El día en que el Athletic caminó sobre las aguas
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EL CORREO atraviesa junto a la gabarra un pasillo humano de 13 kilómetros hecho de humo, gritos y cánticos de un millón de personasLa gloria huele a pólvora. Está envuelta en humo, rojo y blanco, impregnada en el grito, incesante y ensordecedor, y en la pasión, desbordada al paso de la gabarra desde el Marítimo del Abra hasta el Ayuntamiento de Bilbao. Una cremallera humana de 13 kilómetros, ... un pasillo de almas, más de un millón de corazones latiendo al unísono bombeando sangre del color de sus camisetas. El Athletic ha andado este jueves sobre las aguas 40 años después y lo hizo en el marco de un escenario incomparable, donde los sueños se volvieron realidad. Fueron casi tres horas de fiesta, saludos, abrazos reales y virtuales, un suspiro que dio la vuelta al mundo para convertirse en un estruendo. La mítica embarcación rojiblanca acabó con la mística de su invisibilidad y se presentó con sus mejores galas, vista, palpada y adorada por un ejército de fieles que saborearon hasta el último gesto del equipo campeón. No hacía falta oírles, bastaba con ver sus caras para darse cuenta de que hablaban el genuino lenguaje de la felicidad.
En las aguas del Abra se movían impacientes barcos, grandes y pequeños, integrantes de una comitiva que escoltó a la 'innombrable' hasta el corazón de Bilbao. A las cuatro de la tarde en punto, con sol y cielo azul, llegó la junta con el presidente Jon Uriarte a la cabeza. El directivo Xabi Álvarez y el director del fútbol, Mikel González, se pusieron de rodillas y besaron la cubierta de la gabarra. Las directivas, ataviadas con camisetas rojiblancas e ikurriñas atadas a la cintura, bailaron. Música a todo trapo, que sin embargo no se escuchaba a 50 metros de distancia. La tapaba el ruido de la pasión, de las gargantas sedientas de Copa, que tras tragar bilis demasiadas veces saborearon las mieles del éxito. Es dulce y gusta. A su alrededor surcaban las aguas dotaciones de bomberos, policías, salvamento marítimo y remolcadores, entre otros. Un total de 160 naves constituyeron la escolta de la mítica embarcación –110 de ellas particulares, las que pasaron por caja, como la del exleón Iñigo Martínez–, remolcada por 'Facal Once' de Pasaia y estabilizada atrás por Bolintxo y Ballonti. Poco después, la plantilla, el cuerpo técnico y el resto de tripulantes de la pontona se subieron a bordo de un sueño que zarpó con cinco minutos de antelación. EL CORREO les acompañó en un viaje de casi tres horas de duración que desde ya es inmortal.
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Julen Ensunza
Junto con los ganadores de la Copa, acomodados en una embarcación de 18,5 metros de eslora y 8,5 de manga que fue saludada por arcos de agua en su salida del Abra, también iba otra, 'Higuer', en la que viajaban los campeones de 1984. Dani, De Andrés, Sarabia, Endika, Zubizarreta, Sola, Gallego, Salinas, Goikoetxea y compañía regalaban saludos y sonrisas con generosidad, encantados de acompañar a sus sucesores. Miguel Gutiérrez, histórico fisioterapeuta del Athletic y de la selección, estaba en la parte de abajo fumándose un puro que le sabía a gloria. Si al teniente coronel Killroy le encantaba el olor a napalm por la mañana, frase llevada a la gran pantalla por Francis Ford Coppola en 'Apocalypse Now', Gutiérrez disfrutaba del aroma de un buen tabaco. Todo lo que le rodeaba era felicidad, ilusión y ganas de celebrar un título que tardó décadas en llegar.
Los jugadores iban en la proa, vestidos con camisas hechas a imagen y semejanza de las de 1984, con finas rayas rojas y blancas, mientras que el cuerpo técnico y la directiva estaban por la parte del medio y más cerca de la popa. La Copa cambiaba de manos, de labios, besada mil y una veces. El que estaba pegado a ella era Iker Muniain, exultante en su papel de capitán. La soltaba y la volvía a coger. El humo de las bengalas, de la pirotecnia, y el ruido de los barcos y de los aficionados anclados en ambos lados de la ría acompañaron la comitiva durante todo el viaje. Era un muro humano que se abría al paso de la gabarra, jaleada por más de un millón de gargantas. A la altura de los Altos Hornos, Vivian cogió el título y lo brindó a la gente. Estruendo. El presidente también lo levantó justo al lado de José Ángel Iribar, sentado en tres cajas apiladas en forma de silla ondeando una ikurriña. «¡Vamos chavales!», gritó Uriarte. Y la plantilla cantaba, se abrazaba, saludaba a hileras interminables de gente a su paso por Portugalete, Lamiako, Erandio, Sestao, Lutxana, Zorrozaure, Zorroza, Deusto, Campo Volantín y Ayuntamiento. Abrían cervezas –alguno con los dientes–, brindaban, saludaban, alucinaban con el paisaje. Felicidad.
'Por lo bajini'
No había ni un centímetro de terreno sin cubrir. Cientos de miles de aficionados tomaron posiciones desde bien pronto para ver a sus ídolos, y la gabarra. Para muchos de ellos, generaciones enteras, existe desde este jueves. La vieron y la saludaron, en cuya cubierta festejaban los campeones. Hubo un momento en el que los jugadores dedicaron varios cánticos a los medios de comunicación, que les acompañaban en su paseo triunfal. «Y la Prensa qué, y la Prensa qué y la Prensa qué», se oían sus voces tapadas por las gargantas de los dos lados de la ría. «¡Dónde está la ibizaneta, la ibizaneta dónde está!», también entonaron al unísono en referencia a uno de sus lugares preferidos de vacaciones que suele citarse en las informaciones. Hubo más, hasta referencias a aquella imagen de hace unos años de Muniain disfrutando de un hermoso habano en período estival. «¡Y el puro qué, y el puro qué y el puro qué!», cantaban mientras miraban hacia la embarcación de los periodistas. Todo el mundo reía, incluido el capitán. No hay mejor escudo que el del título.
«Es un día para disfrutar, para los que están y los que faltan», dijo Iñaki Williams. No paraba de apuntar con el dedo hacia las pancartas –más de una y más de dos– en las que se leía 'A lo bajini'. Es el lema que se le ocurrió al inicio de la Copa para dar a entender que estaban ahí, sin hacer ruido, trabajando por un sueño. En Olabeaga, una inscripción gigante con este eslogan colgaba de varias ventanas. El mayor de los hermanos agarró el trofeo, se fue a la proa y lo levantó en dirección al edificio en cuyas ventanas estaban los autores del escrito. Aplaudían al delantero, quien les agradeció su gesto.
Llegó un momento en que varios jugadores se quitaron las camisas protocolarias. Nico Williams estaba con el pecho al descubierto y Muniain llevaba la camiseta interior blanca con el símbolo del centenario. La estiraba hacia ambas orillas, proclamando a los cuatro vientos su amor hacia un club en el que lleva más de 20 años. Y volvía a coger la Copa, la miraba, la besaba, con una delicadeza exquisita. Hubo gente, muy poca, que se tiró a la ría. Otros se subieron a árboles, grúas, edificios, señales de tráfico y hasta hubo gente en el tejado de San Mamés. Solo ellos saben cómo accedieron al techo de La Catedral, en cuyos ventanales también había espectadores. Atrás seguían acompañando barcos, algunos menos que al inicio, porque no todos estaban homologados para llegar hasta el final. 32 traineras separadas en tandas de ocho se unieron al desfile acuático y dieron un toque diferencial a una procesión de emociones y sentimientos.
La gabarra se metió de lleno en las aguas de Bilbao y daba la sensación de que la gente estaba suspendida en el aire. Eran racimos de felicidad que colgaban del árbol del Athletic, cuyos frutos degustaba una afición orgullosa. Los jugadores seguían saludando y cantando –«lo, lo, lo, lo, lo, lo, lo, Athletic Club» y la ya popular «este es el famoso Athletic, el famoso Athletic Club, y estos son los campeones, aupa Athletic txapeldun»– y hasta Ernesto Valverde se animó con su cámara. Sacó varias instantáneas que pasarán a formar parte de su colección de fotógrafo. Una de las pancartas decía 'Sancet, cerveza a trago'. Tras casi tres horas de navegación, la mítica embarcación llegó al Ayuntamiento. Pasó al lado de una inmensa lona en la que se leía 'Unique in the World'. El mundo contempló en todo su esplendor al último romántico del planeta, y su ejército de fieles.
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