¿Hay fondo de armario?

No sé qué les dieron a los jugadores rojiblancos en el vestuario, pero, desde luego, no fue la bebida que se publicita en el campo, y si se la dieron, fue en la versión descafeinada, la misma que presentó Ernesto Valverde con la alineación inicial. Con unos cuantos cambios en el equipo, pese a que habían pasado cuatro días desde el partido de Copa, la sensación no fue la misma que la del Metropolitano, ni la del último choque en San Mamés. Después de un comienzo en el que intentó la carga de la caballería ligera, el frenazo fue morrocotudo, de esos que hacen saltar por encima de la montura. Faltaban algunos de los habituales y el equipo no funcionó igual.

A Valverde se le veía cara de oler a chamusquina. Parecía tan enfadado con lo que estaba presenciando por parte de sus muchachos, que descargaba parte de su frustración en el cuarto árbitro, que estuvo paciente ante las protestas, a veces airadas, del técnico. Es verdad que ha cumplido 60 años, pero no parece una de esas personas a las que se le agría el carácter con la edad, ni mucho menos, así que tenía que ser un factor externo.

No funcionaban muchas cosas. Vesga fallaba pases como si regalara balones en una tómbola; Unai Gómez, siempre tan activo, parecía desenchufado y cualquier centrocampista le comía la tostada. Villalibre se movía a la izquierda si la pelota iba a la derecha, y viceversa. Iñaki, ¿qué le pasa a Iñaki? Ha pasado al estado melancólico desde que cuando levanta la vista, no ve en el otro lado a su hermano Nico, o desde que regresó de la Copa de África –con el paréntesis del partido de Copa contra el Barcelona–. Es muy bueno y a veces le salen las cosas, pero le están saliendo menos.

Tal tenía que ser el grado de ebullición al que llegó Valverde que, con el partido en empate a cero, hizo algo que suelen hacer los entrenadores cuando les han enchufado dos, y reaccionan en el descanso a la desesperada. Puso en el campo a Raúl García y a Iker Muniain, dos de los jugadores al que, digámoslo claramente, hasta ahora les había regalado los minutos de la basura. Tenía que ser tal el cabreo del técnico, que volvió varias pantallas atrás, hasta los tiempos en los que los dos jugadores del Athletic eran parte de la piedra angular del juego rojiblanco, para intentar, digamos que, casi a la desesperada, decantar el partido hacia su lado.

Y mira que lo intentaron, aunque el primer error de Muniain casi cuesta un disgusto. Raúl García tuvo la mejor ocasión de la segunda parte con su remate de cabeza que pegó en el poste y que le hubiera dado los tres puntos al Athletic, pero esa no es la cuestión, sino el hecho de que Valverde vio antes de que pasaran 45 minutos, que frente al colista, el equipo no funcionaba en absoluto, entre otras cosas, porque faltaba la intensidad habitual, la que le hace falta al equipo para sacar adelante los partidos.

Igual estábamos equivocados en el planteamiento, y el equipo no tiene tantos futbolistas como para hacer una revolución en la alineación y que no se note en el juego. Puede ser que sí, que haya fondo de armario suficiente como para tener los recambios necesarios cuando empieza a fallar la energía en un partido, pero ya van dos salidas consecutivas, además a campos en principio propicios, en los que, si la alineación inicial no es reconocible, como mucho con una o dos variaciones concretas, el grupo no encuentra respuestas.

Y menos mal que los dos últimos contragolpes del Almería acabaron en nada.