Viernes, 20 de Diciembre 2024, 08:26h
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Las chicas, a la izquierda; los chicos, a la derecha». El hombre dispara por primera vez al techo. Son las 17.10 horas del 6 de diciembre de 1989. Está a punto de oscurecer, la nieve cae sobre las escaleras que suben a la Escuela Politécnica de Montreal. Últimas clases del año antes de los exámenes, luego serán las vacaciones de Navidad. Pronto, los estudiantes buscarán su primer trabajo de ingeniería para construir las carreteras, presas y centrales eléctricas del país.
En el segundo piso del edificio, en el aula C-230.4, acaba de entrar un hombre. Ambas manos agarrando un rifle. Nadie entiende quién es este joven con cara de cazador y gorra militar en la cabeza. ¿Es esta una función de fin de año? ¿Una broma? La maestra le pide que salga. El hombre se enoja: «¡Chicas, al fondo de la clase! ¡Chicos, salgan ya!». Nuevos disparos de advertencia. Uno por uno, los chicos abandonan la clase.
La carta, enviada anónimamente a la prensa, es un prodigio de literatura 'incel': el asesino describe su brutal odio a las mujeres, en especial a las que estudian o trabajan, las "feministas que quieren los mismos privilegios que los hombres"
El hombre empieza a disparar hasta que se le acaba la munición y sale del aula. Pero se para y oye a una estudiante herida pedir ayuda, vuelve sobre sus pasos, saca un cuchillo y la apuñala tres veces en el corazón. El portavoz de la Policía, Pierre Leclair, llamado al lugar del asesinato para responder a las preguntas de los periodistas, descubrió el cuerpo de su propia hija de 23 años, Maryse, en un charco de sangre. El asesino limpia su cuchillo, deja la munición restante y se sienta. Exclama: «¡Oh, mierda!». Coloca el rifle entre sus piernas, con el cañón metido debajo de su barbilla, y aprieta el gatillo. Marc Lépine, de 25 años, ha muerto, mató a catorce mujeres. Son «las 17:28», señala el informe del forense de Montreal.
Lo que siguió a estos hechos conocidos como 'La masacre de la Escuela Politécnica de Montreal', de la que ahora se cumplen 35 años, es una sucesión de discursos contradictorios y de voces discordantes que lo tergiversaron todo y que nunca se pusieron de acuerdo para explicar por qué ocurrió, cómo podía haberse evitado y, sobre todo, por qué nunca se rindió un verdadero homenaje a las víctimas ni a sus familias.
La Policía se negó a publicar la carta que había dejado el asesino «para no sembrar la alarma». Sí publicaron, en cambio, un anexo con una lista de mujeres (jueces, periodistas, escritoras, locutoras de televisión) a las que el asesino planeaba atacar. En la prensa de Quebec se habla de locura, de la dura infancia del asesino (padres divorciados, padre argelino maltratador); de influencia de la cultura americana, de incidente aislado. Se pretende ocultar que el asesino mató con deliberación únicamente a las mujeres. La carta, publicada gracias a que fue enviada anónimamente a la prensa, no deja resquicio a la duda, es un prodigio de literatura 'incel', el asesino describe sin medias tintas su brutal odio a las mujeres, en especial a las que estudian o trabajan, ya que son «feministas que quieren los mismos privilegios que los hombres, esas mujeres tienen el don de hacerme enfadar. Los medios me llamarán loco, pero soy un erudito racional».
La matanza de la Universidad de Montreal fue uno de los primeros feminicidios de masas. Puede parecernos lejano y ajeno, pero a otra escala, con otro estilo, ocurre cada día en cualquier esquina. Y lo que es peor, ocurre con golpecitos en la espalda y media sonrisa: «Vosotras, las feministas, pero qué exageradas sois».
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