Athletic 1-1 Osasuna

Un mazazo terrible

El palo fue tan duro para el Athletic como injusto fue que Osasuna alcanzara su segunda final de Copa tras un partido como el que disputó en San Mamés: rácano, especulativo, feo... Se diría que los rojillos se pusieron a pensar en la prórroga y en los penaltis desde que encajaron el 1-0 pasada la media hora. Ese era su objetivo. Arrasate aseguró el lunes que su equipo no podía pasarse los 90 minutos sufriendo y mirando el reloj, pero el caso es que lo hizo y, al final, la suerte le sonrió como suele sonreír a veces la suerte en el fútbol, de una forma tan cruel y arbitraria que provoca dolor. Es lo que sintieron los hinchas rojiblancos cuando Ibáñez marcó el empate a uno en el minuto 116 de la prórroga. Fue la única ocasión del partido de su equipo.

No será fácil para el equipo de Valverde recuperarse de una derrota escrita con unos renglones tan torcidos. Sin embargo, esa es su obligación y debe comenzar a demostrarlo a partir del sábado en Cornellá. Porque Europa continúa ahí y su conquista la merece la afición rojiblanca, que llenó a San Mamés, creó un ambiente espectacular y no dejó de animar hasta el último segundo. Ver cómo el sueño de la final con un viaje multitudinario a Sevilla se desvanecía fue como una pesadilla al término de un duelo tenso en el que la superioridad local fue incuestionable. Valverde optó por un once ofensivo, descartando la pareja Vesga y Dani García y dando la titularidad a Muniain, es decir, volviendo a recuperar el centro del campo con el que comenzó la temporada. Fue valiente y acertó. Lo de desperdiciar ocasiones clamorosas ya no fue cosa suya.

Los dos entrenadores mostraron en la víspera su convencimiento de que el partido iba a ser muy distinto al del Sadar en lo que al juego se refería, que no sería tan trabado y con tantos errores en los pases. La impresión inicial en San Mamés, sin embargo, fue la misma de hace un mes. La primera jugada, de hecho, ya fue un balón de Yeray que se fue directo por la línea de fondo y, a partir de ahí, se sucedieron las imprecisiones. Los nervios volvían a ejercer su efecto nocivo y el fútbol se resentía. Y tampoco resultaba extraño, la verdad, porque la tensión y la ansiedad se cortaban con cuchillo jamonero.

El Athletic, pese a todo, consiguió pronto ponerse por encima de un Osasuna muy obsesionado con las marcas, sin ningún vuelo ofensivo -Abde estaba 'missing' en su esquina- y con la única claridad que le aportaba, las pocas veces que intervenía, Aimar Oroz. La receta de los de Valverde era sencilla y de sobra conocida: buscar las bandas, en los primeros minutos con Nico Williams por la izquierda y luego con su hermano Iñaki por la derecha. Y no es que fuera muy efectiva en el sentido de que el equipo creara ocasiones en el área rojilla -los últimos pases volvían ser muy defectuosos-, pero sirvió para poner nerviosos a los defensas navarros.

En el minuto 7, por ejemplo, Aridane cometió un error que estuvo a punto de provocar un gol de Guruzeta. Sergio Herrera tapó el remate del guipuzcoano y lo celebró por todo lo alto. Ausente en ataque y tembloroso en defensa, a los pupilos de Arrasate solo les quedaba el pico y la pala e intentar defender bien las jugadas a balón parado ya que el Athletic, a base de insistencia, siempre provocaba algunos córners. En uno de ellos, pasada la media hora, los rojiblancos marcaron el gol que igualaba la eliminatoria. Muniain lo puso muy bien (para variar), Vesga lo remató y su rechace lo pescó alargando la pierna Iñaki Williams, el mejor jugador de su equipo.

Todo lo contrario que su hermano Nico, que pudo escribir la historia de la eliminatoria, ser el autor del gol que conducía al Athletic a la final e hizo justo lo contrario. Sus dos errores en el minuto 69 y 86 provocaron un auténtico destrozo a un Athletic al que le falta pericia de cara a gol -Iñigo Martínez y De Marcos tuvieron buenas ocasiones-, pero también suerte. Fue mejor, tuvo muchas más ocasiones y, aunque le faltó aire en la prórroga y los cambios no mejoraron al equipo -Zarraga, por ejemplo, estuvo fatal-, mereció ser el finalista.