Si en enero de ese año una barra de pan costaba 250 marcos, nueve meses después su preció se había disparado a 200.000 millones de marcos. Era más barato quemar billetes en la estufa que usarlos para comprar carbón. Eso muestra, de hecho, la imagen superior,
en la que un oficial posa junto a millares de billetes de marcos alemanes antes de ser quemados en 1923. No tenían ningún valor.
Aquel año, la República de Weimar estaba contra las cuerdas por la escalada inflacionaria iniciada en 1921. A la terrible hiperinflación alcanzada en 1923 se añadieron, ese mismo año, el fallido golpe de Estado de Adolf Hitler en Múnich, el amago de un estallido revolucionario en Hamburgo encabezado por los comunistas y los intentos de Renania de declarar su independencia.
La pérdida radical del valor del marco comenzó cuando Berlín emitió un papel moneda llamado papiermark para sufragar los gastos en armamento para ganar la Primera Guerra Mundial. Pero la emisión de esa moneda carecía del respaldo del patrón oro, lo que la dejaba sin garantía ante los mercados internacionales.
Una vez que finalizó la guerra, y al haber heredado la moneda depreciada del gobierno imperial y carecer de reservas de oro suficientes, Weimar se vio obligada a seguir empleando el papiermark con el que habían afrontado las urgencias de la contienda. No obstante, las vencedoras Francia y Gran Bretaña le impusieron a Berlín el pago de reparaciones por la destrucción causada en Bélgica y el norte de Francia, fijado en el Tratado de Versalles de 1919. La deuda no 'hipotecaba' todos los ingresos de la República de Weimar, pero eran sumas de dinero tan desorbitadas que provocaron una fuerte devaluación de la moneda alemana, que pasó en noviembre de 1921 a marcar un tipo de cambio de 330 marcos por cada dólar estadounidense. Dos años después, un dólar estadounidense se cambiaba por 47.500 marcos.
Cuando todo parecía augurar un desastre económico sin paliativos, se produjo el milagro que iba a acabar con la superinflación en la República de Weimar.
En agosto de 1923, el político alemán Gustav Stresemann introdujo una nueva divisa, el rentenmark, que al estar respaldada por fábricas y tierras contribuyó a controlar la hiperinflación alemana, solucionando así el problema de la carencia de oro que respaldase al dinero, como era común en todo el mundo antes del Crac del 29.
El rentenmark entró en circulación el 15 de noviembre de 1923, mes en el que la hiperinflación alcanzó su máximo, con unos daños en la economía alemana que habían forzado a varias localidades a instituir mecanismos de trueque ante la total invalidez del dinero antes circulante.
Tras un periodo de transición, el rentenmark dio paso al reichmark como nueva moneda única de curso legal en Alemania el 30 de agosto de 1924. Ese mismo año se aceptó el Plan Dawes, que facilitó el pago de las reparaciones de guerra de una forma asumible para la economía.
A partir de entonces, Estados Unidos comenzó a invertir en el país, afianzando el papel de Berlín en el contexto internacional. El Tratado de Locarno, de 1925, aprobó la rehabilitación de Alemania y abrió un periodo de distensión que duró hasta octubre de 1929, cuando se produjo un crack bursátil que afectó a toda la economía mundial.
Pese a que la República de Weimar se mantuvo aún una década más sin hiperinflación, algunos analistas apuntan que aquella crisis fue una de las razones del ascenso del nazismo en Alemania. Otros autores recuerdan, sin embargo, que en elecciones previas a la llegada de Hitler en 1933, como las de 1928, su partido sacó menos del 3 por ciento de los votos.
Como sea, la inflación dejó heridas en las clases medias que habían perdido gran parte de su riqueza, puesta a resguardo, creían, en depósitos bancarios y bonos gubernamentales, las principales damnificadas de las peores devaluaciones. Los banqueros alemanes y los especuladores, muchos de ellos judíos, se convirtieron en blanco del resentimiento de los ahorristas y el gobierno y la prensa no dudaron en culparlos de la inflación. La prosperidad de los especuladores contrastaba fuertemente con la ruina de los ciudadanos que habían conservado dinero en efectivo. Carentes ya de sentido en el nuevo orden social pilares de la estabilidad como el ahorro, el préstamo y el crédito, muchos perdieron también toda la confianza en los mecanismos de la democracia y el capitalismo, que los habían desprotegido en el desastre. El nacionalsocialismo liderado por Hitler encontró de pronto un inédito terreno abonado para sus planes de expansión.
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