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Desde un punto de vista evolutivo, el canibalismo es perfectamente razonable», afirma el zoólogo Bill Schutt, profesor de biología de la Universidad de Long Island (Nueva York) en su libro Cannibalism. a perfectly natural history. Esta medida tan drástica, explica, es la mejor manera
de combatir problemas como la superpoblación o la falta de alimentos, circunstancias que se han producido numerosas veces en la historia.
Schutt ya se había dedicado antes a estudiar este comportamiento en el reino animal. El tiburón toro, por ejemplo, se convierte en un asesino antes incluso de nacer: en el vientre materno, los embriones más desarrollados se lanzan sobre los de menor tamaño para disponer de más espacio. En los humanos, al margen de los casos de asesinos en serie perturbados que devoran a sus víctimas y a quienes mueve un impulso homicida de carácter patológico, Schutt ha comprobado que los pueblos primitivos que practican o practicaban el canibalismo de forma colectiva son más bien escasos.
En los años setenta, el antropólogo William Arens se lamentó de la laguna que hay en el estudio del canibalismo: a pesar de que muchos etnólogos volvían de sus expediciones con espeluznantes descripciones de banquetes con carne humana, prácticamente nadie aportaba estudios de campo con un miembro del clan hincándole el diente al muslo de un congénere.
Bill Schutt tampoco ha sido capaz de localizar ningún pueblo que todavía mantenga la carne humana en su menú habitual. En todo caso, sí es cierto que la parte del mundo que durante siglos no estuvo bajo la influencia de occidente era menos escrupulosa a la hora de usar este recurso.
Representaciones procedentes de la china de confucio apuntan a una inquietante forma de autoofrenda: «los jóvenes entregaban a familiares ancianos partes de sus propios cuerpos con la intención de que su ingesta mejorara su salud», cuenta Schutt. «El muslo era la parte más consumida, seguida del brazo. Ambas se servían acompañadas de una papilla de arroz llamado 'congee'», afirma el investigador.
El pueblo wari también practicó un extraño rito funerario en la selva brasileña; según los relatos que han llegado hasta nosotros, estos indígenas comían trozos del cuerpo del fallecido y los huesos macerados en miel, como forma de mitigar el dolor por su pérdida. Pero hay una variante trágica del canibalismo que no conoce fronteras: las situaciones en las que las personas están tan desquiciadas por el hambre que no pueden evitarlo.
La más conocida es la tragedia que se produjo en los Andes en 1972 (una foto ilustra la apertura de este reportaje). Un avión fletado por el equipo escolar de rugby Old Christians Club de Montevideo para viajar a Santiago de Chile se estrelló en el glaciar de la cordillera con 40 pasajeros y 5 tripulantes. Solo 16 personas sobrevivieron y lo hicieron, atrapados durante 72 días, recurriendo a medidas extremas para mantenerse con vida, entre ella comer carne humana de los compañeros fallecidos.
Schutt ha investigado otro célebre caso histórico ocurrido en los Estados Unidos. En su busca de un atajo hacia la soleada California, un grupo de más de ochenta colonos se perdió en las montañas de nevada en 1846 y se vieron acorralados por el duro y nevado invierno. Después de sacrificar a todos los animales de carga y a los perros, los supervivientes devoraron los cadáveres de aquellos que morían de agotamiento. Schutt aprecia en este viaje al horror un aviso de lo que podría estar por venir si aumentan las catástrofes naturales y el cambio climático.
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