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Cuando más felices nos las prometíamos, cuando parecía que, ¡por fin!, el Athletic ya era un equipo fiable, de esos que aspiran a estar en el grupo de arriba porque suman los puntos que hay que sumar en los partidos que no se pueden escapar, ... llegó el patinazo fatal, ese que el viejo aficionado siempre se teme que puede sufrir este equipo. Fue una lamentable vuelta a las andadas, que obliga a replantearse todo lo dicho, escrito y proclamado en las últimas semanas. Iñaki Williams se refirió a una desconexión; es una forma de hablar. Lo cierto es que el equipo no perdió el control del partido más allá de los quince minutos posteriores al autogol de Galarreta. Recuperó el ánimo y la compostura en el tramo final, entre otras cosas porque el rival se caía por su propia endeblez. Pero ya era tarde para enmendar el desaguisado.
Para que la cosa fuera más frustrante, el sopapo llegó después de más de veinticuatro horas de ilusión. Los diecisiete minutos que se disputaron el domingo dejaron la sensación de que al Athletic no se le podían escapar los tres puntos. La primera parte no solo ratificó la idea sino que hasta se pudo pensar en una victoria desahogada. Que el Athletic no marcara un solo gol (el lunes) entra en el capítulo de los misterios insondables que encierra el fútbol. Pocas veces encontrará el equipo tantas facilidades como las que tuvo durante esa media hora.
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Estaba el Granada dando pena y hasta un poco de vergüenza ajena y al Athletic le salió su viejo espíritu de buen samaritano, ese que deja planchado al aficionado que quiere creer pero termina sin dar crédito a lo que ve. Fue tanta la generosidad del Athletic, que en los Cármenes se produjo el milagro de que el Granada consiguió marcar sin necesidad de rematar a puerta.
Los supersticiosos, que en el fútbol no son pocos, ya estaban con la mosca detrás de la oreja en el descanso. La sucesión de llegadas y situaciones de gol desperdiciadas por el Athletic hacían recordar la vieja maldición que pesa sobre los equipos que perdonan. Los de Valverde las habían tenido de todos los colores, incluido un cabezazo de Iñaki Williams al larguero y un fallo incomprensible, inaudito, inconcebible, de Sancet a puerta vacía tras un robo de Guruzeta, pero, más allá de las ocasiones, era la facilidad con la que el Athletic recuperaba la pelota y llegaba una y otra vez al área rival, era su superioridad aplastante en el todo el campo la que animaba a pensar que sería una mera cuestión de tiempo que cayera el segundo gol que terminara por hundir a un rival con el agua al cuello.
Nadie hubiera dado medio euro por el Granada a la vista de cómo se habían desarrollado los acontecimientos la víspera y en la primera parte de la continuación anoche. Pero esta vez los rojiblancos no acertaron a plasmar en el marcador su superioridad en el campo. El segundo gol que parecía inminente, no terminó de llegar y se cumplió la vieja maldición.
Un gol no es ventaja suficiente para estar a salvo de un accidente o de una jugada desgraciada, o de ambas circunstancias a la vez. Y el Athletic lo sufrió en sus propias carnes por un autogol, que es el castigo más cruel para un equipo.
El Athletic tiró a la basura dos puntos que tuvo en el bolsillo y que le hubieran dejado en la quinta posición en solitario, abriendo un hueco con sus perseguidores y a tan solo tres puntos de la cuarta plaza. Y lo hizo jugando a un muy buen nivel durante muchos minutos, siendo muy superior al rival la mayor parte del partido y volviendo a sacar a relucir casi todas la virtudes que le han llevado hasta donde está en la clasificación.
Hubiera sido fantástico ganar porque hubiera ratificado definitivamente al Athletic como un serio candidato a un premio gordo, pero, de momento, sigue condenado a pronunciar su discurso en modo potencial. Nada se ha perdido, claro, pero anoche se dejaron de ganar dos puntos de esos que a lo peor se echan en falta al final de la temporada.
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