a quienes conocía por referencias. No dejaba de ser, pues, un paracaidista que acababa de aterrizar en Lezama. Sin embargo, el hombre se dio cuenta de inmediato de la diferencia. ¡Aquello era una cuadrilla de amigos! Su percepción no hubiera sido más rápida si, al entrar en los vestuarios, se hubiera encontrado con los jugadores de Garitano vestidos todos de arrantzales y con una gran pegatina de 'Moskotarrak' a la altura del corazón.
Esta cuadrilla de la que hablamos se puso en acción la mañana del lunes. Los códigos de amistad les obligaban por lo visto a actuar sin dilación. Teniendo en cuenta la grave crisis que atraviesa el equipo, agudizada tras dos partidos indignos en los que su imagen quedó por los suelos, lo lógico hubiera sido pensar que los futbolistas rojiblancos se movilizarían para organizar una conjura. Los argentinos suelen hacerlo alrededor de un buen asado. Ya se imaginan: hablarían los capitanes, luego tomarían la palabra todos los jugadores que quisieran, se dirían las cosas a la cara con sinceridad y, cada vez más convencidos y exaltados, acabarían haciendo un juramento colectivo para una redención inmediata.
Pues no, oiga. Nada de eso. La cuadrilla se movilizó para intentar repescar a uno de sus antiguos integrantes, Fernando Llorente, que quiere volver a casa. Los jugadores presionaron al club para que fichara al riojano durante todo el día, el último del mercado. Este tipo de movimientos internos, las pocas veces que se producen, suelen quedar ocultos. De hecho, cuando los medios informamos sobre ellos -como hizo el lunes mi compañero Javier Ortiz de Lazcano- son muchos los que acostumbran a negarlos o a ponerlos entre interrogantes. En estos tiempos, sin embargo, ocultar según qué cosas es imposible. Que Dani García diera un 'like' a un 'tuit' en el que se hablaba del fichaje de Llorente -podía haberlo hecho lo propio con el de Javi Martínez pero prefirió abstenerse, quién sabe por qué- ya fue más que sospechoso. Lo de Berchiche, sin embargo, fue definitivo. «No hemos podido hacer más», se atrevió a escribir, como si los jugadores se hubieran encontrado en Ibaigane con un muro infranqueable y arbitrario de incomprensión.
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Joder con la cuadrilla. En un momento como el actual, con la que está cayendo, lo último que le faltaba era ponerse a presionar de este modo tan descarado a la directiva. La desfachatez es insólita. ¿Quiénes son ellos para pedir el fichaje de nadie e incluso para meterse de lleno en las negociaciones?¿Acaso no les basta con ganar unas millonadas que no merecen para encima permitirse el lujo de reclamar la contratación de un amiguete? Y además haciéndolo con ventajismo, aprovechando una coyuntura tan complicada de la que ellos son los principales responsables. Que Rafa Alkorta lo interpretara ayer como un acto de responsabilidad por parte de los chicos, casi de generosidad, es una broma pesada. Como lo fue su papel como simple correa de transmisión en los sucesos del lunes.
Hablando de papeles, el del club en este asunto ha sido como para hacérselo mirar. Se supone que, después de esto, habrán terminado ya los tiempos de compadreo con los jugadores por parte de Elizegi y su junta. Lo cierto es que este sainete hubiera sido imposible con una directiva fuerte, con criterios claros y una autoridad bien apuntalada. Dejar que unos jugadores que deberían estar haciendo penitencias por ahí se te suban a las barbas de esta manera es realmente triste. Pero todavía es peor la torpeza inexplicable de permitir que, al cabo de ochos años, te estalle en la cara un caso polémico que debería estar más cerrado que la tumba de Juan XXIII. ¡Y Alkorta encima no lo da por zanjado y dice que «nunca se sabe» lo que puede pasar en el mercado de enero!
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Cuanto más piensa uno en ella, más irritante resulta la actitud de los jugadores. Por lo que significa. No se trata ni siquiera de valorar la conveniencia o no del fichaje de Llorente, de sus pros y sus contras. De eso llevamos discutiendo mucho tiempo. Se trata, como decía, del significado. Resulta que para salir del pozo al Athletic ya no le vale con su actual plantilla sino que necesita a un futbolista que en febrero cumplirá 36 años y lleva tres temporadas en el limbo, pero al que sus amigos de la cuadrilla de Bilbao le ven ahora como el primo de Zumosol que les sacará del atolladero. Y no sólo eso. Queda un segundo significado: ahora que el fichaje no se ha consumado, pueden utilizarlo como una buena excusa. Justo lo que faltaba.
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