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Eloy Tizón: «La literatura va a contracorriente del mundo»Eloy Tizón (Madrid, 1964) es uno de los grandes exponentes de la narrativa breve española. Autor de colecciones de cuentos como 'Plegaria para pirómanos', 'Técnicas de iluminación' o 'Velocidad de los jardines', acude a Vitoria como uno de los grandes invitados de la primera edición ... del Festival Internacional de Cuentos Ignacio Aldecoa, dirigido por Iban Zaldua. En su charla del sábado 15 de marzo en la Casa de Cultura (18.00 horas; entrada gratis) hablará acerca de un género que siente que va ganando adeptos. Esta actividad supone el cierre a un programa que este mismo sábado (10.00-13.00) también acoge un taller literario en euskera impartido por Mariasun Landa, Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil. Para ambas actividades es necesario sacar invitación en la web aldecoafestibala.araba.eus.
– La charla lleva como título 'El susurro del cuento'. ¿Por qué?
– No hay una razón determinada. Es un pequeño guiño al último cuento de 'Plegaria para pirómanos' que se titula 'Confirmación del susurro' y tiene que ver con que me gusta reivindicar la literatura como un arte en voz baja. No es algo que grita, sino algo que hacemos para un grupo más reducido de lectores y va creciendo de manera sigilosa, me parece eso. Tiene ver con el susurro y con los cuentos. Por eso elegí ese título.
– Podía invitar a pensar en los cuentos que narran padres a hijos a la noche en voz baja.
– Me gusta esa interpretación porque también creo que asociamos el cuento a algo que tiene que ver con la confidencia y algo de naturaleza privada, algo que tiene cierto aspecto de intimidad.
– Participa en el estreno de un festival de cuentos en Vitoria. Ya dirige uno en Torrijos (Toledo). ¿Hay muchos programas de este tipo?
– Que yo sepa hay pocos. Hay bastantes festivales dedicados a la poesía o a la literatura de género, a la literatura negra o a la literatura fantástica, pero los dedicados específicamente al cuento literario son escasos. Mi impresión es que van a ir a más porque es un género que va ganando adeptos y vamos creciendo en número los militantes del cuento.
– Contaba Aixa de la Cruz en una entrevista reciente que en parte esa visibilidad tiene que ver con el tirón de autoras latinoamericanas como Mariana Enríquez o Mónica Ojeda. ¿Lo comparte?
– En parte creo que es acertada esa observación. Creo que la literatura latinoamericana, sobre todo la practicada por escritoras, tiene muchísimo auge y muchísima vigencia. Pero tampoco creo que sea solo por eso. Me parece que es de justicia reconocer el trabajo que han hecho editoriales como Páginas de Espuma, como Candaya o Menoscuarto Ediciones. Viene de atrás, de varias décadas. Es un trabajo de hormiga constante para reivindicar ese espacio dedicado al cuento. Todos son esfuerzos que van sumando en la dirección de darle un cierto lugar de visibilidad.
– Un libro de relatos por década. ¿Es una opción personal o una estrategia editorial? ¿Qué hay detrás de ello?
– Si fuera estrategia sería la peor (risas). La verdad es que son factores un poco casuales, aunque pueda parecer premeditado. Soy un narrador de ritmo lento. Necesito bastante tiempo para que los cuentos vayan encontrando su camino. Y sí es verdad que tengo la sensación como que a lo largo de una década voy recopilando materiales de cosas que he vivido, de huellas que me ha dejado la experiencia de viajes, de amores y de lecturas, por supuesto. Al final de la década tengo la necesidad como de ordenarlo todo, de darle forma y de sacar un libro. Pero no responde a un plan maléfico para dominar el mundo. Es algo más sencillo, es un ritmo vital.
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Ramón Albertus
– En tiempos de inmediatez, defiende que la literatura está fuera de lo productivo. ¿Tiene algún fin u objetivo escribir?
– Creo que precisamente está implícita en tu pregunta una posible respuesta en un mundo totalmente acelerado y por momentos desquiciado. Yo siento que cada vez son más necesarios espacios de calma, de reflexión, de belleza, de emoción. La literatura, en ese sentido, va a contracorriente del mundo. No es todo rapidez ni vértigo. Es un momento para reencontrarnos con nosotros mismos y para poder mirar con cierta lentitud las cosas. Entonces ese puede ser uno de los posibles sentidos de la literatura. Creo que el ser humano siempre necesitará esos espacios de sosiego para no volverse loco, básicamente.
– En el ensayo 'Heridos leve' cuenta que a los 16 años siente algo tan fuerte con la lectura que no se atreve a «confesarlo por temor a ser rechazado, a sentirme incomprendido».
– Siempre el recuerdo puede teñir de un poco de matices diferentes la experiencia. Pero cuando vives en un medio que no es especialmente propenso a la literatura, como era mi caso, en un barrio popular de Madrid, resulta algo embarazoso confesar que eso te ha pasado, porque me parece que intuyes que no va a ser compartido por la mayoría de tus conocidos o de amistades que no leen mucho. Creo que también en ese momento de deslumbramiento parte del placer puede ser mantenerlo en secreto.
- Nos lleva a la imagen de un escritor rodeado de escritores. ¿Hubo una ruptura con otras amistades?
- Creo que el tiempo produce una filtración. Cuando uno se inclina hacia la literatura, casi sin darte cuenta vas acercándote a personas que están relacionadas con la literatura o se acercan a ti. Hay algo ahí casi inconsciente y de manera natural tus amigos van siendo escritores o personas relacionadas con la escritura. Dentro de ese virus que que es la literatura es lógico que al final te juntes con los que están enfermos de tu mismo mal y con los que sí te sientes más en casa. Imagino que igual deportistas terminan rodeados de personas muy afines a su pasión. Lo que no quiere decir que no me parezca que también es sano tratar con personas de círculos distintos precisamente para evitar el riesgo de la endogamia.
- En 'Herido leve' habla también de una revista, fanzine, que tienen tan solo 15 personas y se llama 'El interlocutor exprés' (1992-1994). En él escribió Carmen Martín Gaite. ¿Cómo surgió aquella revista?
- Fue una pequeña conspiración de amigos que coincidimos en un periódico de vida efímera que fue 'El sol' y duró dos o tres años a principios de los años 90. Luego se cerró y varios de nosotros formamos parte del suplemento cultural. Cuando se cerró, alguien ofreció la idea de seguir en comunicación a través de una publicación hecha con fotocopias para unas 15 personas en la que cada uno escribía un poco lo que quisiera o mandaba un dibujo o una traducción efímera. Era un juego realmente. Pero dentro de ese juego, con todo su su dimensión lúdica, pues apareció Carmen Martín Gaite, a la que le gustó mucho la idea acerca de cómo la escritura de alguna forma genera la necesidad de buscar interlocutores. Tengo todavía sus escritos que mandaba escritos a mano, con esa caligrafía tan hermosa. Demuestra mucha curiosidad y generosidad también. Es un gesto desinteresado que los escritores y escritoras grandes tienen y dice mucho de ellos.
- Al hablar de cuentos se genera un debate sobre la verdadera definición del género. En su caso se ha visto como poesía algunos relatos. ¿Qué es lo que identifica a un cuento?
- Es un debate interesante y abierto porque no, yo creo que no hay una definición única de cuentos y me parece que lo maravilloso del género es justamente que es un terreno muy propicio para probar cosas nuevas, experimentar e indagar. Me parece que es un territorio muy proclive al entrecruzamiento de líneas, a la mezcla, la hibridación. En mi caso son cuentos que tienen bastante contaminación de poesía. En otros casos tienen a lo mejor un aspecto más ensayístico junto a lo narrativo. Es parte de la magia la cantidad de posibilidades que ofrece. Ese lado indómito del cuento me gusta mucho.
- En la presentación del festival vitoriano se comentó que de alguna manera está hermanado con el certamen Torrijos Cuenta. ¿De qué manera se colaborará?
- Imagino que este fin de semana que coincido con Iban (Zaldua) saldrán muchos temas y tal vez se hable de esto. Siempre es una buena idea sumar fuerzas y establecer algún tipo de alianza o de estrategia que nos beneficie a todos. Beneficia a los autores y por supuesto beneficia al género. Al final, somos enamorados todos del cuento y jugamos un poco a hacer apología para intentar seducir a posibles lectores de la belleza y bondad del género. Estamos remando en la misma dirección.
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