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Aniversario del Museo Nacional de Ciencias Naturales Un museo con dos siglos de curiosas aventuras

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Comenzó como un gabinete de maravillas promovido por Carlos III. Desde entonces ha cobijado tanto dinosaurios como «piedras contra el mal de ojo» y hasta leonas de los payasos de la tele. En sus dos siglos y medio de existencia, el Museo Nacional de Ciencias Naturales ha vivido todo tipo de hallazgos, mudanzas y desatinos.

Viernes, 28 de Enero 2022

Tiempo de lectura: 6 min

La gente se agolpaba ante el palacio de Goyeneche, en la calle Alcalá, 13, de Madrid. Había tanto jaleo aquel 4 de noviembre de 1776 que «la soldadesca tuvo que intervenir evitando atropellos», recogen las crónicas. Aquel gentío quería ver las raras piezas del Real Gabinete

La gente se agolpaba ante el palacio de Goyeneche, en la calle Alcalá, 13, de Madrid. Había tanto jaleo aquel 4 de noviembre de 1776 que «la soldadesca tuvo que intervenir evitando atropellos», recogen las crónicas. Aquel gentío quería ver las raras piezas del Real Gabinete de Historia Natural, que Carlos III hacía público. Ese día abría sus puertas esa colección de piezas extrañas y animales exóticos que fue el germen del actual Museo Nacional de Ciencias Naturales español, una institución que acaba de cumplir 250 años, porque el Real Gabinete había nacido en 1771.

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Los primeros pasos de la genética. En 1910, el museo se instala al final del paseo de la Castellana, en Madrid. Entre sus tesoros hay fósiles de ictiosaurio y plesiosaurio. Aquí, el laboratorio de biología donde enseñó Antonio de Zulueta (con bata blanca), que introdujo la obra de Mendel y la genética en España.

Todo tipo de avatares, mudanzas, desatinos, hallazgos, aventuras, abandonos y empeños de esforzados investigadores ha vivido el museo durante esos dos siglos y medio. Y hay algunas piezas –curiosidades que tanto intrigaban al público del siglo XVIII– que han presenciado esos percances. Sigue allí, por ejemplo, una piedra bezoar, un talismán que los poderosos de la Antigüedad y la Edad Media, temerosos de ser envenenados, colocaban en las mesas de sus comedores para que diluyeran las ponzoñas mortales de los alimentos si es que las contenían. Los bezoares son unas piedras 'mágicas' que no son piedras. Son cálculos, concreciones de cal y fosfatos que se forman en los estómagos de los rumiantes y que estos excretan. En el museo actual sigue allí una de estas piedras procedente del estómago de un rumiante. La pieza pertenecía a Pedro Franco Dávila, un criollo coleccionista de especímenes botánicos, geológicos y zoológicos que donó importantes curiosidades al rey Carlos III.

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Artistas de la taxidermia. Los hermanos José María y Luis Benedito hacían expediciones para estudiar los movimientos de los animales. Alcanzaron fama mundial por su maestría en disecar animales con posturas naturales. Aquí preparan un buitre en el laboratorio de taxidermia del museo.

Las donaciones han llovido sobre el museo a lo largo de los años. En 1788 arribó la que todavía es la estrella del museo: el esqueleto completo de un megaterio, un perezoso gigante extinguido que vivió durante el Cuaternario. Los huesos se encontraron en Argentina y se cumplió la orden de Carlos III, quien pidió que todos los hallazgos de España y ultramar se cedieran al Real Gabinete. «Es una pieza única porque es el primer fósil vertebrado que se montó en una exposición pública y es el único del mundo montado en posición cuadrúpeda», explica Carolina Martín, una de las autoras de Una historia del Museo de Ciencias Naturales.

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Especialistas en peces. Josefa Sanz posa junto a peces naturalizados estudiados y preparados por ella. Sanz trabajó para la Estación de Biología Marina de Santander, vinculada con el museo, y en 1937 fue vicebibliotecaria de la Sociedad Española de Historia Natural.

Otra pieza que ha dado titulares al museo es el elefante africano cazado y regalado por el duque de Alba y que procesionó en 1930 por Madrid, dejando atónitos a los viandantes. Es una de las obras maestras de los hermanos Benedito, artistas de la taxidermia. Primero hacían una estructura de madera, luego esculpían el animal en escayola y finalmente lo recubrían con su piel. Su trabajo mereció admiración internacional.

Durante la Guerra Civil, los animales disecados se trasladaron a los sótanos del Museo del Prado

El elefante se instaló en el Palacio de la Industria y las Artes, situado en los confines de Madrid, al final de la Castellana y junto al hipódromo. Su ubicación ha sido uno de los avatares de la historia de esta institución. Carlos III encargó a Juan de Villanueva un edificio para el Real Gabinete en el paseo del Prado. Pero el plan se truncó con la invasión napoleónica. Al final, ese edificio fue para el Museo del Prado. Las ciencias naturales han compartido espacio con el Museo del Traje, con un cuartel de la Guardia Civil y con la Escuela de Ingenieros Industriales, con la que aún convive.

Un museo errante

También han ido y venido su nombre (es Museo Nacional de Ciencias Naturales desde 1913) y sus ocupaciones. Ha estado ligado a la Universidad Central, al Jardín Botánico (que se desgajó en 1903) y ha sido dueño de un zoológico de animales vivos.

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El 'Diplodocus' sigue allí. Salón del Diplodocus en 1922. Es una réplica, donada en 1913 por el potentado estadounidense Andrew Carnegie. Mide 24 metros de largo y es una de las estrellas del museo. Sigue allí, restaurado y expuesto.

Vivió sus buenos momentos, como cuando en el año 1935 recibió a 445 participantes extranjeros en el VI Congreso Internacional de Entomología. Hicieron excursiones a San Sebastián, a Canarias y a la sierra de Guadarrama: tiene el museo allí una Estación Alpina de Biología. Se presentaron cien trabajos de investigación. El Museo se internacionalizó... Pero luego cayeron las bombas de la guerra y hubo que trasladar fondos a los sótanos del Museo del Prado. El polvo, el desorden y la falta de recursos se enraizaron allí. En 1939, en su reapertura, la visita se limitó al contenido de cuatro paredes. Literal.

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Diez millones de piezas.

El elefante donado por el duque de Alba, en la Sala de la Selva Africana de la exposición Biodiversidad, celebrada en 2012. El museo alberga diez millones de piezas y recibe unos trescientos mil visitantes al año.

Ha tenido periodos oscuros y polvorientos, de piezas arrumbadas, apiladas con descuido en el suelo. En 1973, Akihito –príncipe heredero de Japón y biólogo especializado en ictiología– lo visitó y «encontró oscuras y polvorientas vitrinas», cuentan los autores del libro de la historia del museo.

Durante años, su situación ha sido lamentable, con piezas arrumbadas. No tuvo calefacción ni electricidad hasta 1956

Durante años, su situación ha sido lamentable. No tuvo calefacción central ni una instalación eléctrica decente hasta 1956. Tampoco un sistema antincendios apropiado hasta que se reformó en 1986. «Las muestras recopiladas en expediciones sobre entomología, herpetología, paleontología, planetología o vulcanología permanecen en el limbo del olvido», denunciaban los investigadores. A partir de la década de los años noventa del siglo XX comienza una etapa de modernización. El museo ya no se apoya en la taxidermia; ahora, las réplicas de los especímenes se componen utilizando el escáner de superficie y la impresión en 3D.

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Arreglos y desarreglos. En 1934, el museo cerró por obras. En la imagen, cambio del suelo de la Sala de Zoología. En 1935 abrió renovado, pero cerró en 1936 por la guerra. El edificio recibió bombazos y resguardaron piezas en los sótanos del Museo del Prado.

Hay cierto renacer. La muestra Atapuerca: nuestros antecesores recibió 175.000 visitantes en 1999. Y se crean nuevas secciones y grupos de Ecología y Geomicrobiología. El museo participa en proyectos internacionales, como Fauna Europaea, una base de datos sobre la distribución en Europa de animales terrestres y de agua dulce.

Ha evolucionado. Este centro, que en su día recibió como donación los cadáveres de leonas del circo de Gabi, Fofó y Miliki, y antes de eso la réplica del Diplodocus que regaló Andrew Carnegie en 1913, ha sido, según Ramón y Cajal, «un museo errante y fugitivo ante el desahucio de la Administración».

El museo ya no se apoya en la taxidermia, ahora las réplicas se componen con escáner de superficie e impresión en 3D

Continúa el perenne problema de la falta de espacio, de difícil solución porque alberga diez millones de piezas; entre ellas, aves, ágatas, mapas, grabados, maquetas en relieve, insectos, conchas, madréporas, acuarelas, fósiles de hace 150 millones de años o una preciosa mesa de Filipinas que llegó en tiempos de Carlos III y sigue allí en los de Felipe VI.

Foto apertura: Alonso 1930 / Archivo MNCN
Etiquetas: Arte