Mallorca tiene algo estupefaciente para el Athletic. Ganen, empaten o pierdan, estén los dos equipos más arriba o más abajo, no se recuerda un buen partido de los rojiblancos ni en el viejo Luis Sitjar ni en el nuevo estadio. Esta última visita ha seguido ... el guion habitual, aunque la adrenalina de los últimos instantes compensa los narcotizantes noventa minutos anteriores. Es verdad que el fútbol te da y te quita y en Mallorca se volvió a comprobar: el Athletic recuperó con mucha fortuna el punto que el Sevilla le birló hace cuatro días en un desgraciado accidente.
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Atuendos veraniegos en la grada, un campo en obras, una alineación inédita del Athletic y comentarios tangenciales al partido, como el regreso de Ruiz de Galarreta, le dieron al choque un aire como de partido de fin de curso, uno de esos encuentros que hay que jugar porque así lo dicta el calendario. Pero había mucho en juego, muchísimo, sobre todo para el Athletic, pero no se notó hasta los minutos finales, cuando los de Valverde se tuvieron que lanzar con todo a evitar la catástrofe y los locales se empeñaron en una defensiva de tintes heroicos después de pasarse el partido regalando el balón a un rival que no les estaba haciendo ni cosquillas.
La secuencia de tres partidos en una semana y las ausencias obligadas por sanciones y lesiones se combinaron para que Valverde improvisara una alineación inusual, empezando por la portería y siguiendo por todas las líneas. Unos cambios se entienden por la necesidad de repartir esfuerzos, otros por las ausencias obligadas, y alguno se presta a la especulación a falta de una explicación convincente del técnico.
No fue la alineación novedosa la principal causante del flojo partido del Athletic, aunque los que estuvieron en el campo rindieron en general por debajo de lo esperable por las trampas tendidas por el Mallorca, que no tuvo ningún reparo en jugar como visitante en su propio campo.
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Los de Aguirre le regalaron el balón al Athletic y los de Valverde no supieron qué hacer con él. Les suele pasar a menudo en San Mamés cuando se encuentran con un rival encerrado, así que si les pasa en casa con un equipo pensado para atacar al son de la txalaparta, qué se puede esperar cuando les plantean el mismo problema pero en campo ajeno.
Javier Aguirre es uno de esos técnicos de la vieja escuela que no necesitan discursos repletos de esdrújulas para explicar su plan. Cinco atrás, una línea de cuatro como primera barrera de contención y a correr al contrataque. A Valverde tampoco le van a sorprender a estas alturas, así que el Athletic dominó pero sin exagerar, agradeciendo que le regalaran el balón pero como conteniéndose no fuera que el regalo estuviera envenenado.
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Como Paredes, un central haciendo de lateral, apenas traspasaba la medular, y Yuri tampoco estaba para aventuras, el Athletic se metía una y otra vez en el embudo que terminaba en los centrales del Mallorca. Un barullo en el área de Agirrezabala en el minuto 41 fue la única incidencia digna de contar en la siesta antes del descanso.
En la segunda parte ocurrieron más cosas solo porque menos era imposible. Y lo que ocurrió fue que a Vivian se le ocurrió hacer una cesión criminal a su portero, que Muriqi no aprovechó porque Julen anduvo rápido. Pero el error del central activó uno de esos impulsos autodestructivas que a veces suelen aflorar en las filas de los rojiblancos sin un motivo que lo justifique, y seis minutos después, el Mallorca ya se había adelantado en el marcador con un gol como de broma.
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La derrota del Athletic estaba firmada y certificada cuando se cumplió el tiempo reglamentario. Es verdad que su dominio se intensificó porque desde su entrada tras el descanso, Nico Williams desequilibraba con frecuencia la sólida defensa rival, aunque los centros morían por imprecisos o, en el mejor de los casos, acababan rematados en posturas inverosímiles por un Raúl García que en quince minutos dictó un curso de cómo se tiene que mover un delantero centro en el punto de penalti y, sobre todo, de cuánto tiene que perseverar aunque sus compañeros le estén bombardeando a melonazos.
Al final hubo suerte y el árbitro decidió señalar penalti en el último balón que llovió sobre el área del Mallorca. Pudo pitar cualquier cosa, porque Raúl García y Adu Ares aplastaron a un defensa en su salto antes de que Raúl consiguiera rematar una vez más y, sin quererlo, Ruiz de Galarreta echara una mano para que a sus futuros compañeros en lugar de otro balón, les cayera un punto del cielo.
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