Viernes, 19 de Enero 2024, 10:51h
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Desde que Israel iniciara sus bestiales operaciones militares en la franja de Gaza, en respuesta al ataque rabioso de Hamás, he prestado mucha atención a la reacción (o falta de reacción) de las distintas facciones o negociados ideológicos patrios, tanto de izquierdas como de derechas. Más taimadas y alevosamente hipócritas las que se impulsan desde el negociado de izquierdas, más burdas las que se impulsan desde el negociado de derechas; pero todas ellas igualmente abyectas y me atrevería a decir que complementarias. Así, por ejemplo, los guiños pintureros que desde el negociado de izquierdas se han dedicado a los palestinos hubiesen resultado obscenamente farisaicos e inanes si enfrente no hubiese habido una derecha australopiteca que aplaudía con las orejas las represalias desaforadas que sufrían palestinos inocentes, convencida de que el Estado de Israel es el «guardián de Occidente».
Para entender la posición tradicional ante el mundo musulmán no hace falta sino leer la 'Historia del Cautivo', de Cervantes
Detrás de tanta cochambre e indecencia subyace, sin duda, la infiltración que el pensamiento neocón (perdón por el oxímoron) ha logrado en ambos negociados, que a la postre defienden lo mismo, aunque con formulaciones y aspavientos diversos, según las necesidades emotivistas de sus respectivas parroquias. Y lo que defiende el pensamiento neocón no es otra cosa sino el orden mundial o statu quo que interesa a los Estados Unidos, donde todo el mundo musulmán se convierte ipso facto en una fuerza tenebrosa que merece ser hostilizada sin descanso, salvo aquellas naciones o facciones que comulguen con sus postulados (es decir, que contribuyan a asegurar la hegemonía anglosionista), mediante la adhesión lacayuna o bien creando inestabilidad en las naciones reticentes o adversas a dichos postulados. De este modo, el mundo musulmán, tan variado, se convierte en un mazacote indistinto e igualmente odioso de moros infames o cabrones: así se explica, por ejemplo, que las gentes cretinizadas de izquierdas hayan aceptado sin empacho el abandono e inmolación del pueblo saharaui; o que las gentes cretinizadas de derechas acepten sin empacho el exterminio del pueblo palestino (como si todo él lo compusieran «terroristas de Hamás»). Y que unos y otros hayan aplaudido con entusiasmo o siquiera admitido sin escándalo que algunas naciones musulmanas donde se había logrado una encomiable convivencia entre cristianos y musulmanes hayan sido salvajemente devastadas, a veces por intervención directa de Estados Unidos y sus colonias, a veces mediante la financiación de diversos grupos islamistas.
Frente a estas posiciones cretinizadas de izquierdas y derechas se alza el discernimiento del pensamiento tradicional, que rechaza la fe musulmana (porque cree) pero no a las personas que la profesan (porque ama), en quienes puede encontrar motivos muy ciertos para una leal amistad. Pues, desde luego, un musulmán que gobierna su vida conforme a principios morales reconocibles a la luz de la razón puede ser un aliado frente al enemigo común (el cretino de izquierdas o derechas que profesa o acepta sin empacho las aberraciones más siniestras que repudia la razón). Para entender la posición tradicional ante el mundo musulmán no hace falta sino leer la Historia del Cautivo, que Cervantes intercala en los capítulos XXXIX-XLI de la primera parte del Quijote, inspirándose en episodios de su propia vida (no como el islamófobo pauloviano de nuestra época, que habla siempre por boca de ganso). Enseguida advertimos que Cervantes no retrata a los musulmanes como si fuesen un mazacote indistinto, sino con el finísimo discernimiento de quien entiende que hay musulmanes alevosos, que deben ser identificados como enemigos, y musulmanes nobles, que deben ser tratados como amigos (y en algún caso, incluso, como amigos estrechos con quienes se pueden sellar las alianzas más firmes). Este finísimo discernimiento cervantino se torna más valioso si consideramos que nuestro insigne escritor estuvo cautivo en Argel durante cuatro largos años, en los que padeció perrerías sin cuento pero también conoció musulmanes caritativos que compadecieron su laceria y se la hicieron más llevadera.
Este discernimiento cervantino, propio del pensamiento tradicional, contrasta con el cretinismo de nuestra época, que a veces disfraza su islamofobia de vomitivas impostaciones de catolicismo cañí (como ocurre en ciertos especímenes de la derechita más valentona). Más llamativamente aún, este cretinismo (que es por igual de izquierdas y de derechas) suele centrar sus odios en los musulmanes más dignos de amistad y en sus causas más nobles; pues el mal sabe perfectamente que, para triunfar, necesita confundirlo y mistificarlo todo.