La ocupación nazi

Stalin, el 'negacionista': por qué no creyó que Hitler invadiría la URSS

Espías al servicio de Moscú, el embajador soviético en Berlín y hasta Churchill advirtieron una y otra vez a Stalin de que Hitler iba a invadir la Unión Soviética. El georgiano nunca los creyó. Su incredulidad contribuyó a la muerte de su hijo y a que tres millones de soldados soviéticos fueran hechos prisioneros.

Martes, 22 de Noviembre 2022, 15:44h

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En Tokio , Richard Sorge utilizaba un sórdido restaurante, el Alt-Heidelberg, como despacho particular. En aquel local de estilo alemán y dudosa reputación, servido por camareras japonesas vestidas con blusas escotadísimas y faldas cortas, este agente doble al servicio de Stalin escribía sus informes secretos.

Los que entregaba a los alemanes estaban trufados de mentiras; los que enviaba a Moscú proporcionaban a Stalin un fabuloso caudal de información sobre los movimientos estratégicos de las divisiones alemanas y japonesas.

Una vez que había concluido el informe, el agente salía del restaurante y se dirigía a un bosque cercano donde encendía un cigarrillo. Si alguien en la oscuridad encendía otro, era la señal que esperaba Sorge para intercambiar documentos. También utilizó las recepciones de la Embajada alemana en Tokio para proporcionar información a una de sus amantes, una periodista sueca que era la encargada de hacer llegar sus mensajes a Moscú.

Llegar a Moscú. El 22 de junio de 1941, las tropas alemanas se adentraron en la URSS. Stalin había desoído las advertencias y los soviéticos no estaban preparados: los alemanes avanzaron con rapidez.

De padre alemán y madre rusa, Sorge estudió en Alemania, donde abrazó el marxismo. En 1924 se trasladó a Moscú y comenzó su carrera de espía. Era un hombre bien parecido que utilizó su atractivo físico para seducir a las mujeres que le podían proporcionar información valiosa. Convencidos de su gran potencial, los servicios de inteligencia militar soviéticos (GRU) lo destinaron a Japón. Antes de partir, Sorge viajó a Berlín, donde se afilió al partido nazi y trabó una estrecha amistad con el teniente coronel Eugen Ott, que poco después iba a ser nombrado embajador del Reich en Japón. El espía utilizó a Ott como enlace para enviar a los alemanes datos cargados de medias verdades.

Gracias a sus confidentes, el agente soviético alertó a Moscú de que la Operación Barbarroja iba a empezar en junio de 1941. El 30 de mayo de ese año transmitió un mensaje por radio al GRU: «Berlín ha informado al embajador Ott de que la ofensiva alemana contra la Unión Soviética empezará en la segunda quincena de junio». Su información hizo temblar a más de uno en la sede central del GRU.

Sin embargo, Stalin hizo caso omiso a las advertencias de Sorge, al que ridiculizó en público afirmando que no iba a creer a «un mentiroso de mierda» que siempre estaba rodeado de mujeres y malgastaba su vida en burdeles. El georgiano no confiaba en nadie, y todavía menos en Sorge, al que consideraba un borracho y un mujeriego.

Los 'pianistas' que buscaba la Gestapo

Dos años antes, un polaco llamado Leopold Trepper había creado la Orquesta Roja, nombre genérico que se les dio a distintas redes de espías que operaban al servicio de los aliados en Alemania, Bélgica, Holanda, Francia, Suiza y Japón. Los miembros de la red eran conocidos por la Gestapo como 'pianistas', dado que transmitían sus mensajes usando el telégrafo operado manualmente.

Tras las purgas que ordenó Stalin en los servicios de inteligencia, el personal más valioso de la Policía secreta soviética (NKVD) sufrió tal merma que apenas quedaban agentes que no fueran unos completos novatos. Uno de ellos, Aleksandr Korotkov, fue enviado a Berlín en 1940 para retomar el contacto con Arvid Harnack, funcionario del Ministerio de Economía del Reich y miembro de la Orquesta Roja. Harnack le contó al ruso que él y otros miembros de su red de espionaje estaban convencidos de que Hitler iba a invadir la Unión Soviética en 1941.

Stalin no confiaba en nadie, y todavía menos en el espía Richard Sorge, al que consideraba «un mentiroso de mierda», borracho y mujeriego

Cuando regresó a la Embajada soviética, Korotkov mandó un mensaje al teniente general Pável Fitin, jefe de la sección extranjera del NKVD en Moscú, en el que le comunicaba los planes de Hitler. Fitin y Vsévolod Merkúlov, adjunto de Lavrenti Beria, jefe del NKVD, acudieron juntos al Kremlin el 17 de junio para informar a Stalin. Los dos iban muy inquietos al encuentro. Los biógrafos del georgiano recuerdan que su gélida mirada hacía temblar a los hombres más duros.

«He leído su informe», le dijo el georgiano a Fitin. «¿De modo que Alemania se prepara para atacar a la Unión Soviética?». Fitin le contó la información que había aportado el agente de la Orquesta Roja en Berlín, a lo que Stalin respondió: «No existe alemán en quien se pueda confiar, salvo Wilhelm Pieck», el secretario del Comintern (la Internacional Comunista), que en aquel entonces se encontraba en el exilio en Moscú.

El 'hombre de acero' despreciaba a todo aquel que no entrara en su lógica. Era un maniático sanguinario que atemorizaba a todos los que se veían obligados a estar cerca de él. «Tenía una personalidad predispuesta a fantasías persecutorias y, trágicamente, tuvo la oportunidad de llevar a la práctica sus propias perturbaciones psicológicas a través de la persecución de millones de personas», señala el escritor Robert Service.

Operación Barbarroja. El 22 de junio de 1941 Alemania invadió la URSS. Se inició así una escalada bélica crucial para el devenir de la II Guerra Mundial, al involucrar a los soviéticos en el conflicto.

El 21 de junio, un día antes de que los alemanes invadieran Rusia, el temible Beria escribió a Stalin: «Insisto de nuevo en destruir y castigar a nuestro embajador en Berlín, que no deja de bombardearme con informes sobre los supuestos preparativos de Hitler para atacar a la Unión Soviética. Ha informado de que este ataque empezará mañana… Pero yo y mi agente, Iósif Vissariónovich, tenemos grabada en la memoria vuestra sabia conclusión, Hitler no nos atacará en 1941».

El 22 de junio de 1941, Hitler lanzó a tres millones de soldados a la conquista de la Unión Soviética. Comenzó la operación Barbarroja

Meses después, el 'hombre de acero' se tragó su orgullo y volvió a confiar en Leopold Trepper, el coordinador de la Orquesta Roja, cuyos informes contribuyeron activamente a la victoria del Ejército Rojo en el Frente Oriental. El almirante Wilhelm Canaris, jefe el servicio de inteligencia alemán (Abwehr), aseguró que Trepper había sido de vital importancia para el Alto Mando soviético. «Su actuación costó más de 300.000 muertos a Alemania».

En agosto de 1942, la Gestapo desmanteló la Orquesta Roja y detuvo a 600 personas en Berlín, Bruselas y París, de las cuales 58 fueron ejecutadas y otras muchas, condenadas a cadena perpetua.

Pero Stalin no solo despreció la información que le proporcionaron los agentes de la Orquesta Roja, Richard Sorge o el embajador soviético en Berlín. En abril de 1941, cuando el primer ministro británico Winston Churchill le dijo que los alemanes estaban a punto de atacar su país, el líder soviético tampoco le creyó. Stalin era un paranoico de libro. En su lógica, los ingleses le estaban engañando, ya que el objetivo principal del Reino Unido era acabar con los bolcheviques. Y qué mejor manera de lograrlo que empujar a la Unión Soviética a declarar la guerra a Alemania. Poco después, el dictador soviético comprendió que el inquilino de Downing Street le había contado la verdad. Pero ya era muy tarde para reaccionar.

La irrupción de tres millones de alemanes

Después de varios aplazamientos, el 22 de junio Hitler lanzó a unos tres millones de soldados a la conquista de la Unión Soviética. La Operación Barbarroja incluyó el despliegue de unos 3600 carros de combate, 600.000 vehículos motorizados, 7000 piezas de artillería y 2500 aviones.

Las fuerzas terrestres contaron también con la ayuda de los Einsatzgruppen (nombre de los escuadrones de ejecución formados por las SS y otros miembros de la Policía secreta nazi), cuya brutalidad con la población civil alimentaría el odio de los rusos hacia los invasores.

Una vez que traspasaron la frontera rusa, las divisiones alemanas emprendieron tres grandes ofensivas a lo largo de un frente de invasión de mil ochocientos kilómetros. El grupo de ejércitos Norte, al mando del mariscal de campo Wilhelm von Leeb, avanzó en dirección a los estados bálticos y Leningrado (actual San Petersburgo). El grupo de ejércitos Centro, con Von Bock a la cabeza, se encaminó hacia Minsk, ciudad que capturó en pocos días, y posteriormente se dirigió a Moscú. El grupo de ejércitos Sur, a las órdenes de Von Rundstedt, partió hacia el Cáucaso, con Kiev y el río Dniéper como primeros objetivos.

Entre los tres millones de soldados soviéticos prisioneros estaba su hijo Yákov. Stalin se negó a itercambiarlo por otros presos. Yákov murió

A finales de septiembre, el Führer recibió la mejor de las noticias posibles: sus tropas habían llegado a las puertas de Moscú, lo que desató el pánico entre los moscovitas, cuya moral estaba por los suelos. Fue en aquel momento decisivo cuando Stalin recuperó la compostura. En previsión de la caída de la capital, ordenó sacar el cuerpo momificado de Lenin de su mausoleo adyacente a la muralla del Kremlin y trasladarlo en tren a Siberia Occidental. Nadie debía profanar los restos del principal dirigente de la Revolución de Octubre de 1917.

Campo de prisioneros rusos. En el que pudo haber estado recluido el hijo de Stalin, u otro similar. Allí fallecería en extrañas circunstancias.Foto: Getty Images

El líder soviético decidió permanecer en Moscú para dirigir su defensa como el nuevo 'zar rojo', el único que podía conducir los destinos de la patria amenazada. Pero su incredulidad ante las advertencias de sus propios agentes y su imprevisión en los primeros días de guerra contribuyeron directamente a que tres millones de soldados soviéticos fueran hechos prisioneros.

Entre ellos se encontraba su hijo Yákov. El Alto Mando alemán se ofreció para intercambiarlo por uno de sus principales generales, capturado por las tropas soviéticas. Pero el soberbio georgiano rechazó la propuesta. Meses después, Yákov falleció en extrañas circunstancias. Es probable que se suicidara para no tener que dar explicaciones a su padre, con el que no se llevaba nada bien.

La agresión del Tercer Reich a la 'madre patria' obró el milagro de que todos los soviéticos se reconciliaran con la crueldad de sus propios dirigentes. Por su parte, Sorge fue desenmascarado por los servicios secretos japoneses y ahorcado el 7 de septiembre de 1944. Según consta en las actas de la ejecución, el espía soviético murió dando vivas a la Revolución de Octubre. Su tumba se encuentra en el cementerio de Tama, en Tokio.

6 cabos

Quién es quien en el juego de espías

Un 'James Bond' soviético
Richard Sorge hablaba alemán y japonés, era muy culto y un gran seductor. Se cree que Ian Fleming se inspiró en él para crear el personaje de James Bond.
Una fuente bien informada
Eugen Ott fue embajador del III Reich en Japón. Tras hacerse pasar por nazi, el espía soviético Richard Sorge se hizo amigo suyo y consiguió de él valiosa información.
La esposa
Christiane Gerlach se convirtió en la esposa de Sorge en 1921. Se mudaron a la Unión Soviética y se divorciaron en 1932. Él se volvió a casar con Katya Maksímova, traductora rusa.
La amante
Hanako Ishii era camarera del local de Tokio donde Sorge hacía sus informes secretos. Fueron amantes. A él lo ejecutaron en 1944; en 1949 ella logró recuperar su cuerpo.
Red de espías
Leopold Trepper creó una red de espías conocida como la Orquesta Roja, en la que también participaron alemanes antinazis que no eran comunistas.
Las suspicacias de Stalin
Cuando Winston Churchill le advirtió de los planes alemanes de invadir la URSS, Stalin no lo creyó: pensó que era una argucia para involucrarlo en la guerra.

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