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Es muy curioso cómo la memoria selecciona los recuerdos, a veces de una forma tan caótica y otras de un modo tan jerárquico y estricto. Tras conocer la muerte del 'Flaco' Menotti' me vinieron a la cabeza una serie de recuerdos, se supone que clasificados ... por orden de importancia. El primero se remonta al mes de septiembre de 1997. El Athletic de Luis Fernández jugaba su primera eliminatoria de la UEFA contra la Sampdoria, a la que dirigía Menotti. Habíamos escrito mucho en los días anteriores del rosarino, sobre todo reviviendo los diferentes episodios de la rivalidad enconada de su Barcelona, que fue también el de Maradona, con el Athletic campeón de Clemente.
Pero habían pasado trece años. Mucho tiempo. El técnico argentino ya era un sesentón en el final de su larga carrera. Su carisma, eso sí, se mantenía intacto. Ya se sabe que hay cosas que no se pierden nunca. Alto y espigado, con un extraño aire de Quijote noctámbulo y seductor, el rosarino era una de esas personas que provocan un silencio inmediato y expectante en cuanto hacen aparición. De aquella rueda de prensa en Génova no recuerdo nada, sólo esa sensación de que la entrada de Menotti había tenido el mismo efecto que la subida del telón en un teatro. Al terminar su comparecencia, sin embargo, se dio una circunstancia curiosa. Un directivo del Athletic me comentó que lo primero que había hecho Menotti al llegar al estadio Luigi Ferraris, como si fuera lo único que le interesaba realmente aquella tarde, era preguntar dónde estaba Iribar para saludarlo. Y como uno es muy sensible cuando le tocan los puntos débiles, pues el 'Flaco' me ganó para siempre.
En realidad, siendo sincero, ya me había ganado muchos años antes oyéndole hablar, con su voz profunda de barítono fumador. Reconozco, antes que nada, mi debilidad por los oradores brillantes. Sólo un país como Argentina puede producir un niño de familia muy humilde, huérfano de padre a los doce años, que hable como lo hacía César Luis Menotti. Sobre todo, que hable así de fútbol. Entre las muchas cosas que le he leído o escuchado algunas tenían el sabor provocador y sarcástico que daba a sus juicios sobre Bilardo y sus seguidores. Por ejemplo, cuando dijo aquello de que «el fútbol es tan generoso que había permitido que Bilardo (que era ginecólogo) no se dedicara a la medicina». La rivalidad entre ambos fue épica y quien mejor explicó en qué consistía, a mi juicio, fue Ángel Cappa. Fue él, un discípulo de Menotti, quien dijo que, mientras los aficionados al fútbol esperaban a los equipos de su maestro como el niño espera a los Reyes Magos, los de Bilardo se encargaban de decirles a esos mismos niños que los Reyes son los padres.
Otras frases del exentrenador de Newell's, Huracán, Barcelona, Atlético, River Plate, Boca Juniors, Peñarol, Nacional de México, Sampdoria e Independiente deambulan por esa frontera tan porosa que separa a veces a los genios de los embaucadores. La más famosa tal vez sea la de que «el gol es un pase a la red». Todos sabemos que el gol lo es todo en el fútbol, la consumación final del juego. Y dicho así parece que Menotti le resta la importancia que tiene, como si fuera un pase más, sencillamente el último de otros muchos anteriores. En el fondo, se trata de defender que el gol es menos importante que el juego, afirmación que nos lleva a un intrincado debate ontológico y hasta metafísico en el que sólo un entrenador argentino puede disfrutar.
La gran frase de Menotti, pese a todo, es una de inspiración borgiana, también muy conocida: la que dice que el fútbol es «orden y aventura». He pensado muchas veces en ella. Es brillante y explica a la perfección el misterio de este deporte, lo que lo hace apasionante. Que no es otra cosa que el hecho de que surja, precisamente, de lo que parece un oxímoron: el de aventura ordenada. O el de orden aventurero, como se quiera. El fútbol, sin embargo, sólo brota si se dan ambos a la vez. Necesita a los dos. En fin, que echaremos de menos a Menotti, un hombre inteligente, con tanta personalidad como para ser el único argentino de la historia en asegurar que Pelé fue mejor que Maradona, y con un gusto exquisito. De ahí que aquella tarde de septiembre de 1997 preguntara por Iribar, claro.
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