Psicología

Lo que sufres no es depresión, no es ansiedad... es languidez. Y es peligrosa

La prolongación del estrés y la incertidumbre ante la pandemia han derivado en una mezcla de desmotivación, falta de concentración y abandono. Se llama ‘languidez’. Y es peligrosa.

Jueves, 19 de Agosto 2021

Tiempo de lectura: 7 min

Ni tristeza aguda ni agotamiento. El desgaste emocional que nos deja la larga crisis provocada por el coronavirus a estas alturas del año está más cerca de la anestesia colectiva. «Las circunstancias estresantes a las que nos ha sometido la pandemia han llevado a muchas

personas a un estado de apatía, les cuesta concentrarse e incluso hay quien ha decidido aislarse un poco socialmente -asegura el psiquiatra Ignacio Vera-. El miedo al contagio o a la muerte, las restricciones y la situación socioeconómica han provocado una pérdida del impulso vital de la que tardaremos en recuperarnos».

Expertos de todo el mundo señalan ya un malestar provocado por esa sensación de estancamiento, donde cada día parece el mismo. «La languidez de la que hablamos no es ansiedad ni depresión, es más parecida a la disforia, un concepto que viene del griego ‘difícil de llevar’», aclara Laura Palomares, directora de Avance Psicólogos. «Es un estado en el que entras sin apenas darte cuenta porque aparentemente es leve, pero que te mantiene desmotivado y puede derivar en bajo rendimiento laboral y en problemas psicológicos más complicados». Los datos recogidos por Corey Keyes -el sociólogo y psicólogo estadounidense responsable de acuñar este término- avalan su razonamiento. Según la investigación de Keyes, la palabra ‘languidez’ sirve para definir el malestar de muchas personas que, aunque no presentan síntomas de depresión, tampoco son capaces de salir de ese estado de indiferencia. Y sugiere que los que tendrán más probabilidades de padecer depresión grave y trastornos de ansiedad en la próxima década son los que actualmente presentan síntomas de languidez.

"La población adolescente es una de las que más ha sufrido y se puede entender porque es, probablemente, la que más modificación de las rutinas ha tenido que asumir".

Ignacio Verapsiquiatra

«Las primeras alarmas empiezan cuando un día te despiertas y ya te da lo mismo ducharte o no, comer a las dos o a las tres, quedarte hasta las tantas viendo una película… Cuando todo le da un poco igual. Sabes que tienes que hacer cosas, pero lo vas dejando. Empiezas a perder las rutinas, los horarios se difuminan y las emociones comienzan a ser muy laxas», explica la psicóloga. «Existen demasiados frentes que se escapan a nuestro control y hemos empezado a desarrollar lo que se conoce como ‘indefensión aprendida’», continua. Ni siquiera la llegada de la vacuna consigue animarnos. «Cada vez llaman a más gente, pero de repente hay problemas con la distribución, luego son los efectos secundarios, las mutaciones del virus… Todo eso va generando una desmotivación derivada de problemas que no puedo controlar. Total, haga lo que haga no depende de mí…». Según la experta, el peligro es que esta actitud de apatía puede llegar a desajustar nuestros ritmos circadianos, el reloj biológico interno que regula el ciclo de sueño y vigilia. «Es un regulador hormonal natural, pero si se rompe puede bajar la dopamina, que es la hormona de la motivación», concluye.

Un bloqueo que nos impide experimentar placer

Según Laura Palomares, «hemos vivido momentos de mucha intensidad donde observamos cómo se encendían todas nuestras alarmas. Al principio, lo primero que se activó fue el sistema nervioso simpático, que es el que nos permite reaccionar y defendernos de los peligros. Hubo una primera fase donde se produjeron muchas crisis de ansiedad y de pánico. De ahí pasamos a lo que se denominó ‘fatiga pandémica’, que vino provocada por el agotamiento de tantos meses de alerta mantenida». Los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre la salud mental de los españoles resumen todo este recorrido. Según su última encuesta, el 46 por ciento de la población manifestó un aumento del malestar psicológico durante el confinamiento, el 55 por ciento se mostró incapaz de controlar las preocupaciones y un 41,9 por ciento tuvo problemas de sueño. Un 30 por ciento sufrió ataques de pánico. ¿Y ahora qué? Todos estos síntomas, junto con la inseguridad y la desesperanza por lo que nos depara el futuro, se traducen en lo que en psicología se conoce como ‘anhedonia’, una especie de bloqueo que nos impide experimentar placer: «Eso es lo que yo relaciono con ese concepto de languidez: no identificar demasiado las emociones porque estás en un momento tan pasivo que no te preocupas de lo que piensas ni de lo que sientes», concluye la psicóloga.

«La población adolescente es una de las que más ha sufrido y se puede entender porque es, probablemente, la que más modificación de las rutinas ha tenido que asumir -explica el psiquiatra Ignacio Vera-. Es el grupo en el que se ha producido la mayor explosión de sintomatología psiquiátrica. Lo hemos visto sobre todo en temas de comportamiento alimentario más grave y con más frecuencia y en fenómenos autolesivos, sobre todo en lo que ahora se conoce como cutting, que consiste en la práctica de cortarse en diversas zonas del cuerpo. A esto se suma un aumento de la ideación suicida y, por supuesto, de las hospitalizaciones. Es la población que más ha demandado servicios sanitarios». Tal y como recoge la encuesta de la Asociación de Familiares de Enfermos Mentales (FEAFES), los pensamientos suicidas han aumentado entre un 12,5 y un 14 por ciento en las personas jóvenes.

Lo más preocupante es que, a medida que avanza el tiempo, la situación para los adolescentes no parece mejorar o, al menos, así lo concluye el informe realizado por el Instituto de Estudios Sociales Avanzados del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ya que, según los datos de 2020, los jóvenes mostraban más optimismo, mientras que ahora reflejan un estado de ánimo peor que otros grupos como son los mayores de 65 años.

Cómo superarlo: centrarse en el presente

Los expertos aseguran que ponerle palabras a las emociones siempre es bueno porque la persona las identifica y puede empezar a buscar estrategias para trabajarlas si son negativas. «Entender términos como el de la ‘languidez’ o de la ‘fatiga pandémica’ y saber que le pasa a más gente nos puede ayudar a relativizarlo. Yo siempre les digo a mis pacientes que hay que permitirse un poco de malestar e intentar no psiquiatrizarlo todo -afirma Vera-. Hay una tendencia en la sociedad a que cualquier tipo de sufrimiento requiere atención, pero en este caso hablamos de un sufrimiento adaptativo que es normal y que se ajusta a lo que hemos vivido. Es imposible que, según se levante el estado de alarma, inmediatamente te recoloques. Necesitaremos un tiempo para retomar ciertos espacios sociales, para encontrarnos con más ganas, para hacer planes: Ahora bien, tan importante es aprender a tolerarlo como saber que, si uno realmente no puede afrontarlo con sus propios recursos, tiene que pedir ayuda».

Además de ponerle nombre, Laura Palomares propone ciertas pautas para evitar que esta languidez afecte a nuestro rendimiento laboral: «Algunos expertos hablan de un concepto llamado ‘flujo’ como ayuda para concentrarnos. En mi opinión, esto tiene que ver con la capacidad de pensar en el aquí y el ahora. Eso que se conoce como mindfulness y que tan bien está funcionando. Centrarte en el presente te puede provocar un bienestar porque te ofrece una sensación de control». Levantarnos continuamente de nuestro sitio de trabajo porque nuestro cerebro nos propone algo ‘supuestamente más importante que hacer’ solo responde a un estado de ansiedad y hay que tratar de controlarlo: «En realidad es un boicot inconsciente para no tener que enfrentarnos a lo que nos está generando ansiedad, que es el trabajo. El truco está en apuntar todas esas necesidades y dejarlas para luego. Hay que minimizar todo lo que sabemos que puede boicotearnos y dejar preparadas cosas como una taza de café o agua en nuestra mesa. Lo que no voy a hacer ahora es levantarme del sitio. La ansiedad funciona como una campana de Gauss: tiene que llegar un pico para poder bajar y, si te quedas sentado y pasas ese pico, enganchas con la concentración y vas haciendo músculo».

La COVID-19 ha dejado daños colaterales en nuestra salud mental y ha puesto de actualidad varias fobias.

1. Fatiga pandémica, la desmotivación

La OMS acuñó este término para referirse a la desmotivación y el cansancio que sentimos a la hora de cumplir las medidas de protección recomendadas. Como explica el doctor Julio Maset -médico de Cinfa-, «conlleva consecuencias como estrés, insomnio, irritabilidad, cambios de humor, problemas de concentración, angustia y ansiedad».

2. Hafefobia, huir del contacto físico

Miedo a ser tocado por otras personas. Según el psiquiatra Ignacio Vera, «se han multiplicado los casos de fobia al contacto físico por miedo al contagio y es normal porque, durante la pandemia, cualquiera podía tener el virus, con lo cual ‘los otros’ se convierten inconscientemente en un peligro y hay gente a la que le está costando retomar el contacto social».

3. Síndrome de la cabaña, temor a salir

s un estado anímico, mental y emocional que dificulta volver a la situación previa al confinamiento y readaptarse a la situación de ‘normalidad’ representa un reto. Explica el psiquiatra Vera que es «como una especie de agorafobia, es decir, salir a la calle se convierte en algo peligroso. Se trata de un tipo de cuadros de cierto aislamiento social».

4. Rupofobia, la limpieza obsesiva

Es el miedo a la suciedad. Según mundopsicologos.com, «esta fobia puede desarrollarse en casa como consecuencia de la limpieza continua y la desinfección tanto personal como del hogar, y se extiende de manera morbosa al espacio público, lo que afecta a las formas de relacionarse con los demás».

5. Anuptafobia, miedo a no tener pareja

Las restricciones vividas durante la pandemia han llevado a muchas personas a desarrollar un miedo a no tener pareja y sentir que ese momento de entablar una relación no ocurrirá en un futuro cercano. Este tipo de fobia está a menudo originado por la presión social.

6. Demofobia, los otros como peligro

Es la fobia hacia la multitud. Después de pasar mucho tiempo en aislamiento y siempre con el miedo al contagio a la vuelta de la esquina, otra consecuencia en la psique puede ser desarrollar una forma de miedo hacia situaciones en las que se puedan aglomerar una multitud de personas.

7. Paranoidismo, negar por angustia

Puede ser una corriente sociopolítica, pero también un mal psicológico. Según el psiquiatra Ignacio Vera, «estos meses hemos visto mucho paranoidismo, como es el negacionismo: personas a las que esta situación les genera tanta angustia que al final niegan que exista. Es otra manera de defenderte».

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