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El Athletic cayó derrotado por sus viejos fantasmas, esos viejos demonios que en los últimos tiempos le están atenazando e impidiendo alzar el vuelo. La incapacidad de los rojiblancos para resolver situaciones favorables en el área contraria volvió a ser su peor rival. Esto ... consiste en marcar un gol más que el contrario y el Athletic sigue sin entenderlo. Una vez más, la falta de finura en los últimos metros, la ceguera en situaciones de claridad meridiana, arruinó un partido que cualquier equipo con unas prestaciones normalitas en ataque hubiera resuelto sin mayores problemas.
El Athletic lo hizo todo a lo largo de 120 minutos menos marcar un segundo gol que le hubiera puesto en una nueva final. Si la prórroga ya era un castigo injusto, el gol de Osasuna vino a certificar ese tópico tantas veces repetido en el fútbol: el que perdona lo acaba pagando y el Athletic perdonó lo imperdonable y algo más.
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Patxi Herranz
Cristina Pintor y Oskar Tabuenka
San Mamés sufrió una injusticia histórica. Parece mentira que el Athletic cayera eliminado sin ni siquiera poder alcanzar la lotería de los penaltis, que de por sí ya no era ni medio normal después de 115 minutos en los que llevó la iniciativa, puso cerco a la portería rival y desperdició ocasiones para resolver con suficiencia.
Que el partido llegara a la prórroga solo se puede entender desde la incapacidad del Athletic para resolver el asunto en el tiempo reglamentario. No se trata de culpar a nadie, pero las dos ocasiones que falló Nico Williams en la segunda parte son imperdonables en un partido de este calibre, donde cada detalle es decisivo. Fueron dos borrones groseros en una actuación que fue de más a menos. El pequeño de los Williams hubiera merecido mejor suerte, la de convertirse en el héroe del partido, por ejemplo, por su gran despliegue en la banda, incluido un trabajo defensivo inusual. Pero todo se fue por el desagüe de dos remates a las nubes en situaciones que un delantero no puede perdonar.
Decía Jagoba Arrasate la víspera que Osasuna tenía que demostrar que merecía estar en la final, es decir, que tenía que jugar con grandeza, buscando algo más que defenderse esperando que pase el tiempo. O su discurso no caló en sus hombres o el de Berriatua es un maestro de la interpretación. Su equipo pasó por San Mamés como un grupo menor, muy menor, con el único plan reconocible de perder el tiempo desde el minuto uno hasta el último segundo de la prórroga, como si alcanzar los penaltis fuera el único objetivo que consideraba factible.
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A. Mateos
La noche estaba destinada a ser una de esas que pasan a la historia; pasará, sin duda, pero en el capítulo reservado a las páginas negras, como aquella eliminatoria ante el Betis, perdida desde los once metros después de una exhibición de falta de puntería incluso mayor que la de anoche.
Poco se les puede reprochar a los rojiblancos. Se entregaron hasta el último aliento, a ratos hilaron un fútbol fluido alternando las bandas y el juego interior, con los dos Williams especialmente activos e inspirados, superando a sus pares y poniendo en aprietos constantemente a la defensa rival. Pero volvieron a fallar en lo principal, el gol, y ese es un lastre que acaba hundiendo al más pintado.
Apenas se había rebasado el primer cuarto de hora cuando Guruzeta estrenó la cuenta de ocasiones desperdiciadas. Se plantó sólo ante la portería, aprovechando un error de Aridane, pero no pudo con el guardameta.
El gol de Iñaki Williams a la salida de un córner pareció anunciar el fin del maleficio porque era doblemente noticioso, por la jugada, un saque de esquina, y el autor, el delantero sin gol que llevaba sin marcar desde octubre.
Fue un espejismo, como se encargó de demostrar su hermano en la segunda parte. Aunque la eliminatoria estaba empatada, los minutos corrían en contra del Athletic porque cada uno que pasaba sin novedades era una inyección de moral para un Osasuna que solo buscaba la orilla y hundía un poquito más la convicción de un Athletic que sea veía impotente para volver a perforar la portería.
El Athletic acabó eliminado por su peor rival: su proverbial incapacidad para convertir en goles su caudal de fútbol, que será poco o mucho, pero debería bastar para resolver partidos como este.
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