Zarraga, que salió en la segunda parte, trata de llevarse la pelota frente a Duarte

Empeñados en jugar con fuego

Bien está lo que bien acaba, pero la victoria apenaspuede disimilar las carencias de un equipo que acabócon el susto metido en el cuerpo ante un rival inofensivo

Sábado, 2 de octubre 2021, 00:07

La última jugada del partido describe cómo están las cosas en el Athletic. Defendiendo un córner en el último minuto, con despiste incluido, por cierto, y con toda la parroquia rojiblanca sufriendo una incómoda sensación de que algo les estaba obturando la garganta, acabó el ... encuentro en el que el equipo se reencontró con la victoria. Y ello, ante un rival que no cobró ni un solo remate digno de tal nombre en todo el partido y que por momentos dio tal sensación de fragilidad que hasta pareció que el Athletic estaba jugando mucho más de lo que realmente lo estaba haciendo.

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Será cosa del griterío y del ambiente recuperado después de tanto silencio en los campos. Durante muchos minutos de la primera parte hasta nos pudimos hacer la ilusión de que habían vuelto los viejos tiempos, no solo a la grada sino al césped. El Athletic movía la pelota con soltura y arrinconaba al Alavés en su área, o esa era la impresión, aunque, a decir verdad, era el equipo blanquiazul el que había decidido vivir a veinte metros de su portero, defendiendo por acumulación, consciente probablemente de unas limitaciones que tienen fiel reflejo en la tabla.

El de anoche era un partido con mucha trastienda psicológica. Decir que el Athletic estaba en estado de necesidad puede resultar exagerado, pero después de lo ocurrido ante el Rayo y el Valencia, un nuevo tropiezo hubiera tenido un efecto demoledor, sobre todo con la perspectiva de tres semanas sin fútbol, demasiado tiempo para rumiar malas noticias. Ahora, con los tres puntos en el bolsillo las cosas se verán de otra manera. Así funciona este negocio.

Lo cierto es que el partido fue en realidad un más de lo mismo. El Athletic está condenado a sufrir marcadores apretados, ya lo anunció el propio Marcelino, y anoche no iba a ser una excepción. En el Barcelona han puesto de moda una frase para definir el asunto: 'esto es lo que hay'. Y lo que hay en el Athletic es un equipo sacrificado, honrado, tenaz, disciplinado y perseverante en el esfuerzo, virtudes todas muy convenientes y loables para sacar una oposición a notarías pongamos por caso, pero que, si no vienen acompañadas de un poco de talento para manejar la pelota y otro tanto de visión de la jugada para elegir el pase o el compañero mejor colocado, no suelen acabar rindiendo grandes réditos en el fútbol, más allá del elogio al trabajo destajista.

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Menos mal que enfrente había un rival que, hablando de psicología, venía con el subidón del que acaba de ganar al campeón, pero sin superar la congoja de verse en el fondo de la clasificación. La debilidad del contrario y las circunstancias del partido crearon las condiciones para que el Athletic viviera una noche plácida. Seguro que si Raúl acierta desde los once metros a los ocho minutos, el partido hubiera sido otro, pero su fallo le dio vida al Alavés para mantenerse en su libreto hasta un minuto antes del descanso, cuando el propio Raúl enmendó su error anterior aprovechando un gran centro de Lekue facilitado por la pasividad de la defensa alavesista en la salida de un córner.

Bien está lo que bien acaba, pero la victoria apenas puede disimular las carencias de un equipo, que afloraron sobre todo en la segunda parte, que terminó con el susto metido en el cuerpo ante un rival inofensivo porque se empeñó en jugar a conservar en cuanto se vio en ventaja en el marcador. El Athletic jugó con fuego; afortunadamente no se quemó porque los de enfrente no tenían ni cerillas.

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