Amores prohibidos, triunfos y derrotas...
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Amores prohibidos, triunfos y derrotas...
Viernes, 07 de Junio 2024, 11:54h
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El día que murió su padre, Lina Morgan no canceló su función. «Fue el día más triste de mi vida», confesó en una entrevista. Era el estreno de Vaya par de gemelas en La Latina, su teatro. «Es mejor que suspendamos», le dijo su hermano José Luis. Pero ella se negó: «La gente no tiene la culpa de que papá se haya muerto».
Lina no canceló aquel estreno. Según Andrés Peláez, exdirector del Museo Nacional del Teatro y una de las voces que analiza su trayectoria en Lina, docuserie que Movistar Plus+, en colaboración con 100 Balas, estrena el 17 de junio, «porque entendió que el dolor en el escenario sería más llevadero». Al fin y al cabo, las tablas eran su refugio. Quizá por eso, cuenta la leyenda, esa noche hizo reír al público como nunca. «Muchos dicen que fue la mejor función que hizo en su vida», revela Jesús García Orts, su biógrafo, y puede que acabara siendo también el mejor homenaje a la primera persona que confió en ella.
Asistente de un sastre, Emilio López siempre apoyó las ambiciones artísticas de su hija. «Emilio nunca faltó a un estreno», revela García Orts, autor de Lina Morgan: de Angelines a Excelentísima Señora.
Angelines López (o Angelines Segovia) fue el primer nombre artístico de María de los Ángeles Felipa López Segovia, madrileña de familia humilde nacida en 1936, cuatro meses antes del golpe de Estado que inició la Guerra Civil. «No recuerdo mucho hasta los 8 años», decía de su infancia. De sus cuatro hermanos, mantuvo un vínculo especial con Julia, la otra chica, y con José Luis, el pequeño, que fue su mano derecha, su persona de confianza.
Él la ayudó a gestionar su carrera y, sobre todo, el Teatro La Latina de Madrid, que la artista compró por 127 millones de pesetas (763.270 euros), en 1978, para convertirse en la primera mujer europea dueña de un teatro. «José Luis era una toma a tierra para Lina», señala el actor José Sacristán, novio de la actriz durante un tiempo. Tan importante fue su hermano para Lina que cuando este murió, por sida en 1995, ocultó su muerte durante más de un mes y medio.
Al fin y al cabo, José Luis fue su gran compañero desde los tiempos en que ambos iban a una escuela a la que tenían que llevar sus propias sillas y, siempre que podían, por las tardes, se escapaban al cine a ver películas de Charlot. «Ella le decía a José Luis: 'Vamos a recoger unos cartones y unas botellas para venderlos e irnos al cine con ese dinero'», revela García Orts. Fue así, admirando a las estrellas, como Lina comenzó a sentir en su interior que aquel podría ser también su destino. «Se me caía la baba al ver a los artistas. Me decía: 'Qué suerte trabajar en películas, la fama'», le confesó a Terenci Moix en 1989 en una entrevista.
Por eso, en cuanto pudo, con 11 años, se apuntó a clases de danza española y a los 13, con el consentimiento de su padre y los lamentos de su madre, ingresó en una compañía musical infantil llamada Los Chavalillos de España, con la que recorrió el país durmiendo en pensiones baratas. Gracias a Los Chavalillos... la joven Angelines recibió un inesperado regalo por su 13 cumpleaños. «Fue mi debut. Ese día recibí los primeros aplausos sobre un escenario», contaba Lina. También conoció allí a su primer amor. «A Angelines le llevaba cuatro años. Yo tenía 17 y ella era de las más jóvenes», cuenta el actor Manolo Zarzo. De él dice García Orts que «estuvo muy enamorado de Lina, pero mucho». También que ella se enamoró al menos cuatro veces en su vida, incluidos dos hombres casados: el empresario taurino José Martínez Uranga, de quien, asegura su chófer y heredero Daniel Pontes, siempre llevó una fotografía encima; y el productor cinematográfico Julián Esteban. Aunque eso sería mucho después.
Antes, con 16 años, su hermana Julia, que también bailaba, la animó a presentarse al ballet de la sala de fiestas Parrilla del Rex, en el cual ella trabajaba. Tuvo que mentir sobre su edad y le preocupaba que aquel trabajo la obligara a alternar, pero la cogieron para formar parte de un espectáculo titulado Del cancán al mambo. «Fue un escándalo –contaría Lina– porque bailábamos con unos bañadores un poco por encima de la rodilla». Fue su bautismo de fuego en un subgénero, la revista musical española, que en los años cincuenta vivía sus últimos coletazos de gloria. Antes de iniciar su decadencia, eso sí, permitió a Lina curtirse, explorar sus habilidades y ascender en el escalafón hasta llegar a vedette. Todo ello a pesar de medir 1,60 y competir con un rosario de mujeres despampanantes. «Yo hacía muecas para que se me viera –explicó–. Tenía que luchar con mis armas porque en aquella época había unas vicetiples muy hermosas, altas...».
Aprovechar su vis cómica fue un consejo de Alfonso del Real: si no puedes ser la más guapa, sé entonces la más divertida. Para rematar su personaje, en 1956 adoptó un nuevo nombre. Su hermano y ella redujeron Angelines a Lina y tomaron el apellido del pirata Henry Morgan, célebre entonces gracias a un popular folletín. Tres años después cantó en una obra el célebre chotis El Pichi, vestida de hombre y fumando; toda una transgresión para la época. A petición del público, sin embargo, repitió su número tres veces. Fue así como consiguió pasar de la última fila del elenco a la primera y convertirse en la primera vedette cómica de España.
Cine, televisión (con audiencias de más de veinte millones de personas), revistas y un longevo dúo de ocho años con el cómico Juanito Navarro cimentaron su popularidad en los sesenta hasta convertirse en la primera figura del espectáculo en España. Un estatus al que contribuyó como ninguna otra película La tonta del bote, cuya emisión en TVE la lanzó a la estratosfera. Gila, Toni Leblanc, José Luis López Vázquez, Alfredo Landa, Saza; Lina Morgan trabajó con los grandes cómicos nacionales y en 1972 se asoció con Zori y Santos, llenando todas y cada una de sus actuaciones, mientras rodaba comedias sin descanso: 14 en solo cinco años.
Tan bien le fue que en 1975 montó su propia compañía y dos años más tarde compró La Latina, su gran sueño. Para pagarlo, lo que logró en cinco años, llegó a hacer 14 funciones semanales, a veces tres diarias, incluida la de la muerte de su padre, en 1981.
Ninguna pérdida la marcó tanto, sin embargo, como la de José Luis. Por él aceptó protagonizar Hostal Royal Manzanares en TVE, serie que la convirtió en la actriz mejor pagada de España, con 32 millones de pesetas (192.320 euros) por episodio. «Fue el último contrato que había firmado él y por eso seguí adelante», contaba Lina sobre una serie durante la cual se le diagnosticó y trató un cáncer de laringe que ocultó a buena parte del equipo.
Para entonces llevaba tres años sin pisar los escenarios, desde Celeste... no es un color, en 1993, y nunca volvió a subirse a uno. Murió el 19 de agosto de 2015, a los 79 años. Soltera y sin hijos, legó toda su fortuna a su chófer y amigo Daniel Pontes.