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La basílica de Begoña suele reunir cada mes de agosto a la familia rojiblanca para hacer votos por la nueva temporada. Jugadores, directivos y empleados acuden a pedir que el curso transcurra sin sobresaltos y, a poder ser, culmine con algún trofeo que, de conseguirlo, ... también llevarán al mismo escenario. La basílica de Begoña también ha sido lugar de celebración, cuando el Athletic acude puntual a depositar a los pies de la amatxu el trofeo recién ganado, antes de ofrecerlo a la multitud que espera frente al Ayuntamiento. Begoña y el Athletic tienen muchas cosas en común y comparten espacio en el corazón de toda persona de Bizkaia, porque podrá ser más o menos aficionada al fútbol, pero seguro que será del Athletic.
Begoña y el Athletic volvieron ayer a cruzar sus caminos, esta vez para despedir a uno de los más grandes que han vestido la camiseta rojiblanca. Como en cada visita que hace el club a la basílica, su bandera recibía a los asistentes en el pórtico. Junto al altar una mesa, también decorada con los colores rojiblancos, peana de dos Copas, las que ganó Txetxu Rojo en las finales contra el Elche y el Castellón. Y una foto: Txetxu celebrando un gol puño en alto, exultante y sonriente, con su gesto más característico, rodeado y abrazado por compañeros felices que ayer le lloraban en los bancos de la iglesia. Visten en la foto la camiseta de la década de los setenta, aquella de las rayas finas con las que el Athletic escribió algunos episodios gloriosos y sufrió algunas de sus mayores decepciones. El equipo que, en conjunto, más se pareció y arropó el fútbol genial del genio que vestía el número once.
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Ignacio Pérez | Mireya López
El Athletic que va a Begoña en búsqueda de esperanza o a celebrar alegrías pasó ayer por el triste trance de despedir a uno de los suyos. Y allí estuvo toda la familia rojiblanca para arropar a la familia más cercana de Txetxu Rojo. Presidentes, antiguos jugadores, entrenadores, miembros del servicio médico, empleados y futbolistas de hoy, representados por los capitanes, acudieron a una cita tan amarga como ineludible.
Esta vez no hubo buenos propósitos ni celebraciones; solo tristeza y dolor por la pérdida de un jugador que después de diecisiete años de corto y más de una década en los diversos banquillos del club, incluido el del primer equipo, era como de la propia familia, porque la rojiblanca, a pesar de todo lo que implica este fútbol moderno y despersonalizado, sigue siendo una familia con la que se comparten alegrías y tristezas en torno a un balón, y algo más.
Rostros conocidos y reconocibles por encima del paso de los años se volvieron a reunir para despedir a uno de los más grandes de la historia del club. Jugadores que compartieron vestuario en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta coincidieron con otros que debutaron en los noventa o en el nuevo siglo tras aprender el oficio bajo el magisterio de Rojo.
Betzuen, compañero de equipo y amigo del alma, fue el encargado de glosar la figura de su Txetxu, gure Txetxu, como repitió a lo largo de su emocionante discurso con la voz entrecortada. Al término de su parlamento Begoña fue durante unos momentos San Mamés, cuando estalló una ovación tan emocionante como sentida, el último homenaje para un león al que nunca olvidaremos.
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