Somos nietos y uno por uno solemos recordarlo, pero tal vez como sociedad se nos ha ido de la cabeza y de la agenda lo que importa el ejemplo de nuestros mayores, su proximidad con los más jóvenes, el nexo entre ellos, el trasvase de ciencia –de la buena, de la de la vida– y de humanidad –de la mejor, de la que da el tiempo, el camino largo– que de los viejos a los niños se produce. Un lector nos recuerda como reparar más y mejor en los niños y en los viejos, y en su diálogo, nos ayuda a salvar el futuro donde coincide con el pasado, que es el presente. Y la carta de la semana cartografía con minuciosidad poderosa el jardín extraordinario que en ese encuentro fecundo se levanta. No podemos olvidarnos de lo que nos conforma y nos eleva, para distraernos en lo que nos deforma y nos abaja. No podemos. LA CARTA DE LA SEMANA
A mi abuelo
A veces, por las noches, no puedo dormir y me doy cuenta de que estoy tratando de pensar en ti, abuelo. No recuerdo cuántos dientes sobresalían de tu boca cuando sonreías ni cuántas pecas tenías sobre la nariz ni la forma de tus manos al sostener un libro. No recuerdo si tus ojos se volvían canela tostada o ámbar oscuro cuando llegaba el atardecer. No recuerdo la seguridad que me daba tu mano sobre la mía al cruzar la calle ni cuántas arrugas se formaban en tu frente al reñirme por saltar los escalones de dos en dos… Pero si aprieto los ojos fuerte, tan fuerte que duele, te recuerdo sentado en el sofá del salón, recuerdo tu sitio en la mesa y que tus cubiertos siempre eran especiales. Recuerdo el rumor vago de una radio a través de las paredes, recuerdo lo tranquila que me hacía sentir el sonido de las herramientas que venía del sótano. Recuerdo unas zapatillas, un abrigo verde, un bastón viejo y una bata que olía a hogar. Recuerdo partidas de cartas, ladridos de perros y bendiciones en la mesa. Recuerdo campanas en Navidad, villancicos y manos congeladas en guantes de lana. Recuerdo mañanas de verano, carreras por el prado y mangueras empapando el césped. Recuerdo los viajes impacientes por estar allí de nuevo, cómo nos abrías la puerta y nos saludabas con la mano. Recuerdo bocadillos de chorizo, y lo frío que estaba el suelo cuando me sentaba a verte trabajar. Recuerdo despertarme por la mañana y verte en el huerto, perseguirte mientras buscabas las patatas entre la tierra. Recuerdo que podías arreglar cualquier cosa que pusieran en tus manos. Recuerdo tu voz cuando me llamabas desde el despacho y miradas cómplices cuando me prestabas un libro. Y es entonces cuando todo vuelve, gustos, sonidos, olores, todo me transporta de nuevo a tu lado… A veces siento que no recuerdo nada, pero de pronto todo esto vuelve y ya puedo dormir, porque aun cuando no recuerdo nada sé que, si aprieto los ojos fuerte, puedo sentirte otra vez, abuelo, y ese amor siempre vuelve. Bea Quiles Hevia. MurciaPor qué la he premiado… Por la fuerza de su evocación, que a tantos, a buen seguro, representa.
Los niños y los ancianos
En el contexto de la mentalidad reinante en nuestra sociedad de adultos productivos con miras mayoritariamente materialistas cobra una necesidad imperiosa tomar conciencia de esta necesidad apremiante y proceder en consecuencia. Con respecto a los niños, resulta perverso hablar de ellos con esa manida frase de «son los hombres del futuro», como si solo fueran hombrecitos producto que deben ser sometidos a un duro entrenamiento con miras a que puedan entrar en una carrera 'con buenas salidas' sin respetar su auténtica personalidad y vocación, considerándolos exclusivamente como un repuesto generacional para que nosotros podamos cobrar la jubilación en lugar de situarlos en su papel de niños actuales, niños que ocupan ese lugar social que les es propio y en el que son imprescindibles. Estamos tan empecinados en hacer 'hombres del mañana' que no nos preocupamos ya de hacer niños del presente, en el presente y para el presente, que es la mejor manera de que, haciendo justamente que sean niños del presente, consigamos verdaderos hombres del mañana y no solamente máquinas de producción. La mayoría de los ancianos –cuando ya están descartados para el trabajo e incluso para hacer viajes organizados por el Imserso– son retirados de una auténtica vida social y relegados a sus residencias o a morir solos, y todo ese caudal de vida vivida, experimentada, sufrida y gozada se dilapida en aras de nuestra 'libertad' para comprar esos agotadores viajes relámpago a países más o menos exóticos de los que solemos volver tan ignorantes de su historia y su cultura como antes de haber viajado a visitarlos. Juan José Osácar Flaquer. ZaragozaLa cenicienta de Baleares
Siempre ha sido así: ya en tiempos de Franco, poco dinero llegaba para los menorquines. A lo largo de la democracia hemos tenido gobiernos de diferentes colores, y todos nos han escatimado el necesario dinero para inversiones. Como para muestra, un botón, solo hay que saber que de los 1000 millones de euros que recibiremos de Europa, como comunidad, tan solo 84 millones vienen a Menorca; el resto se lo reparten Mallorca e Ibiza/Formentera. Ibiza en extensión es menor que Menorca, pero como recibe turismo de élite… siempre saca 'mejor tajada'. Actualmente, con la señora Armengol al frente, es descarado lo que nos hace. Resulta que somos la isla con mejores números durante toda la pandemia. Ahora hay una persona ingresada en planta. Pues bien, nos hemos tenido que tragar las mismas restricciones que las demás islas. No tenemos apenas vuelos; mientras Mallorca se llenó de turistas alemanes en Semana Santa, aquí no dejaban venir ni a los que tienen su segunda residencia. Lo malo es que a todo esto nuestra presidenta se llena la boca de lo bien que lo hace; como si no fuéramos nosotros los menorquines que procuramos no contagiarnos, respetando al máximo las normas para nuestra seguridad. Así, nuestra economía seguirá yendo a la zaga de las otras islas, recogiendo las migajas que nos dan. Menorca es la isla balear menos explotada turísticamente y conservamos nuestro paisaje y nuestra idiosincrasia. Tenemos los mejores monumentos megalíticos de Europa, aparte de playas de aguas deliciosas. Todo nos lo vamos a tener que 'comer con patatas' por falta de turismo. Antonia Pons Salom. MahónQue me lo expliquen
Generación del 57, a las puertas de la jubilación, he ayudado a mis padres, a mis hijos y pronto empezaré con mis nietos. Menos la guerra, he vivido de todo, aunque haberme forjado en la cultura del esfuerzo me permite decir que he ayudado a sacar adelante lo que tocaba en cada momento, incluso a intentar mejorar mi pueblo, mi ciudad y mi país –aunque solo sea mediante impuestos–. Ahora, me encuentro en la tesitura de que no puedo ir a ver a mi madre (con las cosas buenas que ello tiene: amor, familia, afecto) ni siquiera tras haber pasado la COVID, ir con una PCR negativa o incluso aunque ella esté vacunada. A mí que me lo expliquen. Jesús Morán Encinar. Madrid-
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