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Hay empates que se lamentan como derrotas y empates que se celebran como triunfos. El de este domingo en San Mamés es el ejemplo más claro. Mientras los jugadores del Valencia se retiraban cabizbajos y deprimidos al vestuario, San Mamés celebraba con los suyos ese ... punto llovido del cielo en el último suspiro.
El Athletic acabó sumando a base de pico y pala. El desenlace dice mucho de la capacidad de sufrimiento del equipo, de su determinación para no rendirse hasta el último aliento, de una fe tan indomable que es capaz de mover montañas como la que creció este domingo en La Catedral. Pero de fútbol, mejor no extendernos demasiado. No fue el mejor día de los rojiblancos, para qué nos vamos a engañar. Faltó claridad en jugadores determinantes que no estuvieron a la altura de ocasiones anteriores. Tienen derecho a tener un mal día, claro. Y su mérito estriba en que incluso en una tarde negada, tuvieron los suficientes arrestos para salvar un punto.
No fue el día de Ruiz de Galarreta, ni de Sancet, que alternaron alguna acción de mérito con errores de bulto que pudieron costar caros en defensa pero, sobre todo, arruinaron algunas oportunidades de armar jugadas prometedoras, como se dice ahora. Y si los líderes no están inspirados, la tropa se queda sin faros para orientarse. Iñaki Williams lo intentó en solitario y acabó dando el centro que valió el empate, justo premio a su trabajo. Su hermano Nico estuvo más disperso. También le dio el balón a De Marcos en el primer gol, pero se echó en falta más inspiración y, sobre todo, más continuidad en sus acciones.
Hay partidos que dan mala espina desde el principio. Este fue uno de ellos. Al Athletic le costó dos minutos largos cruzar el centro del campo y eso en San Mamés es una eternidad. Iñaki Williams puso a prueba por primera vez a Mamardashvili en el minuto 22. Para entonces, a Javi Guerra ya se le había ido un cabezazo alto en posición inmejorable y De Marcos salvó un gol en una jugada en la que el Valencia movió el balón de lado a lado del área rojiblanca como quien lava.
Unai Simón podía haber salido como el héroe de una victoria sufridísima pero terminó como un porterazo que es capaz de sostener a su equipo hasta todos los límites humanamente comprensibles. Ocurre que Unai Simón, siendo como es un pedazo de portero, es humano. El patrón de los imposibles, según la advocación católica, es San Judas Tadeo, que este domingo no estaba convocado por Valverde. Unai hizo lo que parecía imposible hasta en tres ocasiones, dos en la primera parte y una en la segunda, cuando le robó el balón de la bota a Hugo Duro de una manera inverosímil. Pero no pudo con dos remates a bocajarro que acabaron hundiendo a un Athletic que no terminó de salir a flote en toda la tarde ante un Valencia que le sorprendió desde el principio con un fútbol dinámico y alegre que saltó con demasiada frecuencia la presión casi nunca bien ejecutada en el centro del campo.
La de este domingo era una de esas pruebas que el Athletic tenía que pasar para confirmar que este año sí, que este año va en serio y no va a flaquear en el momento más inoportuno. Sumar los tres puntos ante un rival más o menos directo suponía la permanencia en el grupo de cabeza, presentar formalmente una candidatura a más altas cotas que tener un buen pasar, ya saben, todas esas cosas que se dicen antes de los partidos cuando la esperanza es gratis y la ilusión tiene buena salida en el mostrador.
Si atendemos al marcador es obvio que el equipo no cumplió con las expectativas y lo pasó mal ante un rival exigente con algunas buenas individualidades y, sobre todo, el descaro y el optimismo propio de un equipo que sabe que está rindiendo por encima de sus expectativas.
Si nos fijamos en las circunstancias que propiciaron que se llegara a ese marcador, hay que reconocer que el Athletic supo suplir su falta de juego con una entrega y una fe dignas de mejor causa. El problema es que, entre pitos y flautas, los rojiblancos han sumado cinco puntos de los nueve últimos que ha disputado en casa y se ha vuelto de vacío de Montjuic y Anoeta lo que hace un cinco de quince que es una media muy pobre para aspirar a nada serio.
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