Daphne du Maurier 85 años de la novela que inspiró a Hitchcock Retorno a Manderley: el fantasma de Rebeca sigue vivo
Alfred Hitchcock la convirtió en un clásico del cine, pero Rebeca surgió de la imaginación de una mujer apasionante, Daphne du Maurier, autora de la novela homónima en la que se basa la película. Cuando se cumplen 85 años de su publicación regresamos a la mansión en la que el fantasma sigue vivo.
Daphne du Maurier encontró en un cajón unas cartas de su marido. Se las había enviado Jan Ricardo, una antigua novia. A la escritora se le encendieron los celos y se le quedó grabada la firma, con una 'R' enorme, la 'R' de Rebeca.
Du Maurier comenzó a escribir su célebre novela Rebeca en 1937, en Alejandría (Egipto), para combatir el aburrimiento de su vida de esposa de un oficial del Ejército británico, Frederick Boy Browning. Ella misma había descubierto Manderley, la mansión donde transcurre la historia, en 1928 durante un paseo por un bosque lúgubre en Cornualles (Inglaterra). La casa se llamaba Menabilly, era majestuosa y misteriosa. Estaba abandonada. Fue amor a primera vista para la escritora.
La siniestra señora Danvers surgió de sus recuerdos de infancia, de la severa gobernanta de la mansión de unos amigos de sus padres. Y el personaje de Rebeca está inspirado en Jan Ricardo, un fantasma del pasado amoroso de su marido. Los celos de Daphne du Maurier no remitieron ni siquiera al saber que aquella exnovia se había suicidado.
Con esos mimbres, Daphne du Maurier creó una novela que es un long seller eterno: supera los 30 millones de ejemplares vendidos a los que, como en un goteo infinito, cada mes se suman cuatro mil ejemplares, sin necesidad de campañas ni promociones, muchas veces aumentadas automáticamente por la aparición de nuevos contenidos o alguna nueva biografía de Du Maurier, como Manderley for ever, una de las últimas, firmada por la escritora Tatiana de Rosnay.
En la novela de Daphne du Maurier se basa la película Rebeca, protagonizada por Laurence Olivier, en el papel de Maxim de Winter; Judith Anderson, como la amargada señora Danvers; y Joan Fontaine, en el papel de la nueva señora de Winters. La dirigió Alfred Hitchcock, ganó dos Oscar (a la Mejor Película y la Mejor Fotografía) y en España dio nombre a una prenda: la rebeca, muy utilizada por Joan Fontaine en el filme.
La novela de Daphne du Maurier ha dado nombre, además, al síndrome de Rebeca: celos obsesivos hacia un ex de tu pareja. «Rebeca es una novela sobre los celos», repitió muchas veces la escritora, disgustada y harta de escuchar que su obra era una novela romántica.
Por fuera, era una dama refinada y, por dentro, una inventora de criaturas trastornadas, de obsesiones, de tensión sexual... y con pocos finales felices
De hecho, es algo más que una novela romántica. Rebeca, según los expertos, es la primera gran novela gótica del siglo XX. Contiene un misterio, una casa encantada, violencia, un asesinato, un villano siniestro, pasión, un incendio espectacular, un paisaje tenebroso y el espectro de la mujer loca en el ático.
Nada que ver, sin embargo, con la vida real de su creadora. Daphne du Maurier (1907-1989) se crio rodeada de luz. Su abuelo era George du Maurier, escritor de éxito y caricaturista en la revista Punch; su padre fue Gerald du Maurier, el actor más famoso y glamuroso de su tiempo; sus primos eran los hermanos Lewellyn Davies, los niños en los que se inspiró James Barrie para escribir Peter Pan y que el escritor adoptó cuando quedaron huérfanos.
Daphne creció entre cultura, literatura, visitas de celebridades a su casa, veleros, viajes a Francia, de donde emigraron sus antepasados empujados por la Revolución...
En este entorno de aristocrática bohemia, la joven Daphne concibió, cuando tenía 21 años, historias perturbadoras, como El muñeco, un cuento gótico de suspense protagonizado por una chica obsesionada sexualmente con un muñeco mecánico. «Una historia muy avanzada para su época», en palabras de Christian Browning, hijo de la escritora.
Daphne du Maurier era así: por fuera, una dama culta y refinada –fue dos veces Lady, por matrimonio y por sus méritos literarios– y, por dentro, una inventora de criaturas trastornadas, de obsesiones, de relatos salpicados de sospechas paranormales, sustos, angustias, tensión sexual, tinieblas... y con muy escasos finales felices, un mundo que la conecta con sus adoradas hermanas Brontë (Du Maurier escribió una biografía de Branwell Brontë, el hermano varón de Charlotte, Emily y Anne), con las que comparte universo brumoso e inquietante. A ellas le une su pasión por Cornualles y las evidentes coincidencias en sus atmósferas: los fantasmas de mujeres del pasado, las protagonistas cándidas que se enfrentan a misteriosas tinieblas y se enamoran de hombres maduros...
Daphne du Maurier, hija de papá y muy 'chicote', tuvo tres grandes fascinaciones en su vida: su padre, las mansiones y el pasado. A su padre lo adoró siempre y no lo disimuló: escribió su biografía y dejó transparentar su freudiana predilección en sus novelas. Fue Daphne la favorita de las tres hijas de Sir Gerald Hubert Edward Busson du Maurier, un hombre atractivo, con amigos como el escritor Henry James, que se bañó en aplausos y fama. Triunfó, entre otras obras, en Peter Pan (en el doble papel de padre de los niños y de capitán Garfio), la obra que escribió James Barrie inspirándose en los hijos de Sylvia du Maurier (hermana de Gerald).
Daphne y sus hermanas, Ángela y Luisa, se criaron en un ambiente de total libertad. Las tres fueron artistas. ¿Y homosexuales? Ángela y Luisa lo fueron de una manera discreta y asumida. ¿Y Daphne? De niña fue muy 'chicote', para acercarse más a su padre. Pero «negó ser lesbiana, aunque se definió como híbrida, como una mujer con alma masculina. Lo que le atraía era la clandestinidad, la transgresión», cuenta Tatiana de Rosnay.
«Negó ser lesbiana, aunque se definió como híbrida. Lo que a ella le atraía era la clandestinidad, la transgresión», dice su biógrafa
Daphne du Maurier se casó a los 25 años con el apuesto militar Frederick Boy Browning, diez años mayor que ella. Fue un matrimonio feliz, salpicado de algunas infidelidades, pero estable.
La verdadera Manderley está en Cornualles
La gran pasión en la vida de la escritora, sin embargo, «no fue un hombre ni una mujer, sino una casa», afirma Tatiana de Rosnay. Su primer amor fue Menabilly, la mansión que descubrió en 1928 y que le inspiró la Manderley de Rebeca. Con las buenas ganancias que le reportó la novela, la escritora alquiló y reformó aquella casa y se fue a vivir allí con su marido y sus tres hijos. «Me da un poco de vergüenza reconocerlo, pero creo que prefiero Menabilly a la gente», confesó la autora de Rebeca.
En Menabilly falleció su marido, en 1965. Daphne, destrozada, se recluyó todavía más en su mansión y decidió combatir el dolor utilizando la ropa de él, su escritorio y su pluma para responder a los cientos de cartas de condolencia que recibió. Tenía una acentuada vena esotérica y le gustaba rodearse de recuerdos de los suyos. Cuando, en 1969, los dueños de Menabilly decidieron instalarse allí, la escritora se mudó a Kilmarth, una casa de campo centenaria, también 'muy Manderley', en la que colocó los muchos retratos de su padre, de su abuelo, las medallas ganadas por Boy en la guerra... Sus queridos fantasmas.
Kilmarth se convirtió en el escenario de su novela La casa de la orilla, una historia de amor trágica, ambientada en Cornualles en el siglo XIV y con personajes que pueden viajar en el tiempo, ayudados por drogas que alteran su mente... Muy Du Maurier esa atmósfera del pasado aliñada con una dosis de futurismo perturbador.
Lo atrevido entreverado con su pasión por el pasado y sus propias vivencias alimentan sus obras. De su vida proceden el velero de Rebeca –a su marido lo conoció navegando en uno–; los celos por un antiguo amor de su pareja; el paisaje de Cornualles; la devoción de la chica por su padre...Una protagonista –por cierto– que no tiene nombre: «A mi madre no se le ocurría ninguno y así lo dejó», ha explicado Christian Browning. A Rebeca, sin embargo, se la nombra a menudo en la novela y en la película, es una presencia constante, a pesar de que su imagen no se muestra jamás.
El entendimiento con Hitchcock
A la escritora le gustó la película que Alfred Hitchcock hizo de su novela, la primera que el director británico filmó en los Estados Unidos. Joan Fontaine lo pasó mal durante el rodaje. Laurence Olivier fue muy desagradable con ella y, además, Hitchcock le hizo creer que nadie la soportaba. Era falso: el taimado director pretendía que la actriz se impregnara así de la vulnerabilidad de su personaje. A Daphne du Maurier, sin embargo, no le gustó nada la adaptación que Hitchcock hizo de La posada de Jamaica: se hicieron muchos cambios para satisfacer el enorme ego del actor Charles Laughton.
«Anoche soñé que había vuelto a Manderley». Así comienza Rebeca. La frase sigue provocando estremecimientos en la literatura, el cine, el teatro (Daphne realizó la primera versión teatral) o incluso en un musical que ha recorrido Japón, Alemania, Suecia, Corea del Sur... El fantasma de Rebeca se expande.
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