Se ha convertido en la dolencia intestinal más famosa de las redes sociales y en el protagonista indiscutible de las consultas de los médicos digestivos. Encontrarle una causa a sentirse siempre como un globo, a las tediosas molestias de abdomen o a los extraños ruidos
intestinales ha conseguido crear mucha expectación y donde antes todo era 'colon irritable', ahora aparece un nuevo concepto: el SIBO.
Responde a las siglas en inglés de small intestine bacterial overgrowth y se refiere al sobrecrecimiento de bacterias en el intestino delgado. «En realidad, no es un concepto nuevo. Hay documentación de este trastorno desde 1932, pero es posible que la actual preocupación por la salud digestiva y la alimentación, unida a los avances en el estudio de la microbiota, lo hayan puesto de moda», explica el doctor Eduardo González Zorzano, experto del Departamento Científico Consumer Healthcare de Cinfa.
Aunque según el doctor González la evidencia científica todavía es muy escasa, lo que sí se sabe es que el origen está en bacterias o arqueas del intestino grueso que han decidido trasladarse a vivir al intestino delgado y que interfieren en la digestión de los alimentos. El problema es que, en lugar de permitir que el intestino delgado digiera los alimentos y libere nutrientes al torrente sanguíneo, esos microorganismos llegan primero y se dedican a fermentarlos. Y el resultado es desastroso: liberan hidrógeno, metano o sulfuro de hidrógeno y provocan la famosa hinchazón.
«Y los síntomas pueden ir desde la distensión abdominal hasta la sensación de saciedad muy rápida al comer o, en situaciones más graves, incluso una mala absorción de los nutrientes», aclara González Zorzano. Con el tiempo, además de dolor intestinal, esa acumulación de gas puede producir diarrea o estreñimiento e incluso, en los casos más graves, una absorción deficiente de grasas, proteínas e hidratos de carbono (azúcares, almidones y fibras de granos, verduras, frutas y lácteos) al dañar el revestimiento de la pared intestinal.
Y el experto advierte: el SIBO casi siempre es síntoma de otro problema subyacente como la celiaquía o algún desorden anatómico en la válvula ileocecal, que es la que separa el intestino grueso del delgado. Diagnosticar el SIBO es simple: basta con una prueba de aliento que se realiza soplando en un tubo cada 30 minutos durante unas tres horas después de ingerir un sustrato de lactulosa.
El tratamiento, sin embargo, es más controvertido: se suelen pautar antibióticos y después probióticos, pero «muchos pacientes recaen porque no se trata la causa raíz del problema –explica González–. Y no podemos olvidar que la microbiota, ese conjunto de bacterias que habita el intestino, tiene muchas funciones relacionadas con el cerebro y la ansiedad».
Los expertos recomiendan que el tratamiento del SIBO sea tanto farmacológico como dietético. Los antibióticos tienen como misión eliminar las bacterias, y la dieta específica ayuda a recuperar la normalidad del tracto digestivo y a que no haya recaídas. «Lo ideal es seguir una dieta baja en hidratos de carbono fermentables (FODMAP, por sus siglas en inglés)», explica el doctor de Cinfa Eduardo González Zorzano. Se trata de restringir los alimentos que contienen altos niveles de hidratos de carbono, como algunas frutas y verduras, que suelen ser muy recomendables para la salud intestinal, pero no para las personas con SIBO. «Esto incluye desde el trigo, el ajo o las cebollas hasta lentejas, manzanas o peras», enumera el experto. También se deben evitar la leche y sus derivados con lactosa; y todos los alimentos y bebidas con edulcorantes.
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