![Un Llodio arrasado y seis vecinos fallecidos](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/08/25/INUNDACIONES%20LLODIO-003-khsF-U20010792094113DF-1200x840@El%20Correo.jpg)
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Recordar las inundaciones de hace 40 años supone volver a una de las páginas negras de Llodio. La avalancha sorprendió al pueblo en plenas fiestas. La lluvia comenzó a caer con intensidad hacia las cuatro de la tarde y solo una hora después empezaron a desbordarse los afluentes del Nervión, preludio a la catástrofe. El calificativo no constituye ninguna exageración para situar un episodio que aún hoy muchos vecinos evocan sobrecogidos. La riada dejó seis fallecidos y también un núcleo urbano irreconocible, destruido.
La rapidez de la tragedia. Aquel 26 de agosto de 1983, en solo unas horas, Llodio se quedó incomunicada, sin suministro de luz ni agua. Las carreteras y caminos se convirtieron en trampas mortales. Fue la causa de los seis fallecimientos. Los guardias civiles Miguel Salgado, Pedro Narbona, Luis Postigo y el teniente Alejo García, que junto a otros compañeros habían acudido aquel día desde sus cuarteles de Oion, Laguardia y Vitoria, murieron en su todoterreno cuando precisamente habían rescatado a una joven de 16 años, Araceli Pozo. A los cinco se los llevó la corriente. Lo mismo que un golpe de agua acabó con la vida de Juan Castillo.
El lodo lo inundó todo. Calles, casas, comercios, empresas... En muchos casos tuvieron que empezar de cero. Sin embargo, fue el revulsivo para que la actividad comercial renaciera de la mano de la asociación de comerciantes. Eso sí, todavía se aprecian huellas de aquel desastre. En la antigua ferretería Garayo, que ahora usa el colectivo Kulturlab, todavía se puede ver en el techo el agujero que practicaron su dueño, Juantxu Garayo, Fernando Pérez y Ramón Arbaizagoitia, que se había refugiado del aguacero, para salir de la encerrona en la que se había convertido la lonja. Se quedaron atrapados y era imposible salir de allí. La única alternativa fue huir hacia arriba y los tres «salimos por la sacristía», evocó Juantxu Garayo, que vivió en primera persona aquella experiencia. Escapes similares se produjeron en lo que entonces era el bar Sokoa, en la calle Nervión, cuando el agua ya se había llevado el edificio donde estaba entonces el batzoki.
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Incluso el fallecido Gentza Belaustegigotia, diputado foral, juntero y secretario de Presidencia del primer gobierno de Carlos Garaikoetxea, estuvo a punto de perder la vida cuando se lo llevó el agua. Sólo pudo salvarse atándose con una cuerda a la barandilla del puente de la estación hasta encontrar una salida donde el agua corriera con menos ímpetu.
Ya queda poco de aquel pueblo. Algunas casas antiguas y la estación. El resto prácticamente ha desaparecido y es una pérdida que los llodianos lloran cuando recuerdan el pueblo de su infancia, con el lavadero y el edificio de Correos, las callejuelas alrededor del arroyo Aldaikoerreka y los bares de la plaza. El desastre fue enorme y ha quedado cincelado en la memoria local junto al cierre de Aceros de Llodio en 1992 como las dos grandes catástrofes de la historia local. Los daños económicos fueron terribles. La riada se llevó los planes para abastecer de agua a Llodio desde la presa de Olarte, que quedó completamente inutilizada e irrecuperable y, durante varios años, hasta la construcción del pantano de Maroño, en 1990, la localidad sufrió severas restricciones de agua que llegaron a ser de hasta veinte horas diarias.
En el Llodio de 2023 hay obras en marcha, como en encauzamiento del Nervión, para evitar riadas similares. Las máquinas ocupan el cauce, prácticamente seco, para profundizar una media de un metro en el lecho y aumentar su capacidad hidráulica. El encauzamiento que hizo el Ministerio de Obras Públicas en 1994 dejó la mayor parte de Llodio en zona inundable. Aquel 26 de agosto de hace cuatro décadas se registraron cerca de 500 litros de agua por metro cuadrado en apenas veinticuatro horas.
Los expertos dicen que solo se producen cada 500 años, pero nadie quiere jugar a los dados con el destino. Por fortuna, los desbordamientos no han vuelto a alcanzar semejantes dimensiones. Entonces, Llodio dejó bien grabado en la memoria el sentimiento de comunidad y de apoyo mutuo.
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