Borrar

Desayuno de domingo con... Ramón García: «Hemos logrado que los niños dejen el móvil y se sienten a ver la tele en familia»

Bilbao (1961). Me llamo Ramón, pero se me conoce como Ramontxu, que es como llamaban a mi padre. Soy entretenedor de radio y televisión. Después de 18 años he vuelto a TVE con 'Grand Prix'.

Viernes, 25 de Agosto 2023, 10:20h

Tiempo de lectura: 7 min

XLSemanal. Y es, además de entretenedor, el de las campanadas de fin de año (19 temporadas retransmitiéndolas). También 'el de la capa negra'…

Ramón García. ¡Jajaja! Y 'el del ¿Qué apostamos?', 'el de la Obregón'... Me han puesto muchos apodos. Tengo 61 años y pronto cumplo 40 en televisión.

XL. Y este verano ha sido líder de audiencia, sentando en un sofá, dos horas seguidas, en prime time, a toda la familia, sin móviles ni consolas… ¿Cómo se hace?

R.G. Con mucho cariño, trabajo y la emoción de ver a abuelos, hijos y nietos delante de la televisión, algo que no pasaba hace muchos años. Los medidores de audiencia han demostrado que los niños han dejado el móvil sobre la mesa y que, por primera vez en su vida, se han sentado con sus padres, sus hermanos y sus abuelos para ver la tele juntos. Y hay pueblos en los que ponen pantallas gigantes en la Plaza Mayor para ver el concurso.

«El 'Grand Prix' siempre fue grabado y nunca nadie contó nada hasta el final»

XL. Ha logrado superar el 20 por ciento de share con un formato de hace 28 años y con una vaquilla, ahora de peluche, cuando antes era la estrella del concurso.

R.G. Tampoco a mí me ha gustado el cambio, pero la ley no permite animales en televisión y hubo que darle una vuelta a la idea, más pensando en los niños. Y, al final, está gustando.

XL. Oiga, en este concurso no gana el mejor. Después de matarlos a caídas, a golpetazos y a carreras, resulta que el ganador lo decide una prueba de diccionario que ni los empollones de Pasapalabra son capaces de acertar.

R.G. Esa es la idea: que hasta el final no se sepa quién ganará, que sea una moneda al aire y todos estén pendientes hasta el final de qué pueblo será el vencedor. La tensión que se crea en el último juego es enorme; es el único momento en el que hay silencio en Grand Prix. Es un contraste brutal con las dos horas anteriores, donde todo son gritos y aplausos. Es fundamental esa tensión final.

XL. ¿Cómo consiguen que no trascienda el resultado de un programa que está grabado y que lo conocen varios pueblos? ¡Con lo que nos gusta el correveidile!

R.G. Porque se firma un contrato de confidencialidad con los pueblos que participan y confiamos en la gente. El Grand Prix siempre fue grabado y nunca nadie contó nada hasta el final.

XL. ¡Sorprendente!

R.G. Creo que forma parte del honor y de la vergüenza torera de cada localidad y de los componentes que van allí. En toda la historia del Grand Prix, nadie ha desvelado jamás nada. Y yo espero que esto siga siendo así.

«La soledad es un problema del que en España todavía no se han ocupado los distintos gobiernos. En otros países como Inglaterra, Noruega, Japón… ya hay ministerios de soledad»

XL. Ramón, muchos creíamos que había dejado la televisión y nos lo encontramos aquí, en la de Castilla la Mancha, donde nos ha citado antes de empezar el programa En compañía.

R.G. Es verdad que hay mucha gente que, al no estar en una televisión nacional, piensa que ya no sigues; pero yo llevo siete años trabajando todos los días, aquí en Toledo, de lunes a viernes, todas las tardes, sin parar siquiera en verano. Hemos trabajado hasta el día de la Virgen [ríe], aquí no paramos nunca, llevamos ya mil ochocientos y pico programas.

XL. He visto algunos de ellos en Internet y, acostumbrada a verlo siempre reír, lo he visto llorar. Esta vez la caja de kleenex la usa más el presentador que los invitados.

R.G. A mí este programa me ha cambiado la vida, es una montaña rusa de emociones. Es más, no estaba seguro de ser capaz de hacerlo cuando me lo ofrecieron. Toda la gente que acude al programa viene con un problema: el de la soledad: unos por viudedad, otros por divorcios o separaciones, otros por maltratos… Hay de todo, es un reflejo perfecto de la sociedad.

XL. Pero usted sabe lo que el invitado le va a contar antes de que empiece a hacerlo.

R.G. Sí y sé el momento fijo en el que va a contarme el momento más doloroso de su historia y procuro poner un poco de anestesia a tanto dolor con un chiste o con una gracieta, pero…

XL. Mientras que otros profesionales buscan morbosamente que el invitado llore, usted intenta animarlo… pero no siempre lo consigue.

R.G. Yo no quiero que lloren, yo intento aliviarles su pena y su dolor; pero soy yo el primero que me emociono y lloro. Entro en contacto con las historias y… ¡Cómo no voy a llorar! Si te sientas con unas personas que sufren y hacen bien su trabajo, como yo intento hacerlo, y te empapas de sus historias de verdad… ¡Cómo no te vas a emocionar! Yo soy una persona muy sensible en ese aspecto y lloro muchísimas veces. Pero muchísimas, y muchísimas es muchísimas [se emociona al recordarlas]. Y lo hago intentando reprimirme muchas veces para que ellos se vayan arriba, porque yo lo que tengo que hacer es ayudarlos, pero hay veces que no lo puedo evitar.

«¡Cómo no voy a llorar! Si te sientas con unas personas que sufren y hacen bien su trabajo, como yo intento hacerlo, y te empapas de sus historias de verdad… ¡Cómo no te vas a emocionar!»

XL. Y habrá quien acabe consolándolo [risas], porque, al final, los pañuelos se los termina usted.

R.G. Pues sí, al principio pedí que hubiera una caja para repartirlos entre ellos, pero muchas veces soy yo directamente quien los usa. Y muchas veces los silencios que hago es porque me estoy tragando las lágrimas para poder seguir articulando las palabras.

XL. Ramón, al terminar el programa, cada noche, coge el coche y se va conduciendo a Madrid solo, todos los días.

R.G. A mí me gusta conducir y no me importa. Todos los días me hago doscientos kilómetros, cien de ida y cien de vuelta (que son mil a la semana, cuatro mil al mes, 50.000 al año) y me sirven para pensar.

XL. Seguro que los pensamientos no son parecidos a la ida que a la vuelta.

R.G. No, claro. Cuando voy a Toledo voy pensando en las cosas que vamos a hacer en el programa, voy con la radio puesta, voy contento… Cuando vuelvo a Madrid, por la noche, regreso jodido, sin música en el coche, callado, en silencio, pensando en todo lo que ha pasado. Pero en el fondo, la mayoría de las veces vuelvo satisfecho, porque sé que he ayudado a alguien.

XL. No me quiero meter donde no me llaman, pero desde hace poco está separado y a lo mejor está solo.

R.G. Sí, estoy divorciado. Estoy solo y esto está siendo una terapia. Cuando me divorcié no se enteró nadie, ni siquiera el equipo. Venía ya divorciado a trabajar y nadie lo sabía. Cada día me encontraba con mi problema en la vida de los demás y me sentía identificado con eso de volver a casa y estar solo, volver a casa y que no hubiese nadie y no tener con quien charlar en la cena. Convivo con todo eso que es la soledad, porque no tengo pareja, veo a mis hijas, pero vivo solo, y esto es algo que no me había pasado en los últimos años de mi vida.

«Cuando vuelvo a Madrid, por la noche, regreso jodido, sin música en el coche, en silencio, pensando en todo lo que ha pasado. Pero la mayoría de las veces vuelvo satisfecho, porque sé que he ayudado a alguien»

XL. ¿En compañía pretende mitigar el dolor de la soledad, ayuda a buscar pareja, acompaña al que lo necesita, facilita el desahogo…?

R.G. Cualquiera de esas ayudas es válida. La soledad es una pandemia que está comiendo a la sociedad. Que conste que la palabra 'pandemia' la utilicé antes de la llegada del coronavirus. La soledad provoca otro montón de patologías que matan a la gente: depresiones, etc. Porque, además, uno puede estar solo en compañía y tener una grandísima familia. Tengo un montón de historias de ese tipo: matrimonios que nunca se quisieron, hombres que nunca trataron bien a sus mujeres, mujeres que tuvieron que aguantar porque entonces no quedaba más remedio, mujeres que tenían maridos, hijos, suegros, pero que siempre vivieron solas…

XL. Cuando hablamos de soledad parece que nos referimos a personas mayores, pero al parecer a su programa acude cada vez más gente joven.

R.G. Es así, aunque los mayores la sufren más; pero en esta tierra, donde la gente cuida el ganado y trabaja en el campo, los jóvenes carecen de tiempo para socializar porque no tienen fines de semana ni festivos. Nosotros hemos emparejado a más de veinte pastores y pastoras jóvenes y tenemos más de un niño de parejas que se han conocido aquí [ríe]. La soledad es un problema del que en España todavía no se han ocupado los distintos gobiernos. En otros países como Inglaterra, Noruega, Japón… ya hay ministerios de soledad. En estos siete años de programa hemos hecho más de mil parejas, no sabemos si saldrán todas bien o mal, pero eso son más de dos mil personas.

XL. Está claro que le gusta su trabajo.

R.G. Mucho. Vengo a trabajar feliz todos los días. Me gusta empatizar con la gente y, ya maduro, he encontrado este trabajo que, para mí, es un regalo diario. Aquí llegó la pandemia y yo venía a trabajar todos los días, aunque tuviésemos que meter grabaciones pasadas nunca se paró el programa. Llegó Filomena y yo me venía aquí como podía. Ayer teníamos 44 grados y vine encantado. No hay vacaciones del programa este verano ni ninguno, siempre vamos para adelante y ese es un orgullo.

XL. ¿Está donde quiere estar?

R.G. Soy un defensor de la televisión pública, donde he trabajado el 99 por ciento de mi vida profesional. Empecé en Euskal telebista, luego estuve 25 años seguidos en TVE, a donde ahora he vuelto con el Gran Prix. También estuve en la antigua televisión gallega y en la valenciana, y llevo siete años en la de Castilla La Mancha.


«Desayuno muy poco y según la estación. En invierno tomo un café con leche y una manzana. En verano solo una manzana, verde, de las ácidas».