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En un rinconcito de la plaza de Santa María, a un par de pasos del imponente pórtico de la catedral que se lleva todos los flashes, se levanta la portada de Santa Ana, la más antigua del templo y «a la vez una gran ... desconocida». Esta joya cincelada hace «seis o siete siglos» ha vivido oculta su historia más reciente. Tras un contrafuerte que cubrió su mitad izquierda entre principios del XIX y la popular reforma de los sesenta, tras una oscura capa de contaminación, tras los efectos de la meteorología sobre su piedra... y, desde la primavera de 2019, tras un andamio retirado hace escasos días que ha permitido redescubrir su belleza. Ahora se encuentra a la vista de todos.
Santa Ana es el último secreto que ha desvelado la catedral de Santa María dentro del ambicioso proceso de restauración que la ha convertido en referencia mundial. «La gente más mayor conoce la portada pero hay dos o tres generaciones que puede que no sepan ni dónde está», asume Cristina Aransay, jefa del servicio foral de Restauración. El GPS marca su ubicación en el brazo sur del transepto, hacia el atrio cementerio de la antigua iglesia de Santa María. Ahí, en una esquinita, verja mediante, crece el pórtico dedicado a la madre de la Virgen María hasta los doce metros de altura. Cuando las responsables de Petra S. Coop, la firma 100% vitoriana que ha liderado su rehabilitación, se plantaron ante él se lo encontraron cubierto por «una costra negra».
Cristina Aransay (Servicio foral de Restauración)
Las partículas que escupían las calefacciones de carbón, el humo del tráfico e incluso el aire que arrastraba la contaminación del área industrial se habían estampado durante una eternidad contra la piedra caliza blanca de Ajarte –la prolífica cantera alavesa– que da forma a la portada. «Es una zona con muchas corrientes, ahí tienes el cantón de las pulmonías», señala Dolores Sanz, de la empresa Petra. También la lluvia o el hielo habían hecho de las suyas. «Entran en las grietecitas y revientan la piedra», agrega. El daño era evidente y existían señales del deterioro. A principios de este siglo apareció en el suelo un fragmento de una mano con un libro que se había desprendido del pórtico.
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La rehabilitación emprendida en 2019 con un presupuesto cercano a los 500.000 euros buscaba mejorar su aspecto pero también dar a Santa Ana su lugar dentro de la catedral vieja, donde ahora servirá de entrada libre de barreras arquitectónicas. «No se trataba sólo de que las figuras se vieran más limpias, sino de su puesta en valor, protección y conservación», recalca Sanz, consciente de que tras las decenas de detalles que salpican el pórtico existe «una importancia arquitectónica pero también artística». Por ello se decidió respetar todas las intervenciones ejecutadas a lo largo de la historia, incluida esa cabeza de un indio con un penacho.
Esperanza Estívariz (Arquitecta técnica de la catedral de santa maría)
El pórtico ha necesitado de veintiún meses para dejar de ser, en palabras de Ismael García-Gómez, arqueólogo y miembro del Grupo de Investigación en Patrimonio Construido de la UPV/EHU, «el patito feo» del templo. La pandemia retrasó el suministro de piedra para la nueva bóveda –«construida a la antigua», describen– que ya cubre la obra y que ayudará a su conservación. «Ahora, desde Fray Zacarías te pide mirar para aquí», asegura Esperanza Estívariz, arquitecta técnica de Santa María, sobre este cambio. Con la cantera de Ajarte cerrada, los bloques se trajeron de Campaspero, un pueblo de Valladolid donde brota una caliza blanca muy similar a la utilizada siglos atrás aquí y que, además, envejece de una forma parecida. Santa Ana, que se halla en el dintel junto a su hija, se ha quitado unos cuantos años de encima con su restauración aunque no ha recuperado su policromía original ya que apenas queda algún trazo en negro o rojo del pasado, por ejemplo, en las figuras que ocupan las hornacinas y que se apearon para su revisión. Sólo una de las cuatro se sabe hoy a quién representa, Santa Catalina.
«La falta de atributos complica mucho la identificación», coincide Diana Pardo, restauradora del servicio foral, con Sanz. El tiempo, y se intuye que también la intervención humana, ha mutilado y decapitado varias de estas figuras. En las arquivoltas sólo se han perdido un par, completas, eso sí, de las 56 que albergan, pero en el tímpano inferior no queda ni una cabeza en su sitio. «No se sabe qué ha pasado con estos elementos. A esa altura hubo una viga pero también se piensa que la gente se pudo llevar trozos, que tiraban cosas contra la portada...», sugieren. Sobre el escudo que corona la obra, sin embargo, no hay duda de que «se picó a propósito» para no dejar rastro de su dueño.
Dolores Sanz (Petra S. Coop)
El paso de los siglos sí ha conservado la «exquisitez» de los detalles de Santa Ana, como la cota de malla que visten los soldados que aparecen en la escena bíblica de la matanza de los inocentes, la gaita que sostiene uno de los reyes del Antiguo Testamento, las hojas de vid o la piel de camello que cubre a San Juan Bautista. «En esta capilla probablemente estaba la pila bautismal», conecta el arqueólogo. La restauración ha servido asimismo para investigar sobre las piezas del pórtico, que «no estarían elegidas por casualidad y tendrían más vinculo con Vitoria de lo que se creía».
1 En la portada hay varias figuras sin identificar, como estos dos hombres en las hornacinas.
2 Santa Catalina, con su pie sobre el emperador Majencio, ocupa una de las hornacinas.
3 Algunas piezas del pórtico se decoraron con hojas de vid, en la imagen, y también de panela.
4 El escudo colocado en el vértice del gablete se picó a propósito para que no se conociera quién era su dueño.
5 Muchos ven en estas tres siluetas, una de ellas decapitada, a los Reyes Magos.
6 Por la posición de su mano se piensa que esta mujer es Santa Bárbara.
7 En el dintel aparece la Virgen junto a su madre, Santa Ana.
8 Una escena de la matanza de los inocentes donde se distingue la cota de malla que vestían los soldados.
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