Goleada reparadora

Hasta que llegó el festival goleador el espectáculo estaba siendo ciertamente espeso, solo animado por un penalti de esos que solo se entienden para justificar el VAR. Le quitas toda la parafernalia que rodea a un derbi y te queda una castaña infumable con dos equipos más preocupados de no equivocarse que con ganas de acertar.

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Como dirían los clásicos el derbi deparó durante una hora más emoción que juego. Lo que tampoco es una novedad, por cierto. Antes eso se solía traducir en choques ásperos, de roces continuos y gente rodando por los suelos, lo que aportaba mucha salsa aunque hubiera poca perdiz en el plato. Ahora las cosas han cambiado y los futbolistas generalmente se comportan con una frialdad muy profesional pero que transmite más bien poco a la grada. Mejor tener la fiesta en paz, en cualquier caso.

El partido estaba siendo uno de esos que les gustan a los entrenadores y espantan al aficionado. Las consignas de Marcelino e Imanol eran bastante parecidas. No perder el sitio, no cometer errores, no arriesgar lo más mínimo. En el Athletic había al menos un punto de ambición que impulsaba a sus jugadores a esforzarse en la presión adelantada buscando un robo decisivo que no llegó nunca. Los de la Real prefirieron esperar agazapados a la espera de una contra lanzada por Silva o Merino. Pero estaban tan agazapados que el camino hasta la portería de Simón se les hizo larguísimo. Tanto, que para cuando por fin llegaron, ya era demasiado tarde.

El penalti fallado por Muniain, el quinto de los siete últimos, no auguraba nada bueno. Si se trataba de decidir por un detalle, el Athletic había desperdiciado el suyo y la fortuna no ha solido sonreír mucho a los rojiblancos en estos partidos de rivalidad. Había además algunos elementos de esos que inducen al pesimismo, como el empeño de Raúl García en perderse en batallitas sin sentido, síntoma inequívoco de que no estaba teniendo su mejor día.

El aficionado de a pie que, por supuesto, sabe mucho menos que el entrenador profesional, estaba echando en falta a Sancet porque veía al Athletic atascado por su falta de creatividad. Afortunadamente, Marcelino debió pensar lo mismo. Las cosas cambiaron en cuanto el chaval saltó al campo. Marcó el segundo gol, protagonizó la contra del tercero y dio el pase del cuarto. Pero, sobre todo, desequilibró a la defensa de la Real, que hasta su llegada no había tenido problemas para anular el ataque posicional del Athletic.

Después de la última derrota en Mallorca, más por la imagen que por la propia derrota en sí, el Athletic estaba necesitado de recuperar las sensaciones positivas de cara a lo que le espera en breve, además de sumar tres puntos que le mantengan a tiro de Europa. Y, por qué no decirlo, también le venía bien reconducir el discurso después del fiasco de la Copa. En ese sentido, la goleada de anoche tuvo un carácter reparador. Y bien que lo celebró San Mamés.