Ortigosa, el exjugador que sigue enamorado del Alavés 50 años después: «Jugar allí fue un regalo»
Pionero ·
El paraguayo Celso Ortigosa derrotó como albiazul al Levante en un play off, fue uno de los primeros extranjeros del club y quedó tan prendado de la ciudad que tuvo un bar en Santa Lucía tras retirarse
Hay quien nace con la sangre albiazul. Pero hay otros que, sin esa privilegiada herencia genética babazorra, destilan alavesismo. Da igual que hayan nacido a casi 10.000 kilómetros de Mendizorroza. Celso Ortigosa (71 años) lo hizo en Piribebuy, una modesta localidad de Paraguay, aunque ... su vida cambió en enero de 1975, cuando la insistencia de varios incasables directivos vitorianos le llevó a convertirse en uno de los primeros extranjeros en la historia del Deportivo Alavés. Casi cincuenta años después, su amor por esos colores se mantiene intacto. «Siento un sincero agradecimiento a toda la población de Vitoria por el trato que recibí. Por abrirme la puerta. Tuvieron un gesto bueno para mi persona. Eso no se olvida», recuerda al otro lado de la línea telefónica. En vísperas de un decisivo duelo entre Alavés y Levante. Como el que él ya vivió sobre el campo.
Ortigosa, en junio de 1975, logró la agónica permanencia del equipo vitoriano en Segunda tras derrotar a los valencianos en el play off. «Era la época de Caszely, el catedrático le llamábamos nosotros», evoca. El delantero granota marcó el 1-0 de la ida, pero el Alavés empató pronto. Con todo igualado, Mendizorroza dictó sentencia absolutoria. «Me acuerdo bien del gol de Aramburu». El que les dio la victoria. Y, a él, la oportunidad de instalarse en Vitoria con un cariño que se mantiene décadas después. Por eso, no es extraño que cierre la conversación con un sentido «aupa Alavés» que insufle ánimos a la plantilla albiazul. «Sí o sí tiene que ganar. Si Dios quiere, lo hará», recalca. No pudo ver la ida, pero buscará la forma de sintonizar la vuelta desde su casa en Piribebuy. La previa la empezó hace días. «Tuve un pequeño encontronazo con la gente del Levante aquí. Yo les recordé el momento de nuestra permanencia en 1975 y les canté eso de 'bravo equipo albiazul, que resurges potente otra vez'. Me mandaron a la mierda, con el perdón de la palabra», recuerda, soltando una carcajada.
Él, ahora orgulloso padre de dos hijos, «abogado y estudiante de medicina», llegó a Vitoria casi de rebote. Eran otros tiempos. Difíciles para un joven y habilidoso atacante al que la liga de su país se le había quedado pequeña. Apareció un 19 de enero de 1975. El mismo día que el Alavés goleaba al filial del Barcelona. Por pura insistencia de la directiva. Porque Celso iba a jugar con el Atlético de Madrid. «Entrené con Aragonés, pero tardó en salir el documento», recuerda. Es decir, la nacionalidad que le permitiera jugar como oriundo y no extranjero. Mientras esperaba se fue a Sevilla. «Estuve más de un mes en el Betis. Llegué a jugar la Copa Andalucía». Frustrado, encontró en Vitoria la última oportunidad por medio de su agente, el misterioso Arturo Bogossian. «Una figura extraña para muchos», como recogía la edición de EL CORREO del martes 21.
Ortigosa debutó con un amistoso ante el Mirandés al día siguiente. Las crónicas hablan de un jugador «sumamente hábil y peleón, correteando -y con sentido- los noventa minutos». Pero los papeles no llegaban. No tiró la toalla por insistencia del club, que buscaba la fórmula para que ayudase al equipo en su pelea por la permanencia. «La directiva me dijo 'nosotros te queremos, no importante que no salga la documentación, el año que viene podrás jugar como extranjero'», recuerda.
El 'mini Barcelona' en la nieve
No tuvo que esperar tanto. Pudo debutar a falta de trece jornadas en Lasesarre contra el Barakaldo. El campo no le permitió grandes virguerías. Tuvo que hacerse pronto a los terrenos de juego españoles. «Me adapté muy bien, aunque en Paraguay los partidos se suspendían cuando llovía y en España se jugaba con nieve», evoca. Trajo oxígeno un equipo que no paraba de fichar en busca de la fórmula mágica. «Cuando yo llegué el Alavés estaba muy mal. Pero había muchos jugadores buenos. Me acuerdo muy bien de mis compañeros: Español, Zuloaga, Rodri… también vinieron unos cuantos jugadores del Athletic», apunta. La permanencia llegó con Tito Reyes en el banquillo. Un hombre orquesta que tanto hacía las veces de gerente, secretario técnico o, como entonces, entrenador.
«Siento un sincero agradecimiento a toda la población de Vitoria por el trato que recibí»
Ortigosa, de apenas 23 años, pudo seguir un año más. En sus dos cursos siguientes pudo compartir vestuario con figuras emergentes como Valdano o Morgado. El equipo, incluso, daba para comparaciones atrevidas. «Nos llamaban el mini Barcelona en aquella época al Alavés. Era en todos los sentidos: por el dinero, por la cantera, une estadio que era muy bueno…», asegura. Aunque el equipo se quedó de nuevo cerca del descenso en la 1975-76 y no pudo ascender un curso después. Fue el último de Ortigosa en Vitoria. Le faltó afinidad con el técnico. «Yo ya tenía un pequeño problema con el entrenador, Joseíto. Parecía que no le gustaban los sudamericanos», explica. Es uno de los pocos malos recuerdos que guarda de Vitoria. Entonces se fue al Cádiz y, tras dos temporadas, fichó por el Getafe. No pudo debutar por una lesión que le retiró.
Pero los hilos de su historia le vuelven a llevar a Vitoria. Abre un comercio y después se aventura con un bar en el barrio de Santa Lucía. No funcionan. «Di un paso en falso y es algo que se paga», reconoce. Pero como tabernero pudo seguir jugando. Lo hizo en el Maestu, ya de forma amateur, con su amigo Kurro como capitán de la nave. «Fue un campeonato de empresas federado. Era un torneo muy competitivo. Luego también jugué a fútbol sala. Llegamos a hacerlo contra un equipo de José María García (Inter). Era un equipazo». En 1986, volvió a su tierra. Para llevar desde entonces tatuado en el pecho el escudo del Deportivo Alavés. «Jugar allí fue una oportunidad, un regalo de Dios. Quiero agradecer el trato a todos, en el club, aficionados, la prensa…». El extremo que divirtió a Mendizorroza guarda una deuda impagable.
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