Asier Villalibre ascendió al Alavés en junio del pasado año con un gol de penalti ante el Levante cuando agonizaba la prórroga –«lo tiro yo», dijo sin dudarlo– y se convirtió en el héroe de la afición albiazul, entregada al futbolista cedido por el Athletic. Su regreso a Bilbao no fue el esperado. El delantero de Gernika solo tuvo protagonismo en las primeras rondas de Copa. Después, apariciones esporádicas en la que sería su última temporada como rojiblanco a pesar de que le quedaba otra. Renunció a ella y volvió al club vitoriano, esta vez como fichaje y con un contrato largo, hasta junio de 2028. Pintaba bien para el canterano de Lezama: tenía a los aficionados babazorros en el bolsillo y Luis García Plaza –destituido recientemente– le pidió porque estaba encantado con él. Pero el dibujo se ha emborronado y su participación este curso ha sido mínima.
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El problema para el Búfalo –el apodo se lo puso un técnico de las categorías inferiores del Athletic porque arrollaba a todos sus rivales– es que los apagones han sido recurrentes por no darle los preparadores los minutos deseados y por no aprovechar las oportunidades que ha tenido. Ni siquiera las cesiones en el Numancia, el Lorca y el Valladolid tuvieron el efecto esperado porque permaneció más tiempo en el banquillo que en el césped en lo que supuso un freno en su evolución hacia la élite.
Lo que le ha ocurrido ahora en el Alavés, rival este domingo del Athletic en Mendizorroza, es sorprendente. La apuesta por él fue total al firmarle para cuatro campañas y nada hacía presagiar su paulatina desaparición en la alineación titular e incluso como relevo cuando las cosas no funcionan en el campo. Kike García es de momento el elegido y Toni Martínez su sustituto natural. Villalibre ha quedado relegado en Liga –es el segundo jugador con menos minutos de la plantilla– y sólo se le ha visto en el torneo del k.o.
Ha marcado un solo tanto, ante la Real Sociedad en Anoeta, y desde su titularidad en el Bernabéu su nombre se ha difuminado en las pizarras de Luis García. Falta por comprobar si ahora entrará en los planes del Chacho Coudet, el sustituto del madrileño por la crisis de resultados de los alaveses. El vizcaíno ha llegado a Vitoria con la edad perfecta para un futbolista, 27 años, y debe dar ya un paso al frente para evitar un bucle ya conocido cuando todavía es casi un recién llegado a la entidad albiazul.
No hace tanto desde que el Búfalo estaba en boca de todos en Lezama, donde llegó hace casi tres lustros. Sus números como goleador eran formidables en el cadete, en el juvenil, en el filial rojiblanco... El club le bautizó desde el principio como el futuro delantero centro para el primer equipo – y para muchos años–, y los rectores tanto de Ibaigane como de la fábrica de talentos pedían que se hablara en voz baja de él para no presionarle y evitar focos indiscretos.
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Feliz en Gernika
Debutó con el Athletic en diciembre de 2016 a las órdenes de Ernesto Valverde. Luego pasarían por el banquillo Ziganda, Berizzo, Garitano, Marcelino y de nuevo el de Viandar de la Vera. Con ninguno consiguió asentarse y tener un rol preponderante. Las cesiones le penalizaron. Villalibre está muy apegado a su pueblo, en el que le encanta pasear, tocar música con su trompeta y jugar al fútbol con los niños en la calle. Sus salidas a Soria, Lorca y Valladolid le provocaron un profundo desarraigo por la falta de protagonismo y por la nostalgia cuando pensaba en su vida en Gernika. Uno de sus grandes momentos en el Athletic se produjo en la final de la Supercopa de 2021 ante el Barcelona, cuando marcó en el minuto 90 el gol que forzó la prórroga en la que Iñaki Williams hizo uno de los mejores tantos de su carrera para traer el trofeo a Bilbao. Villalibre tocó la trompeta para celebrarlo junto a sus compañeros y aquella imagen le ha perseguido como una sombra alargada.
Los medios nacionales no querían hablar con él por el gol que dio esperanza a los rojiblancos en La Cartuja ante el poderoso bloque azulgrana. Tampoco de la acción en la que Leo Messi le agredió y por la que el crack argentino fue expulsado, una acción muy poco habitual. Deseaban entrevistarle para hablar de la trompeta, de la elektrotxaranga, de Orsay, el grupo que formó con otros futbolistas del Athletic y del que era vocalista... El escenario en el que actuaba estaba tan desvirtuado que el Villalibre jugador acabó devorado públicamente por el Villalibre músico de aspecto curioso por su larga barba. «¡Soy futbolista!», tuvo que proclamar para reivindicarse y apagar el ruido incesante que no guardaba relación con el deporte.
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Hay una nueva cara en el banquillo del Alavés y el ariete gernikarra necesita ofrecer su mejor versión para que vuelva a emerger aquel chaval tocado por los dioses que convertía en gol todo lo que llegaba a sus botas o su cabeza. La carrera de un futbolista puede transformarse en un parpadeo. Hay que estar en el sitio adecuado en el momento preciso. Pero ahora mismo las notas que salen de la trompeta de Villalibre componen una balada triste.
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