Un drama olvidado Los niños lobo, los huérfanos alemanes perseguidos en la Segunda Guerra Mundial

Eran alemanes, luego eran culpables. Cuando el Ejército Rojo entró a sangre y fuego en Prusia Oriental miles de niños hambrientos se quedaron bajo los mortíferos disparos de los soviéticos. Muchos se escondieron en los bosques y allí lograron sobrevivir a duras penas. Son los ‘niños lobo’.

Viernes, 28 de Abril 2023, 13:10h

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Semanas antes de que el régimen nazi iniciara su descenso a los infiernos, Adolf Hitler pronunció uno de sus discursos más infaustos: «¡Si el pueblo alemán no está dispuesto a emplearse a fondo para sobrevivir, no le quedará otra que desaparecer!». En su delirio,

el comandante supremo del Reich pensaba que los mejores alemanes habían muerto en los campos de batalla. El resto, los que le habían fallado, incluidos los niños y las mujeres, solo merecían morir.

En Prusia Oriental, el dirigente nazi Erich Koch sabía que llegaría el Ejército Rojo, pero se había negado a consentir la evacuación de los civiles germanos al considerarla una medida “derrotista”. Su decisión causó el caótico éxodo masivo de la población en pleno invierno, con temperaturas de 25 grados bajo cero y con el continuo ametrallamiento de aviones y carros de combate rusos a los civiles que huían en tan precarias condiciones. En aquella vorágine, muchos niños fueron separados de sus padres, quedando aislados, desorientados y hambrientos. Entre el 12 de enero y mediados de febrero abandonaron sus hogares en las provincias orientales casi ocho millones y medio de alemanes.

Arrancados a la fuerza de sus hogares, los ‘niños lobo’ que llegaron al país báltico estuvieron expuestos a la crueldad y la violencia de un entorno profundamente hostil

En el caso de Königsberg, capital de Prusia Oriental, el último tren de refugiados salió el 22 de enero. Dos días después las fuerzas del mariscal soviético Konstantin Rokossovsky alcanzaron las orillas de la laguna del Vístula, aislando la región del resto de Alemania. Durante aquellos días de sangre y fuego, los pequeños que habían perdido a sus padres se refugiaron en los bosques para no ser detectados por las patrullas del Ejército Rojo. Pronto fueron bautizados como los ‘niños lobo’, (Wolfkind en alemán). Su trágica epopeya fue un episodio de la Segunda Guerra Mundial olvidado por la Historia.

Antes de que se adentraran en Alemania, los rusos fueron aleccionados para vengarse de las atrocidades que los soldados de Wehrmacht habían cometido en su país. Algunos panfletos lo dejaban claro: «Mata a todos los alemanes, también a sus hijos. No existen alemanes inocentes. Apodérate de sus pertenencias, de sus mujeres. Es tu derecho, tu botín».

Los llamamientos a la revancha que hizo el novelista ruso Ilya Ehrenburg en sus artículos del Krasnaya Zvezda (Estrella Roja), el periódico del Ejército Rojo, también contribuyeron a exacerbar la violencia que desplegaron muchos soldados rusos contra niños y mujeres en su avance por territorio enemigo.

La huida. Entre enero y febrero de 1945 casi ocho millones y medio de alemanes  abandonaron sus hogares con el avance de los rusos. Cientos de miles de niños se quedaron solos.

Prusia era un antiguo reino de población germana que, tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, quedó escindido en dos zonas aisladas, la oeste de mayoría polaca, y la oriental de mayoría germana. El llamado Corredor Polaco o Corredor de Danzig, cuyo objetivo era dar salida a Polonia al mar Báltico, era el único nexo de unión entre ambos territorios.

Tras el apocalíptico final del Tercer Reich, en mayo de 1945 el territorio de Prusia Oriental fue repartido entre Polonia, que se quedó el oeste, y la Unión Soviética, que controló el este, cumpliendo de esa manera uno de los acuerdos que firmaron los Aliados en la Conferencia de Potsdam. Los 600.000 alemanes que todavía permanecían en la región fueron expulsados hacia Alemania Oriental entre 1946 y 1947.

Los efectos devastadores de los combates en enero y febrero de 1945 y la posterior operación de traslado de los alemanes causaron el aislamiento de muchos pequeños. Algunos fueron enviados a orfanatos rusos y otros lograron llegar a Alemania. Los que quedaron aislados en Prusia Oriental se dirigieron a Lituania, donde mendigaron en los suburbios de las ciudades o buscaron trabajo en las granjas.

El abandono. En el caos que siguió al fin oficial de la guerra, muchos niños se quedaron solos, algunos eran huérfanos, otros se habían extraviado de sus familias. Algunos lograron organizarse entre ellos para sobrevivir en los bosques.

Reinhard Bundt, tenía nueve años cuando los rusos arrasaron Prusia Oriental. En su avance, el Ejército Rojo bombardeó su casa, matando a sus padres. Abandonado a su suerte, Bundt se escondió durante un tiempo en el bosque y luego huyó a Lituania, donde pasó a ser un ‘niño lobo’ más. Muchos de esos pequeños compartieron historias similares. Con el tiempo olvidaron su idioma natal, trabajaron en condiciones durísimas para sobrevivir y terminaron convirtiéndose en lituanos.

Arrancados a la fuerza de sus hogares, los ‘niños lobo’ que llegaron al país báltico estuvieron expuestos a la crueldad y la violencia de un entorno profundamente hostil. Muchos acabaron malviviendo en los bosques o practicando la mendicidad entre las ruinas de Königsberg (rebautizada por los soviéticos como Kaliningrado).

También hubo un grupo que tuvo la suerte de cara al ser acogidos por familias lituanas, que por lo general los trataron con cariño. Las autoridades soviéticas autorizaron un puñado de adopciones a familias rusas. Pero las prohibieron a familias lituanas, lo que obligó a algunas de ellas a cambiar el nombre de los pequeños que habían cobijado.

A la larga, esos cambios de identidad fueron un problema para saber cuántos pudieron pasar al país báltico. Ese sigue siendo un grave problema para los historiadores que investigan este triste episodio de la guerra. Algunos cálculos aproximados señalan que fueron unos cinco mil niños y jóvenes los que lo lograron.

Tras el derrumbamiento de la ya extinta Unión Soviética en 1990, esos pequeños, que ya eran adultos, pudieron revelar su verdadera identidad

En la inmediata posguerra, los alemanes que vivían en Alemania del Oeste evitaban hablar de lo que les ocurrió a sus compatriotas tras la guerra. Pensaban que era una manera de justificar las atrocidades perpetradas por el régimen nazi al compararlas con el sufrimiento de la población civil. Por ese motivo los ‘niños lobo’ quedaron relegados de la historia. Solo los revisionistas de extrema derecha hablaron de ellos para mostrarlos como un ejemplo de cómo habían sufrido los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.

Tuvieron que pasar décadas para que los ‘niños lobo’ salieran del anonimato. Tras el derrumbamiento de la ya extinta Unión Soviética en 1990, esos pequeños, que ya eran adultos, pudieron revelar su verdadera identidad. Fue a partir de entonces cuando su drama comenzó a conocerse. Su penoso calvario ha sido recordado por el escritor Alvydas Slepikas en su libro Bajo la sombra de los lobos (Tusquets), mejor novela histórica de 2019 según The Times.

El autor refleja con gran crudeza esos días aciagos, cuando las tropas del Ejército Rojo irrumpieron en Prusia Oriental con la fiereza de una estampida de psicópatas clamando venganza y violando a miles de alemanas que se encontraban en su camino. «Cuando aparecieron los primeros soldados rusos, la gente empezó a rezar. Tenían miedo, aunque confiaban en que los descendientes de Tolstói y Dostoievski no fueran conquistadores crueles y salvajes», escribe Slepikas.

Otros tiempos. Pasaron décadas hasta que los niños lobos contaron su historia y recuperaron parte de su pasado, como las fotos de la imagen.

En realidad, esos soldados estaban quemados y embrutecidos por varios años de guerra y por la continua ingesta de alcohol. Muchos habían perdido a sus camaradas y todos recordaban el comportamiento cruel y brutal de los alemanes cuando invadieron su amada patria. «Algunos consideraban que los niños alemanes no eran sino hombres de las SS en estado embrionario, por lo que debían ser asesinados antes de que creciesen y volvieran a invadir Rusia», recuerda el historiador británico Antony Beevor en su libro Berlín: La caída: 1945.

El fotógrafo Lukas Kreibig también ha contribuido a rememorar la trágica epopeya de estos pequeños a través de un proyecto fotográfico que puso en marcha en 2017. Mientras trabajaba en él descubrió la obra de Claudia Heinermann, que había publicado otro libro sobre los ‘niños lobo’ de la Prusia Oriental. Ambos se conjuraron para sacar a la luz las historias de estos supervivientes, ahora ancianos, convertidos en los últimos testigos oculares de aquel oscuro episodio de la inmediata posguerra. Todos fueron despojados de su idioma, de su familia y de su hogar.

Kreibig acudió a una localidad del sur del país báltico para conocer a Gisela, que con catorce años huyó de los soldados rusos y vio morir de hambre a su abuela. Gisela se trasladó a Lituania, aprendió el idioma y logró trabajo en una granja colectiva, donde conoció a su marido. Veinte años después de aquella odisea, Gisela supo a través de la Cruz Roja que su madre y su hermano seguían con vida. En una carta que le envió en 1961, su progenitora le expresó lo feliz que era al saber que seguía viva.

Veinte años después de aquella odisea, Gisela supo a través de la Cruz Roja que su madre y su hermano seguían con vida

Evelyne Tannehill, otra ‘niña lobo’, ha escrito un libro biográfico donde rememora su historia: Abandoned and forgotten. An orphan girl´s tale of survival in World War II (Abandonada y olvidada. El cuento de supervivencia de una huérfana en la Segunda Guerra Mundial). En sus páginas cuenta cómo perdió a sus padres y la penosa aventura que vivió en el exilio lituano hasta que se produjo el colapso de la URSS, momento en que pudo regresar a su país.

Hubo tantos casos de ‘niños lobo’ que cuando llegaron a edad adulta crearon una asociación llamada Edelweis-Wolfskinder, con sedes en Vilna, capital del país báltico, y Klaipeda, ciudad portuaria lituana. En total suman en torno a un centenar de miembros, una cifra que decae poco a poco debido a que son ancianos.

Todos tienen la esperanza de encontrar a algunos parientes vivos en Alemania o en el territorio de la antigua Prusia Oriental. Desde hace años, reivindican que Berlín les conceda la nacionalidad alemana y ayudas para regresar a su patria. Pero Berlín les recuerda que quienes abandonaron Prusia Oriental tras la Segunda Guerra Mundial renunciaron ‘de facto’ a la ciudadanía alemana.

El gobierno lituano les concedió una indemnización en 2008 y reciben algunas ayudas particulares gracias al esfuerzo de Wolfgang von Stetten, un diputado de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU) que ha luchado desde hace años por el ingreso de los países bálticos en la Unión Europea.

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