¡Sonríe! Vivirás más y mejor La ira propicia los infartos; un abrazo refuerza el sistema inmune... Dime de qué humor estás y te diré de qué enfermedad padeces
La ciencia, finalmente, ha demostrado la estrecha relación entre nuestras emociones y la salud. La ansiedad provoca trastornos del ritmo cardíaco; la depresión calcifica las arterias coronarias y las frustraciones aumentan el riesgo de arteriosclerosis... La última revolución médica no tiene que ver con un nuevo fármaco, sino con el cuidado de nuestros afectos positivos.
Las gemelas Kyrie y Brielle Jackson son dos adolescentes sanas que en la actualidad viven en el estado de Massachusetts (Estados Unidos). Pero su llegada a este mundo no fue nada fácil: al nacer, apenas alcanzaban el kilo de peso cada una y, aunque la pequeña Kyrie evolucionó favorablemente desde un principio, su hermana pasaba apuros en la incubadora vecina.
Tenía muy pocas esperanzas de supervivencia. Su corazón era muy débil y a los problemas para respirar se sumaban unos niveles de oxígeno en sangre preocupantemente bajos. Sufría constantes ataques de hipo, claro síntoma del estrés al que estaba siendo sometido su pequeño cuerpo.
Las emociones positivas hacen que aumente la actividad en el lóbulo izquierdo del cerebro: la zona que gestiona el sistema inmune
Violando la normativa del hospital, la enfermera que estaba a cargo de las gemelas decidió, en un acto desesperado, poner a las dos en una misma incubadora. En un gesto que conmovió a todos los presentes, la más sana de las pequeñas, Kyrie, extendió su brazo sobre los hombros de Brielle. La mejora fue casi instantánea: su respiración se estabilizó y su temperatura corporal se elevó hasta niveles normales; el nivel de oxígeno en sangre alcanzó cotas que no había registrado desde su nacimiento y su piel adquirió un saludable color rosado. Sin saberlo, Kyrie había llegado para rescatar a su hermana. El método: un simple abrazo.
El contacto con el ser querido provoca una explosión de reacciones en nuestro organismo. Un abrazo, un beso o una caricia se traducen en una serie de impulsos nerviosos que provocan una cadena de respuestas cerebrales. Se disparan los niveles de oxitocina, una hormona que reduce la presión sanguínea, y se reduce la presencia de cortisol, conocida también como la hormona del estrés. El cuerpo libera adrenalina, endorfinas, calcitonina y todo ello tiene un efecto positivo sobre nuestra salud: ayuda a regular el flujo linfático, la contractilidad intestinal y la presión arterial, previniendo la aparición de enfermedades cardiovasculares.
«Las emociones –explica Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor del libro Emociones e inteligencia social (Ariel)– son procesos mentales muy antiguos. Aparecen ya en animales primitivos como una forma de alimentar la conducta instintiva y garantizar así la supervivencia». El catedrático señala dos partes diferenciadas en este proceso. «Por un lado, aparece una respuesta somática: por ejemplo, el corazón late más deprisa si tenemos miedo, generamos adrenalina... Son reacciones inmediatas de nuestro cuerpo». Una segunda parte tiene que ver con la forma en que nuestra mente procesa esa información: «Cuando decimos que tenemos miedo, vergüenza o asco, estamos expresando un sentimiento, que es la parte cognitiva o psíquica de la emoción».
Para entendernos, se trata de la parte instintiva y la parte consciente de un mismo proceso; y tanto la una como la otra tienen consecuencias directas sobre nuestra salud.
Nuestro organismo, comenta el investigador, soporta muy bien alteraciones puntuales, como las de un susto. El problema surge cuando estas respuestas emocionales se producen de manera permanente. «Éstas terminan por dañar nuestro organismo, particularmente el sistema cardiovascular, el sistema inmunológico y nuestra capacidad cognitiva, ya que se produce la muerte de neuronas cerebrales. Y entre los elementos más dañinos –concluye– está la liberación de hormonas corticosteroides, que pueden entrar en el cerebro a través de la sangre».
«Con afecto, todo duele menos. Es algo similar al beso de la abuela que dice: 'Sana, sana'. El gesto genera opioides endógenos y calma»
Los corticoides, como también se llama a estas hormonas, están implicados en una variedad de mecanismos fisiológicos, incluyendo aquellos que regulan la inflamación, el sistema inmunitario, el metabolismo de hidratos de carbono, el catabolismo de proteínas... Las emociones positivas, recalca, influyen en la mejora de nuestro sistema inmunológico. Así, una persona que padece un cáncer tendrá menos posibilidades de recuperación si está deprimida.
El matiz entre emociones positivas y negativas no es en absoluto banal. Las primeras provocan un incremento de actividad en el lóbulo frontal izquierdo de nuestro cerebro, mientras que la neuropsicología asocia las segundas con el lóbulo frontal derecho. Casualmente es la región izquierda la que 'gestiona' la reacción inmunológica de nuestro cuerpo. Si pasamos mucho tiempo tristes o de mal humor, nuestro cuerpo produce menos linfocitos y menos anticuerpos como la inmunoglobulina A, que nos defiende del catarro común. Algunos estudios vinculan la frustración con la aparición de enfermedades respiratorias.
No existe, sin embargo, un consenso acerca de la influencia de sentimientos como la felicidad o la satisfacción por las metas cumplidas (por poner dos ejemplos) sobre nuestra salud. Las investigaciones muestran resultados contradictorios.
En cualquier caso, la mayoría coincide en señalar que la reacción fisiológica –como la presión sanguínea o la frecuencia cardiaca– es más intensa ante estímulos nocivos que ante aquellos que pueden resultar beneficiosos. No sólo eso: nuestro organismo tarda bastante más tiempo en recuperarse de un susto que en 'olvidar' una sonrisa o un abrazo. Para colmo de males, los efectos adversos podrían ser acumulativos. La buena noticia es que sentimientos como la alegría amortiguan, en cierta medida al menos, el efecto nocivo de sus contrarios. Ocurre con el sistema cardiovascular y con los sistemas inmunológico y endocrino.
En las emociones positivas ha centrado su trabajo el catedrático de la UNED Enrique García Fernández-Abascal, que imparte asignaturas con títulos como Emoción y Salud o Psicología de la Emoción. «Empecé estudiando los miedos, el estrés, la hostilidad... todo lo relacionado con el afecto negativo, que ha sido el objeto de estudio tradicional de la psicología. Pero ahora la disciplina está lo bastante madura como para dejar de centrarse sólo en curar y abrir el camino a la prevención».
Y ahí es donde entran las emociones positivas. Aunque García Fernández-Abascal sostiene que hay pocos datos de momento –pues faltan estudios longitudinales (es decir, que abarquen un largo plazo de tiempo)–, cita durante la conversación una buena cantidad de investigaciones. Entre ellas, un estudio que él mismo ha llevado a cabo: durante siete años, él y su equipo realizaron un seguimiento a personas que habían sufrido un infarto. Aquellos que tenían determinadas características de afecto positivo sufrieron menos recaídas.
«A una persona con afecto positivo –explica– le duele menos lo que tiene. Es algo muy parecido a la abuela que le da un beso a su nieto y le dice: 'Sana, sana'. No es sólo un efecto placebo, el gesto realmente nos calma y nos hace más tolerantes al dolor porque genera opioides endógenos».
Si pasamos mucho tiempo tristes o de mal humor, nuestro cuerpo produce menos linfocitos e inmunoglobulina A, que nos defiende del catarro común
El análisis de los placebos es, precisamente, la especialidad de Albert Figueras, médico del Institut Català de Farmacologia y autor del libro Pequeñas grandes cosas. Tus placebos personales (Plataforma). «El cerebro –afirma– es el centro rector de todo. Está en todo momento procesando lo que vemos, lo que oímos, nuestras sensaciones... Al hablar de sus efectos sobre el organismo, yo utilizo la imagen del cortocircuito: una emoción, como puede ser el miedo, por ejemplo, se mezcla con la información que llega a nuestro aparato digestivo y provoca diarrea. Hay muchas frases populares que aluden a esta relación entre el cuerpo y el estado de ánimo: 'tener el corazón en un puño' o 'tener mariposas en el estómago'. Ahora, la ciencia está demostrando que existe esta relación».
Pese a que la aparición de estudios científicos que atienden al efecto de las emociones positivas o negativas sobre nuestra salud es algo relativamente reciente –todos los entrevistados para este reportaje coinciden en que hay mucha 'palabrería' en este terreno–, en realidad estas teorías estuvieron presentes desde los inicios de la medicina en Occidente.
Un grupo de niños y niñas de un orfanato coreano recibió, durante un mes, 30 minutos de estimulación extra al día. Consistía en masajes, palabras cariñosas de sus cuidadoras y contacto visual. El resultado: en comparación con los pequeños que recibieron un trato ‘normal’, los participantes en el estudio ganaron mucho más peso durante esas semanas y su cráneo creció a un ritmo más rápido. Además, sufrieron menos enfermedades.
Ya Hipócrates hablaba, cinco siglos antes de nuestra era, de las 'pasiones' que influyen en nuestro cuerpo. Y otro médico griego que nació tres siglos más tarde, Galeno, pensaba que cada emoción está asociada a un fluido determinado del cuerpo –bilis negra, bilis amarilla, sangre y flema– que se asociaba a distintas enfermedades. Así, las mujeres melancólicas, decía, tienen más probabilidad de desarrollar una enfermedad grave.
El moderno discurso científico tiende a evitar una relación unívoca entre las emociones y el estrés en nuestra salud. Pero, pese a aludir a múltiples causas (los hábitos, la genética...) en la aparición de enfermedades, se da por demostrada la relación entre lo que sentimos y los males que padece nuestro organismo.
Así, la ira, la ansiedad o el estrés influyen en la aparición de trastornos coronarios, pero el afecto positivo tiende a contrarrestar estas reacciones. Moraleja: si quiere vivir más y mejor, piense en positivo y controle sus emociones negativas.
Emociones que curan... y enferman
El sistema inmune
Es uno de los componentes del organismo más vinculados con nuestras emociones. Los sentimientos negativos pueden lesionarlo: provocar desarreglos hormonales e interrumpir el correcto funcionamiento de los neurotransmisores, lo cual puede incidir de forma negativa en enfermedades graves como el cáncer, el sida y, según nuevos estudios, en la evolución de la artritis reumatoide.
Los huesos
Ciertas emociones negativas disparan los niveles de cortisona, que reduce el contenido de minerales del esqueleto: la posibilidad de sufrir una fractura aumenta hasta un 40 por ciento. Así lo demostró un estudio realizado durante diez años con personas sanas y con depresivas: éstas sufrieron un 40 por ciento más de fracturas óseas.
La dispepsia funcional
Caracterizada por fuertes dolores en el abdomen, la úlcera gástrica o duodenal o el síndrome de colon irritable pueden ser consecuencias del estrés o la ira sobre nuestro sistema gastrointestinal.
El sistema muscular
La tensión acumulada provoca contracturas, tics o temblores en los músculos, incluso lumbalgias y cefaleas.
El corazón también
Las depresiones debilitan el corazón. Un estado de ánimo depresivo es un factor de riesgo para los ataques al corazón tan importante como la hipertensión. En la sangre de las personas depresivas se encuentran valores elevados de factores inflamatorios. «Es increíble que el cuerpo reaccione con un aumento de los factores inflamatorios no sólo ante la presencia de sustancias nocivas o heridas, sino también ante cargas emocionales», dice el psicocardiólogo Karl- Heinz Ladwig.
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