Todavía provoca escalofríos recordar los minutos finales del partido que empató el Athletic ante el Sevilla en San Mamés, los que transcurrieron entre la expulsión de Julen Agirrezabala en el 82 y el gol de los andaluces. Los de Valverde fluctuaron entonces entre una especie ... de enajenación mental transitoria y un ataque de pánico inexplicables que acabaron de aquella manera. Llovía sobre mojado, porque ya venían de ponernos los pelos de punta cuando, un mes antes, parecieron empeñados en echar por la borda un cómodo 0-2 ante un Las Palmas inerte, perdiendo los papeles tras la expulsión de Jauregizar.
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Definitivamente, al Athletic le va mejor cuando juega once contra once. Es un equipo que pierde el oremus cuando se queda en inferioridad y al que se le nubla la mente cuando disfruta de superioridad. A lo largo de setenta y cinco minutos larguísimos el Mallorca de Arrasate le dio una lección de supervivencia, una lección que, salta a la vista, el Athletic sigue sin saberse.
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El seguidor rojiblanco avisado sabía que no había nada que celebrar cuando Martínez Munuera amonestó por segunda vez a Samu Costa, en el minuto 22. Trece minutos antes estuvo a punto de transformar la primera cartulina amarilla en roja, pero no se acabó de decidir después de observar la pantalla del VAR. Se quedó con la matrícula. El cuento de tocar primero el balón puede valer cuando la disputa es limpia. Cuando se toca el balón con un pie y con el otro se clavan los tacos en el gemelo del rival, o se le pisa el tobillo así como quien no quiere la cosa, la jugada tiene otra interpretación: la que le dio el colegiado, como, por cierto, reconoció Muriqi después del partido en un gesto que le honra.
Pero decíamos que cuando Costa enfiló el túnel sabíamos que, lejos de celebrarlo, aquello podría llegar a ser incluso motivo de preocupación. En estas circunstancias, el equipo que se queda en superioridad se encuentra ante la disyuntiva de estar en la obligación de ganar a un rival disminuido, lo que resta mérito al triunfo o, por el contrario, encajar una derrota vergonzante en cualquier descuido. Le pasó al Alavés en Vallecas este mismo sábado, y había que ver las caras de los albiazules. Y en esa tesitura generalmente al Athletic le acaba explotando la cabeza.
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Un bonito remate al larguero de Nico Williams en el minuto 81 es un bagaje demasiado escaso para justificar nada. Los goles bien anulados a los dos hermanos son eso, goles que no existen, así que el balance no puede ser más desolador después de más de una hora jugando en terreno del Mallorca.
Arrasate no hizo más que aplicar el manual para estos casos, es decir, quitar un delantero para reforzar la cobertura. 4-4-1 y a sufrir. Sus hombres lo hicieron de maravilla, aunque el Athletic les facilitó bastante el trabajo. Eso sí, los de Valverde al menos pudieron respirar más tranquilos después de verse desbordados en el arranque del partido por un rival que tuvo una puesta en escena apabullante, incluyendo un remate a bocajarro de Muriqi nada más empezar que convirtió a Julen Agirrezabala en el hombre del partido por parte rojiblanca.
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Pero respirar tranquilos no fue suficiente en una noche en la que el Athletic buscó en vano una inspiración que no terminó de llegar. Le faltó finura para dar un último pase ganador, confundió paciencia con lentitud y le sobró empecinamiento para repetir una y otra vez la misma jugada sin éxito. Maffeo le hizo un marcaje a Nico como si le debiera dinero, y encima siempre contó con ayudas de uno y de dos compañeros que terminaban encerrando al menor de los Williams en la banda, de la que nunca pudo salir. En el otro lado su hermano se hartó de apuntar desmarques iniciando carreras que nadie vio. Guruzeta no está fino estas semanas y Sancet se enredó demasiado consigo mismo como para sacar algo en limpio.
Valverde apostó en el segundo tiempo por jugadores que se mueven mejor en espacios reducidos, como Berenguer o, dicen, Djaló, pero las leyes de la física también son aplicables al fútbol, y la de la impenetrabilidad de los cuerpos sigue vigente en los campos de fútbol.
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