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Enrique Sánchez tenía 12 años cuando movió un peón por primera vez en su vida. «Con mi padre. Me hizo jaque al pastor siete veces. No veas lo que lloré». Es un recuerdo tan lejano como vivo y, al evocarlo a sus 67 años, sonríe. «Así empecé a jugar. Y a esa misma edad decidí que, de mayor, sería profesor». Enseñanza y ajedrez, esta combinación ha marcado la vida de este maestro de primaria jubilado que, en 2018, convirtió a cinco niños de un colegio de Las Fuentes, el barrio con la renta per cápita más baja de Zaragoza, en campeones de España.
Aquel hito le dio a Sánchez cierta celebridad –como para inspirar ahora Menudas piezas, la nueva comedia de Nacho G. Velilla–, pero lo cierto es que este veterano profesor es, desde hace tiempo, todo un referente en la materia. Lleva enseñando desde los años setenta, ha fundado el club de ajedrez más numeroso de Aragón y, sobre todo, puso en marcha Ajedrez en la Escuela para extender este deporte en el ámbito escolar. Sánchez lo empezó en 2007 con 19 colegios y hoy ya cuenta con 170.
Sánchez conoce como nadie los beneficios del ajedrez. Empezó a atisbarlos cuando, con 19 años, realizó sus prácticas de Magisterio en un conflictivo colegio de un degradado barrio de Zaragoza. Fue allí profesor, durante un curso, de una clase con 63 alumnos. «Un grupo digamos que difícil», subraya. Pero él, a diferencia de otros docentes de su época, no practicaba la mano dura; al contrario, era empático y cercano, aunque firme, y jugaba en el patio al ajedrez con los chicos. Aun así, no fue del todo consciente del vínculo que había creado con ellos hasta el último día de clase, cuando el director de su facultad acudió al colegio para evaluarlo y decidir su nota final.
«En aquellos tiempos, siempre había un chico encargado de abrir y cerrar la puerta en cada clase –rememora Sánchez–. Al irse el director, ese alumno le susurró: 'Como no le ponga un diez a mi profe, le pincho las cuatro ruedas y no sale usted de este barrio'. Yo no oí nada de eso, pero, cuando fui a entregarle mi informe final, el hombre me dijo: 'Si has conseguido que un niño como este haga eso por ti, ni siquiera necesito leer tu informe. Sin duda, te mereces el diez'». Desde entonces, el ajedrez nunca dejó de acompañarlo como herramienta educativa. «Incluso en la mili di clases de ajedrez a un grupo de jóvenes», recuerda.
Cumplido el servicio militar, Sánchez trabajó en varios colegios, siempre en entornos deprimidos. Y en ellos fue descubriendo cómo el ajedrez –que impartía de forma gratuita y en horario extraescolar– lo ayudaba a conectar con sus alumnos, incluso con aquellos señalados como 'conflictivos'. «Eran niños que iban mal en los estudios, desmotivados, con problemas de concentración y baja autoestima, pero cuando les enseñabas a jugar y empezaban a ganar partidas descubrían que eran capaces de ser buenos en algo. Y a muchos, además, los ayudaba a mejorar su rendimiento académico», explica.
En uno de esos destinos iniciales como profesor, cerca de La Romareda, creó sus primeros equipos de ajedrez. «En menos de un año ganamos los campeonatos escolares, de chicos y de chicas, en todas las categorías. Tuvimos hasta un campeón alevín y otro infantil absolutos de Zaragoza. ¡Arrasamos!». Uno de ellos incluso, tras emigrar a Australia con su padre, llegó allí a campeón juvenil y representó a ese país en el campeonato del mundo.
«Recuerdo el caso de otro chico, hiperactivo, cuya madre me dijo: 'Con que consigas tenerlo un rato sentado ya me vale'. Pues fue ponerlo a jugar y ya no había manera de que se levantara del tablero. Creo que no he tenido un niño con mayor capacidad de concentración en mi vida. Y era, además, un excelente jugador».
Con estas experiencias en el zurrón llegó Sánchez al barrio Las Fuentes, recién cumplidos los 26 años, tras obtener finalmente su plaza fija como profesor de primaria en el colegio Marcos Frechín, donde ejerció hasta jubilarse. El Frechín es hoy, de hecho, uno de los centros públicos mejor valorados de la ciudad y muchos antiguos alumnos atribuyen a Sánchez gran parte de este mérito.
Por las calles del barrio, al exprofesor lo paran antiguos alumnos cuyos nombres él aún recuerda; les dio clase a ellos y también a sus hijos. Todos hablan de Donen (contracción de 'don Enrique', así lo llaman) con ese aprecio que solo desarrollas hacia esos docentes que te dejan huella. «Fue mi mejor profesor –subraya Alberto Rosu, miembro de aquel equipo ganador del Campeonato de España, que, a sus 16 años, quiere estudiar Ingeniería Informática–. Nos motivaba, te divertías y, sobre todo, aprendías. Era el único profe a cuyas clases todos querían ir. Es un crack».
Lo confirma Miguel Portero, exalumno del centro, ingeniero electrónico de 46 años y socio del Club de Ajedrez Marcos Frechín, entidad que Donen fundó en los años ochenta, que cuenta con un equipo en División de Honor y que presume de ser el que más jugadores federados tiene de todo Aragón. «Es difícil encontrarte con un alumno del colegio Marcos Frechín que no haya jugado al ajedrez –revela Portero–. Enrique era un gran profesor de Matemáticas y eso atraía a la gente a sus clases extraescolares. Yo y mis cuatro hermanos, por ejemplo, hicimos ajedrez con él. A mí jugar me ayudó en los estudios, me serenó, me enseñó a concentrarme; y me divertía. Jugar esas partidas tan largas, además, me fue muy útil en la universidad, cuando tuve que enfrentarme a exámenes de tres o cuatro horas. Ya estaba acostumbrado», cuenta en un personal desglose sobre los beneficios de este deporte en su vida.
Para Sánchez, la mejor recompensa por su entrega es ver cómo muchos de esos niños a los que dio clase son hoy adultos resueltos e incluso profesionales que han desarrollado carreras en campos como la ingeniería, la informática, la economía... «Es exagerado decir que el ajedrez les ha salvado la vida a muchos de mis alumnos –matiza Sánchez–, pero estoy seguro de que los ha ayudado, porque estimuló sus mentes a edades muy tempranas, contribuyó a que pensaran de forma crítica y a tomar decisiones complejas; el ajedrez alejó a muchos del fracaso escolar y les permitió entender que no importa la edad, el sexo, la nacionalidad o la clase social: delante del tablero todos somos iguales y puedes ganar a cualquiera».
Son palabras que suscribiría el mismísimo Garri Kaspárov, campeón del mundo durante 15 años seguidos y creador de la fundación que lleva su apellido, impulsora de un movimiento mundial para implantar el ajedrez en los colegios. «Nada influye de forma tan positiva en la mente de un niño», asegura el hombre considerado el mejor jugador de todos los tiempos.
Aprender a jugarlo a edades tempranas potencia áreas cognitivas que serán claves en el futuro desarrollo intelectual de los niños.