Roma 1-1 Athletic

El Athletic se lleva un buen empate de Roma

Lo cierto es que fue un partido muy igualado y tirando a feo. Si uno se toma la molestia de poner virtudes y defectos de los dos equipos en una balanza, ésta no se inclina para ningún lado. Ambos pecaron de las mismas cosas –pocas ideas, escasa fluidez y profundidad, y abuso de los balones largos– y se aprovecharon también de las mismas: intensidad, oficio y una lectura eficaz a la hora de aprovechar su momento. Los 'giallorossos' lo hicieron a partir del minuto 20, cuando consiguieron meter en su campo a los rojiblancos, y éstos –ayer de un color difícil de calificar–, a partir de la hora de juego, cuando los pupilos de Juric se replegaron casi a golpe de corneta.

El regreso a Europa hay que calificarlo, por tanto, de positivo, con la única sombra de un espectáculo lastimoso: el que protagonizó un grupo de hinchas radicales a los que –cráneos privilegiados como son– no se les ocurrió otro cosa que ponerse a lanzar bengalas tras el gol del empate. A Valverde se lo llevaban los demonios y con toda la razón. Pásate seis años sin jugar un torneo continental, ten la suerte de poder hacerlo en el estadio Olímpico de Roma, un escenario grandioso donde uno puede sentir la presencia de Abebe Bikila y Francesco Totti, y a la primera oportunidad tu afición queda en mal lugar por un pequeño grupo de mastuerzos.

El Athletic salió al campo con mucha personalidad. Lo último que pareció fue un equipo que llevaba desde 2018 sin jugar en Europa y, por tanto, podía sentirse un poco cohibido y expectante ante la nueva experiencia. Todo lo contrario. Los rojiblancos se pusieron a presionar alto y provocaron un cortocircuito en la Roma, con graves problemas para sacar la pelota. Los tres centrales la repasaban una y otra vez, sin poder encontrar a Cristante para que la jugara, de manera que acababan pegándole en largo y perdiéndola. Estaba muy cómodo el Athletic, que además era capaz de llegar con peligro. Lo hizo ya a los dos minutos con un gran pase de Vivián a Guruzeta, al que se le escapó su volea, y sobre todo en el doce, cuando a Iñaki Williams se le fue alto un remate muy cerca de la portería, llegando en carrera.

Todo era de color de rosa, en fin, para la tropa de Valverde, donde Beñat Prados jugaba con un rango que no se le ha visto desde marzo. De hecho, los leones hasta creaban peligro a balón parado. A Paredes se le fue alto por poco un gran cabezazo tras un córner. Esto sucedió pasado el cuarto de hora. A partir de ese momento, sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar, al principio de una forma imperceptible y, poco a poco, de una manera más evidente. El Athletic, sencillamente, dejó de jugar. ¿La razón? No es fácil saberlo, la verdad. Seguramente, se vio tan cómodo con su trabajo de zapa y con la marcheta que llevaba el partido que se olvidó de jugar y de mirar a la portería de Svilar.

Fue un error grave. Y es que una cosa es permitir que el rival tenga la pelota y otra no verla ni en pintura. Por mucho que la Roma hubiera parecido inofensiva hasta ese momento, era evidente que tenía muy buenos futbolistas en su frente de ataque, gente como Dovbyk, Dybala y Baldanzi, que no conviene dejar que se active. Y el Athletic se lo permitió. Dejó a los romanistas tocar y tocar –262 pases frente a 55 se registraron en el minuto 36– y, al final, les costó caro. En concreto, el 1-0 en una jugada que comenzó Dybala y, tras un pase perfecto de Angeliño, resolvió Dovbyk con un cabezazo picado.

En el segundo tiempo cambiaron las tornas. El Athletic salió con más ambición, como al comienzo del partido, y volvió a acercarse a Svilar. Unai Gómez tuvo una buena ocasión en el minuto 51, pero no le pegó bien. Una vez más, el bermeano no pudo hacer olvidar a Sancet, ausente por lesión, como tampoco Djaló supo aprovechar su oportunidad. Estuvo tan voluntarioso como impreciso. Todavía tiene que encontrar su sitio y jugar con confianza. La realidad es que el Athletic, al que Agirrezabala salvó del 2-0 tras un tropiezo de Paredes que dejó solo a Soulé, mejoró con los cambios. Las entradas de Berenguer y Nico Williams le dieron otro aire. De repente, la pelota era suya y todos tenían a Svilar entre ceja y ceja. Mientras los de Juric sacaban su manual de resistencia, los bilbaínos se lanzaron a por el empate. No lo hicieron con mucha clarividencia, pero sí con la insistencia necesaria para conseguir el empate que merecieron.