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«Un día excavamos un plato funerario y lo dejamos completamente limpio. Llamé a Idoia Filloy (socia del acusado Eliseo Gil) para que hiciera fotos y lo mandó sacar. No vi ni una sola marca. Esa tarde, los grafitos (inscripciones) en euskera aparecen ... después de que Ainhoa Gil (hermana de Eliseo) lo lavara. Yo alucinaba». Esta anécdota, relatada en el Juzgado de lo Penal 1 por el arqueólogo José Ángel Apellániz, condensa el sentir de los tres profesionales que declararon este miércoles en el juicio por el escándalo de los hallazgos supuestamente falsos de Iruña Veleia, ciudad romana semienterrada a diez kilómetros de Vitoria.
Este trío -el propio Apellániz, Miguel Ángel Berjón y Carlos Crespo- pasó meses a pie de zanja y jamás asistió a ningún hallazgo revolucionario. El 16 de enero de 2009, tras sospechar irregularidades y abandonar su trabajo en la excavación, lo denunciaron públicamente y la Diputación retiró la concesión al entonces responsable del yacimiento, Eliseo Gil, a quien ahora se juzga, en compañía de un colaborador, por presentar a la sociedad supuestas piezas falsas de «extraordinaria relevancia» y llamadas a reescribir la historia, no solo de la antigua ciudad romana, sino de la Cristiandad o del euskera. Este proceso penal determinará si todo fue un engaño.
Los tres testigos coincidieron en su versión de los hechos. Sin fisuras apreciables durante sus respectivos interrogatorios ni cambios sustanciales respecto a lo denunciado hace diez años. Eran además, junto a Gil y su socia Idoia Filloy, los únicos arqueólogos profesionales y con experiencia en el yacimiento. El resto carecía de titulación. Lo abandonaron el 8 de enero de 2007 y, un par de años después, comparecieron con la entonces diputada de Cultura en la rueda de prensa que hizo estallar el escándalo.
Berjón fue el primero en responder. «Hallamos cerámicas, vidrio, metal y huesos, pero ningún grafito excepcional». Éstos «siempre» aparecían, ratificaron los tres, durante el proceso de lavado que, como quedó claro en la jornada precedente del juicio, estaba a cargo de alguien de la máxima confianza de Gil, su hermana, que no está encausada. Las revelaciones de estos expertos -dos siguen en activo y con sus agendas a tope- chocan con los datos ofrecidos por el principal encausado, que se enfrenta a un máximo de siete años de reclusión por un delito continuado de daños al patrimonio histórico y otro de estafa. Gil puntualizó el lunes que el 22% de los fragmentos revolucionarios se hallaron en plena excavación. Apellániz, Berjón y Crespo se lo perdieron pese a controlar la mayoría de las perforaciones.
En este sentido, Crespo, ya bien entrada la tarde, subrayó que «nadie nunca vio un grafito excepcional. Hasta enero de 2007 que me fui, ningún material arqueológico se coordenó (registró a pie de excavación) por contener un grafito excepcional. Normales sí salían». Las sospechas fueron creciendo. «Teníamos hasta los nombres de los habitantes de una casa. Le comenté a Eliseo que solo faltaba un retrato. Al poco salió», deslizó Crespo. Pero la primera gran falla entre Gil y este trío que rumiaba en privado su incredulidad surgió con el anuncio público de las inscripciones en euskera. Corría el verano de 2006. «El material podía ser bueno pero arqueológicamente inválido porque no había pruebas de cómo se había sacado. ¿Quién nos iba a creer si no? Así se lo dije a Eliseo», argumentó Apellániz. Les carcomía que no existiera ninguna fotografía o grabación del momento de la extracción con las que defender estos descubrimientos ante la comunidad científica. Sí hubo una reunión interna convocada por Gil ante el inusual volumen de hallazgos, pero quedó en agua de borrajas.
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La desconfianza alcanzó a Euskotren, cuya subvención de 5,1 millones de euros sufragaba una década de excavaciones. «Me llamó el consejero delegado para preguntarme por los grafitos y le dije que eran verdad por el informe favorable de Cerdán (el otro encausado) y porque el entonces diputado Verástegui nos dijo que todo estaba bien», admitió Berjón.
Apellániz aportó otra revelación sorprendente. «Había inquietud debido a que el proyecto no avanzaba y Amelia (Baldeón, exdirectora del Museo de Arqueología) trasladó que 'los que ponen dinero se quejan'». Este experto lo vivió en primera persona. «Óscar Escribano (que el lunes aceptó un año de prisión por falsear una pieza como «broma») me dijo que había que sacar algo, que había que dar un pelotazo». La conversación ocurrió a primeros de 2005. A partir de ahí, los grafitos jamás vistos antes brotaron como arte de magia de la sala de lavado de Iruña Veleia.
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