Hay gente que tiene un obituario complicado, sobre todo cuando lo tienes que titular. Y es que, cuando muere un genio normal, coges y dices ayer murió el … y ya está. No es el caso. Si me paro a pensar que es lo que pondría ... sobre ese espacio que define a una persona tengo que tomar aliento y empezar a enumerar. Murió el fotógrafo; y el pintor; el cineasta y el actor; murió el «jefe» de la Mercedes; murió el profesor de dibujo en los Marias y de cine en el Sagrado Corazón; murió el arqueólogo, el de San Juan Ante Portam Latinam, el de Mendiluze, el de Itaida y el de Los Llanos, entre otros muchos sitios; murió el Amigo de sus Amigos de la Bascongada; El de la Cofradía de la Patata; el que ayudaba a organizar los viajes, y alguna cosa más a la Asociación cultural de Zalduondo; murió el blusa de los Zenekes; murió el abonado del Jazz; el crítico de cine y de arte en estas páginas también murió, como murió el colaborador habitual de programas varios en las radios de la ciudad. Mires donde mires en esta ciudad no hay sitio ni lugar en el que alguna vez no vivió.
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Pero si alguien me pregunta como titularía su obituario yo, su hijo, su alumno, su compañero, su colaborador y hasta a veces su cómplice, diría, simplemente y lo que siempre llevaré conmigo, que ayer murió un hombre que reía.
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